Dos sellos y el número 47 permitieron cazar al 'Unabomber' español
El Debate accede a los detalles de la investigación que permitieron cazar a Pompeyo, el antiguo enterrador que mandó varios paquetes bomba el pasado año
Pompeyo apretó el último tornillo de una bisagra. Era la que permitía el juego de apertura y cierre de la tapa de una pequeña caja de madera: en el interior un artefacto explosivo. Después introdujo la pequeña bomba dentro de un sobre de cartón de color marrón. Lo cerró. Cogió una regla con plantilla de letras y escribió la dirección donde quería enviar el paquete. Le dio la vuelta y escribió una dirección de correo electrónico en el remite. Después seleccionó un sello, sacó la lengua, lo chupo y lo pegó.
Días después, uno de esos paquetes bomba estalló en la embajada de Ucrania con sede en Madrid. También se recibieron sobres explosivos en otros puntos de España: Presidencia del Gobierno, Ministerio de Defensa, embajada de Estados Unidos, la empresa Instalaza (compañía dedicada al diseño, desarrollo y fabricación de equipos y material militar de infantería) y SatCen (Centro de Satélites de la Unión Europea) en Torrejón de Ardoz.
En contra de lo que se publicó hubo varios de esos paquetes que no estallaron y que se lograron conservar intactos, por ejemplo, el de Presidencia del Gobierno, el del SatCen y la embajada de EE.UU. El hecho de recuperar los tres paquetes bombas en perfecto estado permitió analizar cada detalle: el objetivo tratar de localizar al Unabomber español.
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Lo primero que miraron fue los sellos. En dos de ellos se pudo observar el número 47 dentro del matasellos. Ese 47 corresponde al Centro de Tratamiento Autorizado de Correos y el número lo identifica como el de Valladolid. Con ese simple dato supieron que desde allí se habían enviado los artefactos explosivos.
Tras el estudio, se despegaron los sellos y se buscaron restos de ADN. Extrañamente, dio positivo. También encontraron ADN en varios elementos del paquete bomba. Tenían ya el rastro genético del delincuente, sólo les faltaba ponerle nombre y apellidos. Lo introdujeron en la base de datos, pero no hubo coincidencias. No era un criminal fichado y con antecedentes.
Los investigadores siguieron analizando los sellos. Uno de ellos no era común, sino de coleccionista, el más alargado: sello conmemorativo del Monte de Santa Trega, de la serie filatélica Naturaleza, de 2,70 euros. Los responsables de las pesquisas consultaron a los expertos que les dijeron que la tirada había sido de tan sólo 135.000 unidades y que se había presentado el 21 de abril de 2022. Preguntaron dónde se había vendido, teniendo como referencia el número 47 y el entorno de Valladolid. En el resultado aparecieron varias direcciones y dos concretamente de Burgos.
¿Por qué se fijaron especialmente en Burgos? Porque los investigadores habían estudiado el recorrido de los paquetes bomba a través de las cámaras de seguridad y habían logrado determinar que tres de los sobres se habían depositado en buzones de allí.
Otras líneas de investigación
Mientras tanto, nadie se había olvidado de los paquetes bomba. Seguían en estudio. Se miró la grafía. La perfección de las letras indicó a los especialistas que las habían hecho con una plantilla. Esa línea de trabajo no llevaba a ningún lado. Lo siguiente fue analizar el sobre: todos eran de cartón, idénticos. Mismo tamaño 10 x 15. Sus particulares medidas y aspecto (forma de solapa, tipo de cierre, pliegues...) sirvieron para localizar el punto de venta. No se trataba de un sobre común, sino especial. Sólo se vendía a través de en una página web concreta. Los agentes hicieron lo que cualquiera de nosotros, pedir el listado de ventas recientes. El cerco se estrecha sobre el Unabomber sin que él lo supiese.
Apenas aparecieron unos pocos nombres. Uno en concreto había comprado 25 sobres iguales. Este individuo, antiguo enterrador en Vitoria, vivía en Miranda de Ebro, Burgos. Había otros indicios técnicos que apuntaban a él. Por ejemplo, que había comprado a través de Amazon las pegatinas blancas sobre las que escribió las direcciones, las plantillas de letras y otros objetos con los que construir los paquetes bombas. Se trataba de Pompeyo González Pascual, 74 años. Ya estaba en el radar de los investigadores como principal sospechoso.
Los responsables de las pesquisas decidieron entonces ponerle bajo vigilancia y esperar la oportunidad. Antes de detenerle, había que comprobar que era él al 100% y sólo había una forma de hacerlo: robarle el ADN y cotejarlo. Un día, sus sombras observaron que salía de su domicilio y tiraba una bolsa de basura. En cuanto se fue la recuperaron. Buscaron restos de ADN y los compararon con los obtenidos de los paquetes bomba: positivo. En otra de las bolsas de basura que recuperaron encontraron tornillería, cerillas y otros elementos que les llevaron a pensar que estaba fabricando otros paquetes bomba.
Los investigadores pidieron al juez una orden de entrada y registro y a primera hora de la mañana del 25 de enero fue detenido. En su casa localizaron todo tipo de objetos para fabricar los artefactos explosivos. Y presidiéndolo todo. Dando sentido a su obra: dos póster de La Pasionaria en blanco y negro y uno del partido comunista en rojo. Sobre una mesa la imagen de Lenin y un llavero del Che Guevara