El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

La charo en patinete: un sujeto letal en la ciudad

«Hago una llamamiento a las autoridades para que legislen en consecuencia contra la alteración del orden generada por estas patinadoras»

Actualizada 13:50

Desde hace meses sigo en los vídeos cortos de Youtube o Facebook a Miguel Assal, experto en rescate y peripecias varias. Gracias a sus enseñanzas he podido saber que existen esprays contra osos, cuando yo pensaba que sólo un subfusil de asalto, una granada o un lanzacohetes podrían con ellos. Pues no, uno debe llevar al monte una especie de Cucal Aerosol para plantígrados. Si mientras estás de perol se te aparece uno de 175 kilos al galope, hay que mantener la sangre fría, esperarlo y aplicarle el flu-flú. Tan sencillo como eso. Y es que a veces nos complicamos porque queremos.

Gracias a Miguel Assal he aprendido que si te topas con un canguro erguido y con los músculos tensados podría ser señal de un ataque inminente, mucho más si el marsupial está rompiendo árboles. En esos casos conviene agacharse para mostrar sumisión. ¿Y si te ataca un tiburón? Nada de locos chapoteos intentando huir. Hay que esperar quieto al escualo, ponerle la mano entre los ojos cuando te vaya a morder y empujarlo. ¡Y ya está! Si te topas con un puma que te mira fijamente deberemos retroceder con lentitud y sin darle la espalda. Caso muy distinto son los cocodrilos, fáciles de dejar atrás corriendo en tierra firme. Eso sí, si ya te han mordido en el agua o cerca de ella tienes que ir a por sus zonas sensibles: ojos y hocico. Si el reptil está girando sobre sí mismo para desgarrarte no se te olvide ir al compás como en natación sincronizada o conseguirá su propósito.

Todas estas instrucciones nos ponen en guardia, hacen una llamada interior al cazador-recolector que tenemos dentro y nos preparan para estar alerta en el barrio. Pero reconozcámoslo, las probabilidades de toparte con osos, canguros, tiburones, pumas o cocodrilos en los bosques y pantanos cordobeses son escasas. No digamos ya en los distritos urbanos o barriadas periféricas. Y todo ello a pesar de la política de introducción de alimañas de la Junta de Andalucía, que desde que un alto funcionario vio Parque Jurásico en 1992 no ha parado de intentar convertir al senderismo en un deporte extremo, procurando llenar el campo de linces, lobos y todo bicho viviente capaz de agredir o incluso comerse a un ser humano. Afortunadamente los linces son ibéricos, y por tanto propensos al esperpento de morir, uno por uno, atropellados. Y el otro día leí que el lobo no había arraigado en Sierra Morena. Menos mal que no hay tigres de dientes de sable, que si no un oficinista que aprobó unas oposiciones te los planta junto al fuerte del Séptimo de Caballería en Los Villares.

Viene al caso esta larga introducción porque creo que Assal se pierde en sucesos remotos e inciertos, dejándonos inermes ante los verdaderos peligros que podemos padecer, muchas veces tan mortíferos como la embestida de un búfalo cafre. En el caso de Córdoba hemos de considerar que se trata de un ecosistema pacífico. Apenas hace acto de presencia el mena común, equivalente en la urbe a los licaones en la sabana. A su vez, las barriadas marginales, territorios con numerosos depredadores, están suficientemente acotadas para no representar problema alguno en el resto de la ciudad.

Prolifera no obstante, es más, campa a sus anchas, un sujeto letal: la charo en patinete. Lejos quedaron los tiempos en que la charo conductora podía constituir un riesgo, pues los avances tecnológicos en los coches conformaron una ayuda decisiva para que se pudiera desenvolver sin chocar o atropellar a nadie. Y nunca supuso una amenaza en bicicleta, ya que baja demasiado el sillín, quedando al pedalear sus rodillas a la altura de las orejas, lo que unido a sus reticencias a cambiar de marcha, en caso de saber que hay cambio, desembocan en un tránsito extremadamente lento.

Pero hace un lustro aproximadamente llegó a Córdoba un nuevo medio de transporte: el patinete eléctrico. La simpleza de su funcionamiento, unida a un aspecto que remite a la infancia, hizo a esta cabalgadura mecánica idónea para la charo, que evitaba por una parte las complicaciones del manejo del coche y por otra el esfuerzo físico que supone la bicicleta. Patinete y charo, charo y patinete, se fundirían como en una simbiosis que tornó al carril-bici y muchas aceras o calzadas en lugares espeluznantes.

Tras un estudio de campo realizado en los últimos años con respecto a 3.174 charos en patinete que han venido hacia mí, ya fuese viandante, ciclista o copiloto de coche (no conduzco), la investigación arroja resultados inequívocos que me gustaría compartir para que no estuviesen sesgados por mi experiencia particular. Las conclusiones son las siguientes:

1) La charo no emplea el freno, bien por desconocimiento de este elemento en el patinete, bien por considerarlo superfluo o absurdo.

2) La charo jamás va en línea recta, sino en una especie de zigzag más o menos acusado debido a la inseguridad generada por las características del medio de transporte sumadas a sus kilos de más y falta generalizada de agilidad.

3) La charo, en imitación a la paloma de plaza alimentada por anciano con nieto, se dirige hacia los humanos sin intención de variar el trayecto, obligando a que la víctima se aparte para evitar el golpe.

Por este motivo hago un llamamiento a las autoridades para que legislen en consecuencia contra la alteración del orden generada por estas patinadoras, más peligrosas cuanta más parafernalia llevan (casco, coderas, chaleco reflectante).

A su vez me gustaría solicitar a divulgadores como Miguel Assal que también tuvieran en cuenta a estos especímenes con el objeto de evitar sus perniciosas acciones, elaborando vídeos al respecto que puedan ilustrar al ciudadano medio, hasta ahora completamente indefenso ante ejemplares además protegidos e incluso fomentados por el Instituto de la Mujer.

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