El pueblo dividido por la riada
Albal trabaja a destajo para devolver la normalidad de las clases a alumnos, padres y profesores
El colegio público San Blas de la pequeña localidad valenciana ha conseguido, en tiempo récord, limpiar de agua y barro el interior de las clases, el pabellón cubierto y el patio con la ayuda de voluntarios, Scouts y los materiales del Ayuntamiento
Albal es un caso paradigmático en la tragedia de valenciana. Un pueblo que, por su ubicación geográfica en forma de uve, entre Paiporta y Catarroja, recibió el aluvión de la Dana del pasado martes desde distintos frentes, pese a que sobre sus aceras no cayó ni una sola gota. Tal es así que mientras una parte del pueblo, la más baja se inundaba, en la otra mitad no eran conscientes del desastre que estaban sufriendo parte de sus vecinos.
Una de las calles más afectadas ha sido la que cruza por delante del Colegio Público San Blas, el más antiguo de la ciudad, pero también los aledaños que comunican el centro escolar con el instituto de secundaria, nuevo, casi recién estrenado y donde la humedad ha empezado a causar estragos en los techos de las clases. «Las planchas se están desprendiendo», declara la vicedirectora, Cristina, a El Debate.
En ambos casos, una situación de partida similar pero con un planteamiento muy diferente para solucionarlo. En el instituto esperan, «por indicación» dela Inspección educativa que se les asignen equipos profesionales del Ejército o de la Unidad Militar de Emergencias (UME) para iniciar las tareas de reparación y limpieza (desde el pabellón hasta las aulas de la primera planta) todo son marcas de agua y restos de barro. «Lo hemos perdido todo. Todo el material», apunta la vicedirectora que trabaja con un grupo «muy reducido de profesores» para salvar los pocos «libros y algunos enseres» que están separando del resto; y, sobre todo, para hacer inventario.
La única opción viable, a corto plazo, para retomar la rutina serán las clases on-line. Una propuesta que a las familias de los alumnos «les ha caído como un jarro de agua fría» porque no se dan, ni siquiera, las condiciones técnicas de conexión necesarias para poder asumirlas a partir de la próxima semana.
Mientras tanto, a dos manzanas de allí, un grupo de madres y padres, profesores y voluntarios, limpian una a una las piezas del material académico que han sacado al patio para secar y que ya están de vuelta en aulas en las que sólo algunas marcas de agua en las paredes dejan ver la gravedad de lo ocurrido. Ellos han preferido intervenir a destajo y «con la ayuda de los voluntarios», entre ellos, un grupo de Scouts, para achicar agua y que todo, cada rincón, huela a lejía y a desinfección tras la inesperada tormenta.
«El material nos lo ha proporcionado el Ayuntamiento» que, también, «hace lo que puede». Algunos de los padres de los alumnos son funcionarios en el Consistorio y «aquí todo el mundo ha arrimado el hombro», nos cuentan dos de las madres metidas en faena.
«No sabemos cuándo se podrán reanudar las clases», cuenta Ana, una de las madres-coordinadoras, a este diario, «pero queremos que sea lo antes posible porque nuestros hijos preguntan» y los padres y profesores quieren «devolverles a la normalidad» en cuanto puedan.
Ahora toca el turno de la «maquinaria pesada» porque el barrizal que todavía inutiliza una parte importante del patio necesita de bombas y operarios, muchos operarios, empujando el barro hacia fuera del recinto. Al final de esta crónica, un retén de especialistas y un camión autobomba del Plan andaluz de defensa contra incendios forestales (INFOCA), estaban sobre el terreno con las maestras para ayudar en la misión con la que esta mañana nos despedían, bajo sus mascarillas y con las manos cubiertas por guantes las madres y los padres.