Leyendas de Cataluña
La trágica leyenda del hombre que se casó con la reina de las hadas y lo perdió todo diciendo tres palabras
La historia de la mujer del agua que se cuenta en Riells del Fai no tiene un final feliz
Cuenta la leyenda que en Riells del Fai (Barcelona) viven hadas. Criaturas fantásticas y etéreas, personificadas generalmente en forma de una bella mujer, protectoras de la naturaleza. Producto de la imaginación, la tradición o las creencias, forman parte de este fabuloso mundo de los elfos, gnomos, duendes, sirenas y gigantes que da color a las leyendas y supersticiones de todos los pueblos antiguos.
Según la leyenda, podemos provocar un contacto directo con estas criaturas aladas, desarrollando la visión etérea. Se cuentan historias de hadas con poderes maléficos, que llegan a raptar a niños para cambiarlos por seres fantásticos totalmente iguales a los pequeños sustraídos. Así intentaban crear una estirpe entre humanos y hadas, aunque los niños morían al poco tiempo, ya que eran pálidos y escuálidos.
En la Edad Media se consideraba «hijos de las hadas» a los niños que se encontraban así, y se pensaba que habían ocupado el lugar de los verdaderos hijos. Otras veces engatusaban a un hombre de noble estirpe, transformándose en mujeres de belleza inigualable para quedarse embarazadas de estos y dar a luz a un ser mitad humano y mitad fantástico. Para que este sobreviviera, el marido no tenía que rezar nunca y tampoco podía ver a las hadas completamente desnudas.
La mujer del agua
Volviendo al inicio, se cuenta que una vez el heredero Viaplana, de Riells del Fai, se dirigía al mercado de Granollers, cuando en un salto de agua vio a una preciosa mujer bañándose. Sin duda era la reina de las hadas, puesto que su belleza delataba la noble condición de la joven. Llevaba en la cabeza una perla y cubría su cuerpo con un traje de estrellas de agua.
El joven Viaplana quedó deslumbrado por la belleza de la mujer del agua que acababa de conocer. Decidió interrumpir su viaje a Granollers y se acercó al río para hablar con la reina de las hadas y confesarle el amor que por ella sentía. Se quedó a orillas del río. Pasaron muchas horas. Aun así, el joven Viaplana no perdió las esperanzas.
El día se convirtió en noche. Viaplana rogaba a Dios que la mujer que había desaparecido en el agua le diera su amor. Y la perseverancia tuvo su premio, ya que al día siguiente una dulce voz lo despertó de sus sueños. «Sí, Viaplana, quiero casarme contigo, pero debes prometerme que nunca me llamarás mujer de agua».
El joven aceptó la condición que le exigiría la bella dama. La sacó del agua y la llevó a su casa para anunciar, con el sonido de los tambores y platillos, su próximo compromiso matrimonial.
Ni los más viejos del lugar recordaban una fiesta igual. Todo el pueblo comió las mejores viandas y bebió los más excelentes vinos. Bailaron y se divirtieron durante tres días y tres noches. Y si abundante fue la comida y la bebida durante los festejos, lo cierto es que también lo fue la riqueza de la familia Viaplana. Las cosas no pudieron salir mejor a la joven pareja. Fueron unos años de grandes cosechas y de gran felicidad, y Dios les bendijo con dos hijos que hacían honor a la alegría de sus padres.
«Tomad la hoz y segad»
Pero, un día de mayo, cuando el padre se encontraba lejos de la casa, estando todavía verde el trigo, la reina de las hadas llamó a sus trabajadores. «Tomad la hoz y segad». El dueño, mientras tanto, estaba con los leñadores monte arriba, y como por entonces esperaban la presencia del ejército del rey por sus tierras, decidió volver a casa.
Al llegar y ver que el trigo, todavía verde, había sido segado, enloqueció y preguntó quién había dado la orden. Un segador no tuvo reparo en informarle de que su mujer les había dicho que se pusieran a trabajar. Viaplana enloquecido, entró en su casa y se dirigió a su esposa en un tono agresivo. «¿Por qué mandaste segar el trigo, mujer de agua?».
Acababa de llamarle «mujer de agua». Se quedó de piedra. Había jurado que nunca la nombraría así. La hermosa reina de las hadas desapareció al instante. Entonces se dio cuenta de su error, que había roto la promesa hecha. El dolor se apoderó de él. ¡Cuánto lloraría Viaplana la marcha de su esposa! ¡Cuánto oraría para que la mujer de agua volviera a la masía!
Una mañana comprobó que sus hijos ya estaban vestidos. Se extrañó mucho, por eso les preguntó quién lo había hecho. «Ha sido nuestra madre», respondieron. Una chispa de esperanza se abrió paso en el corazón de dolorido campesino. «¡Quizás vuelva!», murmuró. Desde ese día todas las mañanas la casa se vestía con la alegre presencia de la reina de las hadas, pero su marido no podía verla.
Por eso tramó un plan. Le dijo a su hija que, sin que se diera cuenta, en la próxima visita, cosiera su vestido con el de la madre, para que así no pudiera escaparse. La obediente hija hizo lo dispuesto por el padre. Cosió la falda con la de su madre, y llamó a su padre para que pudiera verla. Cuando Viaplana entró en la habitación, no encontró a nadie. La mujer de agua se había llevado a sus hijos. A partir de ese día la miseria se apoderó de la masía en la que antes había reinado la felicidad y la abundancia. Viaplana perdió lo que más amaba y de la mujer de agua de Riells del Fai nunca más se supo nada.