La crónica política
Las horas más críticas de Casado en busca de aliados para salvar su liderazgo
Su mando nunca estuvo tan en entredicho como ahora. «Lo que no te mata, te hace más fuerte», dicen los suyos. Ella tampoco tiene fácil salir de ésta, aunque se mueva bien en el conflicto
Pablo Casado anunció que el PP iba a abandonar el número 13 de la calle Génova el 16 de febrero de 2021. Génova, 13 voló por los aires con el PP dentro el 16 de febrero de 2022. Justo un año después. El destino gasta a veces bromas pesadas. El líder del PP debe de tener un humor negro.
«Lo que no te mata, te hace más fuerte», reflexiona un miembro de la dirección nacional del PP ante El Debate al final de una semana que empezó con una victoria agridulce en las elecciones de Castilla y León y termina con el principal partido de la oposición cautivo del enfrentamiento entre su presidente y su mayor activo electoral. Entre el líder y la lideresa.
Los populares, incluso los más veteranos, se preguntan estos días cómo Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso han podido llevar tan lejos su guerra, azuzados por los «entornos», como para poner en riesgo la integridad del partido. Los hay que culpan a los celos y la inseguridad de él y los hay que culpan a la ambición desmedida de ella. Pero, entre medias, hay una tercera categoría, probablemente la mayoritaria: la de quienes reparten las culpas entre ambos.
Los acontecimientos se han precipitado desde el jueves. Tres días de vértigo en los que se han sucedido una vorágine de acusaciones y desmentidos que han generado un confuso escenario. Ayer, la tarde fue intensa en las sedes de Génova y Sol. En primera instancia, el PP nacional informó escuetamente del encuentro entre Casado y Ayuso el viernes por la tarde. Posteriormente, el entorno de Ayuso aseguró que la reunión había sido «infructuosa». Fuentes del equipo de la presidenta afirman que Casado pidió a Ayuso que enviase un comunicado negando que el PP la hubiese investigado. Si esto ocurría, según las mismas fuentes, se le levantaría el expediente informativo impuesto por Génova a la presidenta. Finalmente, Génova respondió: «En la reunión de ayer, Pablo Casado le trasladó a Isabel Díaz Ayuso: El comunicado hecho público por la Comunidad de Madrid aportando la información requerida sobre la contratación de emergencia durante la pandemia se incorporará al expediente informativo abierto por el Partido Popular para concluirlo satisfactoriamente». Sea como sea, se han vivido 72 horas en las que se han abierto demasiadas heridas.
Nunca el liderazgo de Casado, construido sobre una victoria propia en las primarias de 2018 y lo demás –de momento–, victorias electorales ajenas, estuvo tan en entredicho como ahora. El presidente del PP lo sabe. Por eso los últimos días se ha dedicado a hablar con los barones territoriales y otros dirigentes del partido tratando de reclutar apoyos.
Empezando por los presidentes regionales; que, sin embargo, han mantenido una calculada distancia durante lo más caliente de la crisis. Salvo, si acaso, el murciano Fernando López Miras, un hombre de Teodoro García Egea. De ahí todo lo demás. Casado ha tratado de explicar a sus interlocutores que nunca hubo nada parecido a un espionaje a Ayuso, sino un intento de esclarecer las «sospechas fundadas». Pero no ha conseguido un cierre de filas.
También la presidenta madrileña sabe que a la guerra conviene ir acompañada. De ahí que el jueves, durante su comparecencia en la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, desvinculara a José Luis Martínez-Almeida por completo de ese supuesto espionaje.
Presidenta y alcalde han tenido en el pasado sus más y sus menos por el control del PP de Madrid. Sin embargo, Ayuso tiene conocimiento de que la relación entre la dirección nacional y el alcalde de la capital se ha enfriado en los últimos meses y que Martínez-Almeida cada vez está menos cómodo en el papel de portavoz nacional. Y ha aprovechado la grieta. La caída de Ángel Carromero el jueves tiene que ver con esa fisura: si por el alcalde hubiera sido, el fontanero de Génova en Cibeles habría estado fuera mucho antes.
