Los «grinos», personajes del Camino
Hacer referencia a la ruta jacobea supone abrir un libro en el que se encierra una información infinita, con un elevado número de conocimientos que difícilmente resultan abarcables. Sería como si se descubrieran en él largos capítulos que profundizaran en los distintos caminos, motivaciones, aspectos culturales y un largo etcétera de cuestiones relativas a esta senda ancestral.
No cabe duda de que ninguno de estos temas tendría contenido si no hubiera peregrinos, o pelegrinos si se quiere hacer uso del vulgarismo. La palabra peregrino deriva del latín peregrinus, como se designaba en el Imperio romano a esos sujetos libres que no se convertirían en ciudadanos hasta el Edicto de Caracalla en el siglo III. En sentido literal, el peregrino sería un extranjero: per (a través de) y ager (campo) ya que en realidad, aún viviendo en la misma ciudad, se estaba aludiendo a ciudadanos de categoría inferior, algo así como ciudadanos de segunda. Para Ortega y Gasset, el primer fonema (per) encontraría significado en «caminar por el mundo cuando no había caminos», algo como «un viaje más o menos desconocido o peligroso» y para cuya procedencia hallaba justificación en el léxico indoeuropeo.
Pues bien, al hablar de peregrinos en la actualidad, es posible localizar bastantes modelos de diferentes sujetos que pueblan los senderos conducentes a la tumba de Santiago. Cualquiera que se disponga a acometer esta empresa, va a reconocer de inmediato a «bicigrinos», «turigrinos», «pijigrinos» o «hippygrinos» sin que nadie especifique aspectos concretos de la variedad con la que se está cruzando pero reconociendo en cada una de estas voces al ser que se encierra en ellas. Estas expresiones que no aparecen en ningún diccionario, representan un vocabulario creativo en el que se repite el sufijo «grino» que todo lo encaja.
Y traía a colación lo dicho anteriormente porque leía hace poco un artículo en el que se utilizaba el término coloquial «cutre» para hablar de una de estas figuras, el «cutregrino». Como se puede deducir a estas alturas, describía al que es tacaño y miserable, al típico caradura que con el descaro que lo caracteriza se va aprovechando del más pintado.
Con muchas de estas personalidades he tropezado en algún momento del Camino, conectando con lo que escribiera Paulo Coelho en El peregrino: «rodeado por la neblina, solo en aquel ambiente irreal, una vez más comencé a ver el Camino de Santiago como si fuera una película, en el momento en que vemos al héroe hacer lo que nadie haría mientras en las butacas la gente piensa que estas cosas sólo pasan en el cine. Pero allí estaba yo, viviendo esta situación en la vida real».