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La Cabalgata como síntoma

Actualizada 05:15

Un año más, la Cabalgata de Reyes cordobesa ha suscitado una riada de críticas entre los ciudadanos que asistieron para disfrutar de un evento cargado de ilusión y que este año se ha recibido con más ganas tras las dos ediciones anteriores con restricciones sanitarias.

Y criticar una Cabalgata de Reyes, la de cualquier sitio, no tiene nada de novedad. Nunca llueve a gusto de todos, aunque en Córdoba parece cada año que llueve sobre mojado. Y en esta ocasión hay argumentos más allá de las interferencias políticas, que siempre buscan desde el oportunismo electoralista señalar las faltas, defectos y carencias.

Vaya por delante que desde este periódico hemos destacado la recuperación del sentido tradicional y hasta cierto punto religioso del desfile, sin extrañas figuras o extravagancias conocidas en otros años, o puesto de relieve la generosidad de los obsequios con los que se ha dotado al evento. Otra cosa es que se repartieran bien.

Porque la Cabalgata de Reyes vuelve a sufrir los mismos males de siempre con algunos añadidos, que en esta ocasión se ha traducido en una pésima coordinación entre las carrozas con interminables parones y distancias que aburrían hasta a los pajes, que se dedicaban literalmente a mirar el móvil. Si quedaba algún resto de ilusión infantil en los espectadores más menudos, con estampas así esa ilusión se esfuma, desde luego.

Pero además de esa lamentable coordinación, lo peor de la Cabalgata cordobesa es su falta de ambición en todos los sentidos. Las comparaciones son odiosas pero necesarias en algunas ocasiones, y en esta lo es: cualquier desfile de cualquier gran ciudad es más lustroso, bonito, grande y elegante que el cordobés. Y la pregunta es: ¿Córdoba se cree una gran ciudad? Porque si mostramos al exterior la Cabalgata - que también es un reclamo turístico, por cierto- desde luego que no lo parece.

Nos atrevemos a apuntar algunos males que se han convertido en endémicos. El primero es que, posiblemente, a la Federación de Peñas le venga grande todo esto. A las peñas hay que agradecerles ser depositarias de tradiciones populares que en muchos casos están llamadas a desaparecer, pero quizá su papel en la organización debiera ser otro. Da la impresión de que se ha aceptado desde el consistorio una dinámica que amedrenta romper o que sencillamente produce más confort cuando de organizar la Cabalgata se refiere. Sería bueno repensar a los actores y diseñadores de un desfile que requiere conocimientos escenográficos y artísticos. En Córdoba, y este es un apunte al margen, tenemos una excelente escuela superior de Arte Dramático y de puesta en escena saben bastante. En Córdoba, además, hay mucho más talento en otros campos relacionados con los que nos ocupa: diseñadores, modistos, músicos, y bandas.

En Córdoba, además, hay grandes empresas a las que implicar en todo esto - como otras ya lo hacen- y que aporten dinero para engrandecer este espectáculo que lleva demasiadas ediciones enquistado en lo cutre, lo surrealista, lo baratito, en el compadreo y en algo mucho peor: el pensamiento pequeño. Y ese sí es un síntoma que preocupa, porque impregna a toda una ciudad que es mucho más grande y más capaz que lo que muestra cada 5 de enero.

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