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18 de septiembre de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

Armas occidentales en territorio ruso. ¿Qué es lo que está en juego?

Putin ha advertido que, si se le da permiso a Ucrania para emplear su armamento de largo alcance en territorio ruso, la OTAN estará en guerra con la Federación

Actualizada 04:30

Prueba de sistemas ATACMS en Corea del Sur

Prueba de sistemas ATACMS en Corea del SurAFP

El verano se termina en Ucrania sin más sorpresas que la incursión de Kursk. Las anunciadas ofensivas de primavera y verano del Ejército ruso han dado menos fruto que la de invierno, en la que cayó Avdiivka. Sin embargo, en el Donbás se mantiene la presión. La carnicería continúa. Gerasimov no maniobra, pero sus tropas agachan la cabeza y embisten, varias veces al día en algunos puntos del frente. Media baldosa hoy, media mañana —como los legionarios de «Astérix y Cleopatra»— van barriendo el terreno. A su actual ritmo, quizá consigan tomar otra ciudad ucraniana —la candidata más probable es Pokrovsk— en los próximos seis meses… pero ¿para qué repetirlo? Todo esto ya lo saben los lectores y la reiteración puede llegar a aburrirles.

La guerra es una actividad muy demandante, que impone duros sacrificios a las naciones contendientes. También exige sacrificios, aunque solo de naturaleza económica, a sus amigos y aliados. Si algo no pueden ser es aburrida. Los pueblos necesitan adrenalina para librarlas, y no hay demasiados fármacos que la provean: el odio, el miedo —poco usado porque tiene severas contraindicaciones— y la esperanza.

Desde que el proyectado mate del pastor contra la capital de Ucrania se convirtió en un forcejeo de peones, Putin y Zelenski se han esforzado por convertir a sus enemigos —y crea el lector que no es mi intención igualar éticamente al agresor y el agredido— en terroristas sin alma. También han dado —y seguirán dando— falsos mensajes de esperanza. El más falso de todos, el anuncio de que todo iba de acuerdo con lo planeado que repitió Putin durante los primeros meses de la contienda. Pero también Zelenski ha asegurado estos días que la incursión de Kursk va según lo planeado. Y puede ser que sea así, en el nivel estratégico —indudablemente, Kiev ha conseguido impulsar un útil debate sobre las líneas rojas de Putin— pero me gustaría poder confiar en que en el terreno táctico no queden cabos sueltos.

Sirvan estas líneas de introducción a la cuestión que hoy nos ocupa. ¿Qué es lo que está en juego en la autorización del uso de armas occidentales en territorio ruso, más allá de la retaguardia inmediata donde ya está permitido desde el ataque ruso a Járkov esta primavera? Lo más valioso es, sin duda, la esperanza. El pueblo ucraniano espera ese permiso y la esperanza le ayuda a soportar los rigores de la guerra. Pero, como no creo que El Debate se conforme con esta respuesta, de naturaleza filosófica, analizaremos el asunto desde otros puntos de vista.

La perspectiva política

Entre las virtudes de Putin —alguna tendrá además de la de no ser woke que le hace tan atractivo para algunos lectores de El Debate— no está la de ser capaz de olfatear el cambiante barlovento de la política. Ni interna —él provocó la rebelión de la Wagner— ni externa. Así, el viento sopla hoy contra Rusia por algunas razones objetivas de las que él es culpable. La adquisición de misiles balísticos iraníes, bajo la presión de un consumo mucho mayor que la capacidad de producción rusa, es un grave error político del dictador.

En el contexto de su extraña alianza con los clérigos chiíes —la bicha para buena parte del pueblo de los EE. UU.— es más sencillo entender las razones de la amplia presión bipartidista sobre el presidente Biden para que autorice el uso de armas de largo alcance norteamericanas sobre objetivos militares en territorio ruso. El error también explica por qué la vicepresidenta Harris hace de la guerra de Ucrania una parte importante de su campaña para las elecciones presidenciales. Rara vez es el altruismo lo que guía a los políticos. Si lo hace es porque sabe que tiene el favor del público en ese terreno, como Trump lo tiene en el asunto de la inmigración.

Mientras escribo este artículo, el primer ministro británico viaja a Washington para reunirse con el presidente Biden, y en la agenda de ambos está incluida la autorización —y los límites — del uso de los misiles de crucero británicos Storm Shadow y de los misiles balísticos ATACMSArmy Tactical Missile System—norteamericanos en territorio ruso. Llueve sobre mojado. El mismo asunto se discutió durante la visita a Kiev del Secretario de Estado de los EE. UU. y el ministro británico de Asuntos Exteriores. Si todavía existen dudas sobre la postura norteamericana, la del Reino Unido parece clara, y en los medios británicos se da por descontada la autorización.

