El portalón de San Lorenzo
La Formación Profesional: «Que el futuro sea tu presente»
Las Universidades Laborales molestaron desde siempre a mucha gente con poder
Vivimos tiempos paradójicos. Mientras el paro juvenil continúa situándose muy por encima de la media europea, infinidad de puestos de trabajo disponibles no llegan nunca a cubrirse por falta de profesionales especializados. Hay que buscar con lupa a torneros, fresadores, soldadores o carpinteros, que además no son, precisamente, profesiones mal pagadas. Han sido muchos los años donde la Formación Profesional ha sido maltratada y estamos viendo sus consecuencias.
Ahora el Gobierno, como otros recientemente, quiere promocionarla entre los jóvenes con el eslogan de traer el «futuro al presente», tarea que se presenta tan difícil en nuestro país como cuando los físicos teóricos hablan de volver desde el «presente al pasado», porque con la llegada de la llamada democracia todos los políticos, de un bando y otro, se empeñaron por motivos ideológicos en desmontar toda la estructura de «presente y para el futuro» que sobre la Formación Profesional existía en España, posiblemente de las más avanzadas de Europa. Les sonaba a franquismo y, dentro de éste, para colmo, a la rama falangista de los viejos «camisas azules» y su «revolución permanente», por lo que había que acabar con ella. Arramblaron con todo, sin considerar ni siquiera que esta modélica estructura tenía detrás una historia mucho más longeva.
En el claustro del antiguo convento de la Trinidad de Madrid se celebró en 1850 una exposición sobre la «Industria Española». Después de su celebración, según comentaba la Gaceta de Madrid en su número 5882 de fecha 15 de agosto de ese mismo año, entonces el oficioso Boletín Oficial del Estado, los poderes políticos españoles reflexionaron con preocupación sobre nuestro retraso frente a los avances en manufactura industrial de países como Francia, Inglaterra o incluso las pequeñas Holanda y Bélgica. La primera fase de la industrialización en los países punteros de Europa y América de Norte ya había concluido y aquí estábamos empezando.
Una mejora docente
Además teníamos otro déficit en el capital humano, y así uno de nuestros dirigentes llegó a decir que «Es necesario a la instrucción general que se recibe en los colegios y establecimientos de la universidad una instrucción especial, capaz de disponer a los jóvenes para que sigan con ventajas la carrera del comercio o la de la industria. El estudio de las literaturas antiguas en el sistema general de esta enseñanza viene a ser, no lo necesario, sino hasta cierto punto, lo superfluo».
Es evidente que exageraba en lo de considerar que las «letras puras» apenas servían para nada. Pero éste era el sentir general que empezaban a mostrar los políticos españoles respecto a la educación.
Por eso, consultando las distintas Gacetas, podemos ver que desde mediados del siglo XIX se intentaban potenciar las Escuelas de Comercio, sobre todo en las localidades cercanas al mar por la situación de los puertos. También se desarrollaba un interés especial por las Escuelas Agrícolas, dado que más del 60% del producto interior bruto español dependía de la agricultura.
A primeros del siglo XX la ley de 17 de julio de 1911, sobre el Contrato de Aprendizaje, en su apartado primero indicaba que «El contrato de aprendizaje es aquel en que el patrono se obliga a enseñar prácticamente, por sí o por otro, un oficio o industria, a la vez que utiliza el trabajo del que aprende, mediante o no retribución, y por tiempo determinado».
Se regulaba así la relación entre aprendiz y empresa, que a veces comprendía tareas tan simples como llevar el botijo a los trabajadores, coger la escoba o limpiar cualquier máquina. Sólo con esto ya se garantizaba un conocimiento practico de cualquier oficio.
Las Escuelas de Trabajo
Más tarde, al final de la Dictadura de Primo de Rivera (1928-1930), se crearon multitud de Patronatos de Formación Profesional por toda España, en total más de cincuenta, que tenían bajo su organización unas llamadas Escuelas de Trabajo. Durante la II República no se creó ningún Patronato más, y la Gaceta solo cita incidencias de dimisiones al frente de los mismos. Los Patronatos, que dependían del Ministerio de Trabajo, pasaron al de Instrucción Pública y Bellas Artes. Y a pesar de la fama tan frecuente que tiene hoy este período de «progreso» sólo el 6% del presupuesto del Estado republicano se dedicaba a educación, de cualquier tipo o modalidad, por lo que poco se podía hacer.
Será en la postguerra cuando a las Escuelas de Aprendices se les dé un gran impulso por la Orden del Ministerio de Industria franquista que en 1940 obligaba a las empresas de más de cien trabajadores a tener sus propias escuelas de este tipo. Grandes empresas como Altos Hornos, Astilleros, Siderurgia, Bienes de Equipo y Auxiliares de Aviación, etcétera. etc. empezaron con sus Escuelas ya en 1941-1942. En 1946 Renfe abrió 12 Escuelas de Aprendizaje en Barcelona-Clot, Barcelona-San Andrés, Córdoba, León, Madrid-Atocha, Málaga, Miranda, Sevilla, Valencia, Valladolid, Vigo y Zaragoza. Durarían hasta 1986, cuando fueron clausuradas.
