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La concejala de Urbanismo de Maracena, Vanessa Romero, sobre una imagen policial de archivo

La concejala de Urbanismo de Maracena, Vanessa Romero, sobre una imagen policial de archivoEFE / El Debate

Crónica negra

El novio de la alcaldesa de Maracena (PSOE) dejó secuestrada a la concejal y fue a ver a alguien

La investigación de la Guardia Civil de Granada avanza a pasos agigantados. No se descarta que haya más participantes en el secuestro de la concejala de Urbanismo de la localidad, Vanesa Romero

Pedro, el novio de la todavía alcaldesa de Maracena, Berta Linares, se ha encerrado en el silencio. La verborrea que usó para amenazar de muerte a la pobre concejala de Maracena (Granada), Vanesa Romero, durante el secuestro, se ha convertido en estreñimiento oral. «Me acojo a mi derecho a no declarar», le dijo a Su Señoría cuando le preguntó si iba a contestar a sus preguntas. Horas antes a Vanesa le había gritado: «¡¡Tú, ¿qué tienes que hablar de Berta?!!»; «¿Piensas denunciarla?»; «¿Qué tienes contra ella?»; «Tú no vas a hablar más de Berta».

Fuentes judiciales han hecho el siguiente relato de lo acontecido a El Debate: Vanesa acudió al colegio a dejar a dos sus dos hijos. Cuando lo hizo, llamo a su marido por teléfono. Mientras cruzaba un paso de cebra Pedro se le acercó: «Vanesa, soy Pedro, ¿te importaría acercarme a la gasolinera que me he quedado tirado con el coche?». La pregunta la escuchó Luis, el esposo de la concejala. También la respuesta de su mujer: «Claro, no hay problema. Monta». A la Guardia Civil Luis les dijo que se quedó «mosqueado» por la forma de abordar a su mujer y que, aunque lo conocían, no tanto como para que Vanesa le llevase en el coche.

La comunicación se cortó. Vanesa subió al coche. Pedro se sentó en el sitio del copiloto. Nada más arrancar le puso la pistola en el costado y le dijo que se dirigiera a una zona concreta del entorno del pantano de Cubillas. Durante ese trayecto no dejó de reprocharle lo que le estaba haciendo a Berta, su novia. Le preocupaba que tuviese documentación que pudiese dar con sus huesos en la cárcel. En el fondo, alguna presunta trama de corrupción. Berta había sido concejala de urbanismo, antes de que su primo, Noel López, le «dejase» el puesto: él fue regidor antes. Ahora, Noel López es el actual Secretario de Organización del PSOE de Andalucía, nombrado por Juan Espadas directamente.

En una zona descampada, sin testigos, Pedro ordenó a Vanesa que se echara a un lado y que se bajase del coche. La maniató de pies y manos y trató de meterla en el maletero, pero ella, como una valiente se fajó. Interpretó que si entraba en ese maletero estaba muerta. Al final, Pedro tuvo que desistir y la obligó a tumbarse en los asientos de atrás. Mientras que él conducía, erre que erre, insistía con Berta: quería saber qué material tenía Vanesa en su contra y si iba a denunciarla. «Suéltame y te juro que dejo la política. Y que no hará nada contra Berta. Te lo prometo. Por favor, tengo dos hijos. No les vayas a dejar sin madre, te lo ruego». Ninguna de las promesas ni de las suplicas logró captar la empatía de su secuestrador al que sólo me importaba proteger a Berta, en apariencia, costase lo que costase.

En el trayecto comenzó a encenderse la pantalla central del coche y a sonar tono de llamada. Era Luis, el marido de Vanesa, que preocupado comenzó a tratar de localizarla. Su sexto sentido le decía que algo no iba bien. Marcó una y otra vez, pero Pedro no descolgó la llamada en ningún momento. Vanesa insistía en sus suplica y le recordaba a Pedro: «Él te ha escuchado por teléfono antes. Déjame hablar con él, si no va a denunciar. Sabe que si no le cojo está pasando algo».

