El Bautismo del Señor
”Este es mi Hijo amado en quien me complazco”
Queridos hermanos:
Con esta solemnidad del Bautismo del Señor, clausuramos las fiestas de la Navidad, aunque ya estén los alumbrados apagados, las mesas recogidas y los regalos guardados. Es la última solemnidad de la Navidad, porque celebramos la manifestación del Dios escondido por siglos, al mundo entero; hemos contemplado al Señor que no cabe en todo el universo, encerrado en el cuerpo de un niño, hemos visto como los humildes y los poderosos han venido al portal a adorarlo y ahora, meditamos en su manifestación pública a los 30 años, cuando se dispone a comenzar su vida pública tras 30 años escondidos en Nazaret, con su Madre y San José.
Se manifiesta Cristo en un bautismo que no necesita, puesto que no tiene pecado, pero se pone en la fila de los pecadores para darnos ejemplo de humildad y sencillez, que buena falta nos hace. Pide el bautismo a su primo Juan, que quiere evitar el trago cuando le dice:”soy yo el que necesita que lo bautices y tú, ¿vienes a mi?”.
En ese instante el Espíritu Santo baja sobre Él y la voz del Padre se hace escuchar como un trueno en la escena cuando afirma:”Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. No hacen falta más señas para reconocer en Cristo al Dios hecho carne que ha venido «a vendar los corazones desgarrados», como afirma Isaías en la primera lectura de hoy. Qué bonito, ¿verdad? A vendar los corazones desgarrados, no a desgarrarlos, a curarlos, no a ajusticiarlos, a abrazarlos, no a exprimirlos. No hay mejor amigo que Cristo, no hay nadie que nos quiera más que su Corazón bueno y no nos reclama más que amor, a cambio de su sincera y verdadera amistad; ese es el sentido de la Navidad: que Dios ha bajado, para que yo pueda llegar hasta el Cielo y hasta Él.
Un día nuestros padres nos acercaron a la pila bautismal para hacernos el mejor de los regalos: ser hijos de Dios y amigos suyos. Valoremos este sacramento, celebrémoslo con la máxima de las dignidades y con la mejor de las preparaciones, cuidando vivirlo como un misterio santo y no un simple rito de presentación en público de nuestros niños. Busquemos el día en que nacimos al cielo en el bautismo y disfrutemos de saber que el gran Señor que ha creado el mundo y lo ha puesto a mi servicio es el mismo que me quiere con Misericordia eterna, para que viva esta vida y la próxima junto a Él y no de espaldas a su Corazón. Presumamos de ser sus hijos y no escondamos esta verdad que nos hace estar felices aunque muchas veces nuestro corazón sangre y nuestros ojos lloren.
Dios se ha hecho como yo, no por necesidad sino por amor, no lo olvidemos nunca.
Feliz Domingo del Bautismo del Señor.