La perspectiva táctica

Todo eso ¿para qué? Más allá de la línea del frente, Rusia tiene bases aéreas desde las que puede atacar impunemente a Ucrania. Tiene armas de largo alcance, puestos de mando y centros logísticos. El empleo de los misiles de que hoy se habla obligaría a alejar estas unidades de sus objetivos y complicaría la vida de los militares rusos. ¿Hasta qué punto? La respuesta honesta es que no demasiado. La decisión de Washington se ha retrasado tanto —y no es la primera vez que esto ocurre— que la mayoría de las unidades rusas, en previsión de lo que pueda suceder, se han ido trasladando más allá de los 300 kilómetros de alcance de los misiles que hoy están sobre la mesa.

Así pues, el empleo del ATACMS en territorio ruso sería útil, pero en absoluto decisivo. ¿Por qué, a pesar de todo, el debate tiene su importancia? Por lo que pueda venir después, cuando lleguen a Ucrania armas de mayor alcance. De la mano del F-16, Zelenski podría poner en servicio el JASSM —Joint Air to Surface Standoff Missile—, un misil de crucero cuyas versiones de alcance extendido llegan a los 1.000 kilómetros, que causaría a la logística y a la fuerza aérea rusa dificultades mucho mayores.

La perspectiva rusa

Como viene ocurriendo desde el primer día de la invasión —que, como recordará el lector, llegó acompañada de amenazas nucleares contra OccidentePutin juega la carta de la escalada. Pero llevamos oyéndole dos años y medio. A pocos preocupan ya sus faroles.

Por otra parte, tampoco es que haya demasiada lógica en las declaraciones del dictador. Putin ha advertido el jueves de que, si se le da permiso a Ucrania para emplear su armamento de largo alcance en territorio ruso, la OTAN estará en guerra con la Federación. ¡Vaya por Dios! ¿Otra vez?

Algún punto habrá en el Derecho de la Guerra que justifique lo que dice el angustiado presidente, pero ni yo lo conozco —a lo mejor es nuevo y yo hace muchos años que terminé la carrera— ni él ha dado ninguna referencia. Con todo, si el dictador tuviera razón, Irán, Corea del Norte y Bielorrusia estarían en guerra con Ucrania. Y eso es algo que suena todavía más raro si recordamos que Rusia no lo está. Payasadas del Kremlin para las que los rusoplanistas seguramente tendrán una buena explicación. También los terraplanistas, que están estos días celebrando un congreso en Menorca —he leído en un artículo que darán golpes a un muñeco al grito de «Galileo, eres feo», pero no termino de creérmelo, la verdad— dicen que pueden explicar la diferencia horaria en los distintos puntos del globo. Perdón, del plano.

Los riesgos

La causa que defiende Zelenski, la defensa de Ucrania ante una agresión exterior, es justa. El Derecho de la Guerra la ampara, siempre que los objetivos sean militares. Y estoy seguro de que Washington y Londres exigirán que no haya ambigüedad alguna en este sentido. ¿Por qué, entonces, Biden duda?

Poniéndonos en lo peor, hay una buena razón. La mayoría de los políticos rehúyen la responsabilidad. Recuerdo una interesante película —no puedo opinar sobre su calidad artística, que eso ya lo hacen otros autores para El Debate— titulada «Espías desde el cielo». En ella, el gabinete británico tiene que valorar si autoriza o no una acción preventiva contra una célula terrorista para evitar una acción contra un centro comercial que puede resultar en decenas de muertos en un lejano país africano. Hay un dron listo para actuar, pero cerca —demasiado cerca—del comando suicida hay una niña que puede ser víctima colateral. Se trata, desde luego, de una decisión difícil, pero el argumento que decidió la cuestión no podía ser más deplorable: si moría la niña le echarían las culpas al gobierno, mientras que del atentado terrorista sería fácil acusar a otros.

De lo que estaba hablando es, desde luego, de una película. Pero quizá no estaba demasiado lejos de la inquietante realidad. Si Biden autoriza el empleo de los misiles norteamericanos sobre las bases aéreas, los almacenes de munición o los puestos de mando se mete en un laberinto. Es posible que Putin se sienta obligado a desplegar sus aviones de combate en aeropuertos civiles o lleve la munición a edificios dentro de las ciudades. Y entonces, ¿qué? ¿Está preparado algún político occidental para leer en las noticias que un avión de pasajeros, incluso vacío, ha sido destruido en un ataque aprobado por él?

La forma más cómoda de cortar toda posibilidad de tener que competir con Putin en el terreno de la barbarie —Moscú, por cierto, acaba de apuntarse a la línea de los hutíes al autorizar el primer ataque contra un barco mercante que transportaba grano en el mar Negro — es negarle a Zelenski la autorización que solicita. También sería, en mi opinión, la más irresponsable.

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