A Pedro le dio todo lo mismo. Pero el sonido de las llamadas se le hizo pesado: envolvió el móvil en un aluminio, para que no fuese ni localizable ni rastreable. Llegó a localidad de Armilla y aparcó el coche de la concejala en el interior de un garaje. «¡Sal que vamos a hablar otra vez!», le ordenó. La pobre Vanesa, aterrorizada, obedeció. Atada de pies y manos se movía a saltos, como en una carrera de sacos. Pedro cogió con las dos manos una gran barra de hierro y le advirtió mientras abría el maletero: «O te metes voluntariamente o te reviento aquí mismo la cabeza». Vanesa le confesó a los responsables de las pesquisas que leyó la muerte en los ojos del secuestrador.

Vanesa, entre el llanto y la súplica, seguía tratando de convencerla de que la dejase libre bajo la promesa de no denunciarle. Era tan insistente que Pedro le gritó. «¡Cállate de una vez que tengo que hacer dos llamadas!» y cerró con violencia el portón trasero del vehículo. Agudizó el oído para ver con quién hablaba, tratar de identificar al interlocutor de su secuestrador y qué planes tenían para ella, pero no lo logró. Pedro susurraba. Los encargados de las pesquisas lo interpretan como que alguien más sabía qué estaba pasando.

Quería asesinar y descuartizar a Vanesa

En un determinado momento, Pedro se fue y la dejó sola. Ella reconoció el silencio absoluto de su ausencia. A los agentes les contó que creía que iba a morir asfixiada. Trató de buscar una rendija entre los asientos para respirar y casualmente encontró una palanca. La accionó y logró que uno de los asientos se moviera. Buscó en el extremo contario y localizó otra palanca. La giró y logró tumbar los dos que quedaban en pie. Se arrastró para acceder al habitáculo principal del coche y de ahí se coló entre los asientos delanteros hasta sentarse delante. Buscó las llaves del coche para arrancarlo, estrellarlo contra la puerta y huir, pero no las encontró. Lo que sí localizó fue su móvil envuelto en aluminio para eliminar la señal.

A pesar del estrés y de las manos atadas, Vanesa logró ponerse en contacto con su hermano y avisarle de lo que le estaba pasando. Su principal miedo es que regresase su captor y no se pudiese librar. Todo tenía que ser rápido. Abrió el coche desde dentro y a saltos, con los dos pies juntos llegó hasta la puerta del garaje. Gracias a Dios no estaba cerrada con llave. Accionó un pestillo y salió a la calle. Allí se encontró con un joven al que pidió ayuda y luego llegó un adulto, un abogado, que se acercó a su casa para coger unas tijeras y cortar las bridas. También avisaron a la Guardia Civil.

¿Dónde estaba Pedro mientras tanto? Pues desde Armilla había acudido a Maracena en metro. Allí, los primeros datos de la investigación apuntan a que acudió a ver a una mujer rubia, y después de reunirse con ella visitó una ferretería para comprar un cuchillo: «Dame uno de los que corten bien la carne», le pidió a la dueña, que no le notó ido ni nervioso. Su comportamiento era plenamente normal. Hay quien dice que en el exterior de la ferretería le esperaba una mujer también rubia. Después, solo, sin compañía, cogió el metro de regreso a Armilla. Cuando se acercó al lugar debió detectar la presencia de la Guardia Civil y de la Policía Local por lo que regresó de nuevo a Maracena en metro donde ya lo detuvieron. Los investigadores creen que quería asesinar y descuartizar a Vanesa y que sólo la determinación y el ímpetu de la concejala le salvaron la vida.

Y en este relato de los hechos queda un elemento principal: una caja que Pedro vio en el maletero del coche de Vanesa pero a la que no supo adjudicar ningún valor específico. Esa caja, llena de papeles la tiene ahora la Benemérita. Al parecer es documentación que podría revelar la presunta corrupción de algunas personas del ayuntamiento de Maracena. Se apunta que podría llegar a una década atrás. De momento, los responsables de las pesquisas han ordenado a los trabajadores del ayuntamiento que no destruyan ningún papel. Otra cosa es que alguien decida no hacer caso.

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