Crónicas castizas
De capitán guerrillero a camarero: «Si nos arrodillamos es para afinar la puntería»
Había combatido en las filas del Frente Sandinista y realizado cursos de adiestramiento en Moscú , era cetrino, robusto y lucía un bigote negro que le cubría el labio. Llegó a capitán del Ejército en Nicaragua y a camarero en España
Omar y yo nos conocimos en un curso que vino a realizar a España con el entonces capitán Rodolfo, de quien hablamos en estas crónicas como el hombre que no fue general; ya había recibido en su unidad de élite de la Guardia Civil fuerzas extranjeras para instruirlas, como los combatientes angoleños a los que ya mencionamos. En esta ocasión llegaron de Centroamérica nicaragüenses, unos luchadores sandinistas apoyados por Moscú y otros de la contra, con las bendiciones de Washington, opuestos al régimen de los Ortega, que es sabido es un régimen familiar sin proteínas. Él de presidente y ella de vicepresidenta.
En medio de las charlas de presentación los contra afirmaron con convicción aunque teatralmente agachados y simulando empuñar un fusil: «si nos ve ponernos de rodillas es solo para afinar la puntería». Esas provocaciones y el alcohol, afición compartida por los marxistas y los antimarxistas, hacían que las bofetadas volaran con frecuencia de acá para allá y los guardias civiles se tenían que emplear a fondo para detener las peleas y evitar que se convirtieran en multitudinarias. Con mucha mano izquierda los cursos en España salieron adelante; pero Nicaragua no, eso no estaba en manos de los guardias, ni siquiera en la zurda.
Una tarde en el bar Petisqueira, regentado por Daniel, un antiguo comando paracaidista del Ejército portugués, iban cayendo botellas heladas de vodka Stolichnaya y Moskovskaya, una costumbre etílica rusa que Omar Gálvez, uno de los oficiales sandinistas, se trajo de la estepa que vio retroceder a Napoleón y a Hitler.
Mientras, el «nica» me desgranaba su vida y yo tomaba apuntes: guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional, pañuelo rojinegro al cuello, no llegó a comandante, la graduación habitual de los mandamases que Cuba instituyó en tiempos del Ché Guevara; y Omar se quedó sin las mieles y los laureles del triunfo ni entró en el reparto del botín. Para consolarle por un lado y porque muchos de los demás no querían ir a la gélida Comunistalandia por otro, le mandaron a hacer cursos con sus contenidos diversos con los xenófobos tovarichs rusos, cursos de táctica que le entretenían a Omar donde recordaba vivamente emboscadas y combates en las agobiantes, por densas, junglas centroamericanas y también para su desdicha de aburrida doctrina marxista leninista en la antigua Unión Soviética, entonces vivita y coleando, donde compartió algunas botellas con sus compañeros de estudios antes de volver a su tierra como capitán en el Ejército de Nicaragua, con el salario exiguo y las manos lejos de la caja estatal; esa donde está el dinero público que algunas opinan que no es de nadie; pero la familia crecía y sus ingresos no. Dejó los oropeles del mando y el uniforme y se vino a España aprovechando el curso con los picoletos. Y ahora es camarero en Madrid y viste camisa blanca y pantalón negro y va destocado sin otra gloria ni empaque que la de un padre hispano que se vino a la Madre Patria a mejorar la situación de su familia, renunciando a las estrellas de latón de su guerrera.
Mientras hablamos con el vodka por compañero silencioso le telefonea su hija al móvil, que él llama celular, asuntos de dinero para las clases, se le dulcifica a Omar la voz cazallosa, él promete y la anima a seguir estudiando con tono cariñoso y paternal, se trata sólo de hacer unas cuantas horas extras más en el bar de Boadilla y en algún otro que le requieran. No hace falta internarse en Costa Rica para buscar contras o exterminar indios misquitos fusil AK 47 en ristre, que él llama «akita» donde vuela el plomo generoso y desaparece el oro ávido en manos de los cabecillas.