La mala educación de Yolanda Díaz
La idea de reducir la jornada laboral en este momento es una mala idea. Hacerlo sin mejorar el sistema educativo es como construir un castillo en el aire
Uno de los debates políticos más intensos de este final de año ha sido el que enfrenta a la vicepresidenta del Gobierno y ministra de empleo, Yolanda Díaz, que cuenta con el apoyo de los sindicatos, al resto del Gobierno, la oposición y los agentes sociales por la reducción de la jornada laboral. Todos los contrarios a esta medida han puesto en evidencia que no podemos aspirar a trabajar menos horas si no somos capaces de trabajar mejor. Las utopías marxistas son eso, utopías. Dicho de otra forma, si queremos reducir las horas trabajadas y mantener los salarios ahora que conseguir, al menos, seguir produciendo lo mismo, lo que yo explico a mis estudiantes de Introducción a la Economía en términos de que en una economía occidental el salario es igual a la productividad marginal del trabajo. Como también les explico a mis jóvenes pupilos, la teoría del crecimiento económico señala que la base para mejorar la productividad y la competitividad de una economía reside en un sistema educativo sólido y adaptado a las demandas la sociedad. Por eso, entre otras razones, están en mi clase.
Frente a esta realidad empírica y teóricamente sustentada en décadas de investigación económica, la vicepresidenta Díaz ha decidido hacer caso omiso a la realidad. Esta nos indica, a través de los datos publicados en las últimas semanas de las pruebas internacionales de TIMSS y PIAAC, que evalúan las competencias de estudiantes y adultos, que España se encuentra a la zaga de los países desarrollados en áreas clave como matemáticas y ciencias, y muestra dificultades en la adaptación a las nuevas tecnologías. Si no estuviesen tan ocupadas en competir en sus feudos locales contra el Partido Popular, las ministras Alegría y Morant quizá podrían ilustrarla y explicarla por qué un mal sistema educativo, como el que estamos dejando a nuestros hijos, lastra nuestra productividad y limita nuestras posibilidades de competir en un mundo donde el conocimiento y la innovación son los motores del desarrollo.
Por esta razón, la idea de reducir la jornada laboral en este momento es una mala idea. Hacerlo sin mejorar el sistema educativo es como construir un castillo en el aire. Se necesitan unos buenos cimientos, en forma de conocimientos y competencias en las materias básicas para que un cambio en el modelo laboral pueda tener éxito. La experiencia internacional es clara al respecto: los países con los sistemas educativos más avanzados son también los más productivos y competitivos. Suecia, Finlandia, Alemania o Singapur son ejemplos de cómo la inversión en educación puede transformar sociedades, generando economías fuertes y cohesionadas.
Sus sociedades han entendido que es necesario un enfoque educativo integral que va más allá de la mera acumulación de conocimientos. Existe un claro acuerdo político en que es necesario formar a los ciudadanos desde la infancia, fomentando competencias esenciales como el pensamiento crítico, la creatividad y la adaptación al cambio, evitando dogmatismos y sectarismos. En resumen, el objetivo es dotar a los ciudadanos de herramientas concretas que les permitan enfrentarse a los retos de un mercado laboral en constante evolución.
Tras la LOMLOE y la LOSU, perpetradas con ocultación en la anterior legislatura del señor Sánchez, arrastramos un sistema educativo que no ha sabido evolucionar al ritmo que exige el mundo actual. Los datos de abandono escolar temprano y de desempleo juvenil dónde estamos, aquí sí, a la cabeza de Europa, muestran la persistente desconexión entre el sistema educativo y el mercado laboral. Este desfase no solo afecta a los jóvenes, sino también a los adultos, que a menudo carecen de las herramientas necesarias para actualizar sus conocimientos y habilidades.
Si queremos reducir la jornada laboral sin poner en peligro la competitividad de nuestra economía, debemos comenzar por reformar profundamente nuestro sistema educativo. Esta transformación debe incluir, según los informes anteriormente citados, los siguientes aspectos:
1. Mejorar la formación en matemáticas, ciencias y tecnología. Estas disciplinas son fundamentales para el desarrollo económico y social. No se trata solo de formar más ingenieros o científicos, sino de garantizar que todos los ciudadanos tengan una base sólida en estos ámbitos, capaces de comprender y aprovechar las oportunidades que ofrece la revolución digital.
2. Fomentar el pensamiento crítico y la resolución de problemas. En un mundo saturado de información, la capacidad para analizar, interpretar y tomar decisiones fundamentadas es más valiosa que nunca. La educación debe capacitar a los estudiantes para enfrentarse a situaciones complejas con autonomía y criterio.
3. Impulsar la creatividad y la innovación. El éxito no depende de replicar soluciones del pasado, sino de generar nuevas ideas. Para ello se necesita promover un entorno de aprendizaje que estimule la curiosidad, la experimentación y la generación de ideas.
4. Adaptar la educación a las nuevas tecnologías. La digitalización no es una opción, es una necesidad. Formar a los estudiantes en el uso responsable y crítico de la tecnología es esencial para prepararlos para un mercado laboral en el que las competencias digitales son imprescindibles.
5. Fortalecer la Formación Profesional. La FP es una de las grandes asignaturas pendientes en España. Necesitamos un sistema atractivo, flexible y conectado con las necesidades del tejido empresarial, capaz de formar a técnicos altamente cualificados en áreas con alta demanda laboral.
6. Reforzar la formación continua de los adultos. El aprendizaje no debe terminar con la educación formal. La capacidad de reinventarse y adquirir nuevas habilidades es perentoria. Debemos garantizar que todos los ciudadanos tengan acceso a oportunidades de formación a lo largo de su vida para poder ser competitivos laboralmente.
La educación en valores tiene que ser una prioridad. La ética del esfuerzo, la responsabilidad y el compromiso con la sociedad son pilares de cualquier sistema educativo que aspire a formar ciudadanos completos y comprometidos. No podemos aspirar a una economía más justa y competitiva sin una base de principios que guíe nuestras acciones.
Cualquier medida que mejore la calidad de vida de los trabajadores, es un objetivo loable, pero no un fin en sí mismo, sino una herramienta para construir una sociedad más equilibrada y productiva. Por eso, dichas actuaciones tienen que estar acompañadas de políticas que fomenten el desarrollo del talento y el aprovechamiento del potencial humano. Las políticas educativas son clave para mejorar las condiciones laborales. Ignorarlas es condenar a la sociedad española a la irrelevancia. Es el momento de apostar por una educación de calidad que nos permita trabajar mejor, competir en igualdad de condiciones y garantizar un futuro próspero para todos los españoles.
- Jorge Sainz es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC)