Leyendas de Barcelona
El monasterio de Barcelona que en la Edad Media custodiaba un cuerno de unicornio «blanco como el marfil»
La fascinación medieval por este animal mítico llega hasta nuestros días
En la Edad Media, el unicornio no solo era un ser mítico, sino un símbolo de poder y pureza. Su cuerno, conocido por sus supuestas propiedades curativas y protectoras, era altamente codiciado. Considerado un antídoto universal, su valor era incalculable para las élites medievales. Muchos inventarios de tesoros de iglesias y casas reales en Europa mencionan estos cuernos, aunque la mayoría de los que han sobrevivido, como los de la abadía de Saint-Denis y la catedral de San Marcos en Venecia, resultaron ser colmillos de narval, un cetáceo del Ártico.
Durante siglos, los narvales fueron cazados en los mares del Norte debido a que sus colmillos se ajustaban perfectamente a la descripción del cuerno de unicornio. Estos colmillos no solo se utilizaban como supuestos antídotos, sino que también se les atribuían propiedades afrodisíacas y rejuvenecedoras si se consumían en polvo. Además, se creía que el cuero de unicornio en botas ofrecía protección contra enfermedades graves como la lepra.
El unicornio también se asoció con la Virgen María en el arte religioso del norte de Europa durante los siglos XV y XVI. Tapices y pinturas de la época, como los célebres tapices de «La Dama y el Unicornio» en París, lo mostraban junto a símbolos de virginidad y pureza. Estas obras, representativas del arte gótico cristiano, solían situar a la Virgen y el Niño en un jardín cerrado y floreciente, acompañados de animales.
El interés por los unicornios resurgió en el siglo XIX con el Romanticismo, influyendo en la pintura simbolista. Hoy en día, el unicornio sigue siendo una figura central en la literatura fantástica, manteniendo su aura de misterio y magia.
Pero, ¿cómo se conecta esta leyenda con el monasterio de Pedralbes?
En el siglo XIV, bajo el reinado de Joan I el Caçador (1350-1396), bisnieto de Jaume II el Just y esposo de Elisenda de Moncada, fundadora del monasterio, se vivió un episodio notable. Según el medievalista Antoni Rubió i Lluch en su obra «Documents per la història de la cultura catalana medieval» (1907-21), el 29 de octubre de 1377, el rey solicitó un cuerno de unicornio que supuestamente se encontraba en el monasterio de Pedralbes. El documento describe el cuerno como «blanco como el marfil, enrollado como el azúcar retorcido, y del grosor de una lanza, largo y con la punta aguda».
Josep Maria Roca, historiador y médico, también documentó en 1929 la solicitud del rey Joan I, quien, debido a su frágil salud, creía en las virtudes curativas del cuerno. Estos cuernos eran tan valorados que se donaban a santuarios y monasterios en señal de agradecimiento por salud y protección.
El destino final de este cuerno de unicornio en el monasterio de Pedralbes es un misterio. No existen documentos en el archivo del monasterio que mencionen este preciado objeto. No obstante, esta historia refleja la profunda fascinación y devoción de la época hacia los unicornios. Como homenaje, el monasterio ofrece el juego de pistas «El secreto del testamento de la reina Elisenda», cuyo mensaje oculto enlaza la figura del unicornio con el monasterio de Santa María de Pedralbes.
El unicornio, uno de los seres más omnipresentes en la literatura universal, se caracteriza por ser un animal esplendoroso en forma de caballo o de macho cabrío con un cuerno recto en la frente. El aura de misticismo que envuelve su figura es tan importante que la fascinación por su supuesta existencia llega hasta prácticamente el siglo XIX, más allá de su interés literario. Símbolo de fuerza, pureza, castidad y riqueza, es también una figura muy recurrente en los armoriales medievales, donde se representa con barba de macho cabrío, pies horcados y cola de león.