Incluso los detractores de Ayuso reconocen su habilidad para ir por delante
Hasta los enemigos de la presidenta madrileña reconocen su habilidad para ir un paso por delante, y ese mérito se lo atribuyen en buena medida a su veterano jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez. Un hombre acostumbrado a jugar al juego de la política al límite.
¿Qué va a pasar? Nadie se atreve a responder a la pregunta, pero todos tienen claro que la solución debe ser definitiva. ¿Abren los acontecimientos de ayer el camino a algún tipo de solución pacífica? El viernes, Alberto Núñez Feijóo puso por primera vez sobre la mesa la posibilidad de un Congreso extraordinario. Aunque en la dirección nacional de lo que menos quieren oír hablar ahora es de un cónclave, sea el del PP de Madrid o el nacional.
Días críticos
Para Casado son días críticos. En realidad, ya lo eran antes del estallido de la guerra fratricida, por el punto de inflexión que supone la intención de Vox de entrar en el gobierno de Castilla y León. Y la oposición frontal del líder de los populares, que el martes dejó al propio Alfonso Fernández Mañueco boquiabierto con sus ataques a Vox ante el Comité Ejecutivo Nacional del PP. En plenos prolegómenos de las negociaciones.
«También Rosa Díez se negó a pactar con Albert Rivera y acabó suicidándose», recuerdan desde la dirección de Vox, donde no dejan de repetirse que el sorpasso al PP es posible. Máxime después de lo visto esta semana. Aunque, públicamente, Santiago Abascal no ha querido hurgar en la herida de su rival. «Lo que es malo para España es malo para Vox», escribió el viernes en Twitter.
También en Ciudadanos están convencidos de poder pescar en el río revuelto del PP, por sus problemas internos y por los que tiene con Vox. «No me gustaría estar en la piel de Casado», confesaba esta semana en el Congreso Inés Arrimadas a un grupo de periodistas durante una conversación informal en el Congreso.
Cuál de los dos
La confianza de los suyos en Casado, su liderazgo y su proyecto se resquebraja. Las adhesiones en Twitter de los últimos días por parte de diputados, senadores y cargos orgánicos fueron, en realidad, inducidas y no espontáneas. Fueron el resultado del toque de corneta de Génova, 13.
Para Ayuso tampoco será fácil salir de ésta. Históricamente, quien desafía al aparato del partido suele perecer bajo su frío acero más pronto que tarde. La presidenta madrileña ni siquiera tiene el apoyo cerrado del PP de Madrid, un partido complejo donde tradicionalmente han cohabitado –que no convivido– dos facciones. La actual secretaria general, Ana Camins, que antes era su amiga, ahora directamente no se lleva con ella.
Es más. Su propio consejero de Presidencia, Justicia e Interior, Enrique López, estaba anunciado en la rueda de prensa que el viernes ofrecieron varios miembros del Ejecutivo regional, pero declinó salir a poner la mano en el fuego por su jefa. López es a su vez secretario de Justicia e Interior del PP, y por tanto del círculo de confianza de Casado.
Fuera de Madrid, Ayuso tiene el apoyo de militantes y simpatizantes allá por donde va (no hay más que ver la sensación que causó su participación en la campaña castellanoleonesa), pero no tanto de los líderes territoriales. Le reprochan su afán de protagonismo, y no solo: «Isabel vive instalada permanentemente en el conflicto. Con Sánchez primero, ahora con Casado... siempre al choque», se lamenta uno de ellos.
Lo que está claro es que el futuro de Ayuso difícilmente puede imaginarse fuera del PP. En Vox no, y la idea de un partido nuevo entra directamente en la categoría de política ficción.
Si uno de los dos muere, lo hará con las siglas puestas.