La escuela de Cenemesa
Poco antes de la de Renfe, la primera Escuela de Aprendices en Córdoba fue la de Cenemesa, inaugurada el 27 de noviembre de 1943. Fueron muchos los aprendices campeones nacionales que salieron de ella desde 1949. Pero quiero destacar aquí a Juan Ruiz Baena y Enrique Suárez Tena que fueron campeones internacionales en 1953 y 1959 respectivamente. El primero junto a su compañero Francisco Valenzuela Vílchez, fueron considerados como «monstruos sagrados» en el arte de la fornitura de plateros (fue conocido también porque su hija se casó con el político Álvarez Cascos),
El último aprendiz de la fábrica que optó a estos concursos organizados por el Frente de Juventudes fue Enrique Castillo Martos, de herramental.
La cuna de Comisiones Obreras
En los años 60 recuerdo cómo algunos de estos aprendices, siempre ávidos de aprender, encontraron en Manuel Rubia Molero, viejo y activo comunista, un referente con su prédica que mezclaba cristianismo y revolución. Aleccionó a la mayoría, y se puede decir que, como había ocurrido en otras capitales de Andalucía, esta juventud se entregó de lleno a la idea de lucha contra el franquismo.
Por eso, con la llegada de la llamada Transición, de la Escuela de Aprendices salieron los componentes de aquellas Comisiones Obreras que comandaba el propio Manolo Rubia, secundado por los Muñoz Otero, Ramírez Alférez, Alcalá Ocaña, Miguel Castilla, Valle Valderas, José Cortés, Núñez Magaña, Jiménez Costilla, Miguel Peláez y quizás el más brillante y destacado de todos ellos, el periodista, antiguo concejal y amigo Lucas León.
Junto a estas Escuelas de Aprendices hay que destacar también el papel de determinadas órdenes religiosas en la Formación Profesional, empezando por los más antiguos, los Hermanos de la Salle, y continuando con los Salesianos, Hermanos Maristas, Jesuitas y Dominicos. Ya a principios del siglo XX tenían sus escuelas y talleres de Formación Profesional, pioneros en una labor que nunca se les ha reconocido.
La Universidad Laboral
Aprovechando esta circunstancia, el Gobierno de Franco daría el espaldarazo a la Formación Profesional creando en poco tiempo desde 1946, 21 Universidades Laborales en Gijón, Tarragona, Sevilla, Córdoba, Zamora, La Coruña, Madrid, Alcalá de Henares, Cáceres, Huesca, Zaragoza, Cheste. Valencia, Éibar, Tenerife, Toledo y Las Palmas. Era toda una bendición para una ciudad ser sede de una Universidad Laboral, y se cuenta que Córdoba fue una de las elegidas, entre otros motivos, por los buenos contactos de Fray Albino. Fui uno de los afortunados que llegó a ser alumno de nuestra Universidad Laboral, regentada por los dominicos.
Estos centros modélicos, punteros en muchos sentidos (por ejemplo enseñaban inglés como lengua extranjera, cuando lo habitual entonces era el francés) salieron del dinero de las Mutualidades Laborales, con unos completísimos y modernos talleres, un espléndido profesorado, pistas para el deporte, piscinas para la natación, y salones de actos para conferencias.
Junto a estas Universidades Laborales también se habilitaron multitud de Centros de Formación Acelerada, que se denominaban PPO, e incluso la Formación Profesional se impartía durante el año de Servicio Militar.
Recuerdo cuando venían a la Universidad Laboral de Córdoba aquellos directores de empresas alemanas en 1os años 60 para fichar a jóvenes profesionales. Se quedaban encantados con su nivel, tanto tecnológico como práctico. Con cierto pesar para ellos no podían llevarse a todos los que querían, porque estos jóvenes eran «rifados» por grandes empresas como Marconi, Bresel, General Eléctrica, Stándar Eléctrica, Duro Felguera y, a nivel local, la propia Cenemesa.
El final de las Universidades Laborales
Pero las Universidades Laborales molestaron desde siempre a mucha gente con poder. Incluso en la época franquista eran mal vistas por las familias democristianas abanderadas por el ministro Ruiz Giménez, que les ponían todo tipo de trabas para homologar sus estudios con los de las Universidades «clásicas», Y ya el remate fue con la llegada de la democracia: eran una «obra franquista» y por ello tenían que desaparecer, desmantelándolas poco a poco.
La de Córdoba fue abandonada, aprovechándose apenas un par de sus enormes instalaciones como Institutos de Enseñanza. La piscina cubierta y la pista de atletismo fueron pasto de los jaramagos. Más de veinte años estuvo la ciudad sin este tipo de instalaciones deportivas.
En el desaparecido bar El Barril se solían encontrar, una vez a la semana, antiguos profesores de la Universidad Laboral. Un día coincidí allí por casualidad con los profesores de Física y Química, señores Moyano y Pantaleón, y me contaron una metáfora que refleja muy bien la realidad de lo que pasó: »Cuando llegamos jóvenes a la Universidad Laboral nos dio la impresión de que entrábamos en un gran portaaviones, Ahora cuando nos hemos jubilado nos ha dado la impresión de que nos hemos bajado de una patera».