El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El ciclohurtado

Actualizada 05:00

En cualquiera de nuestros barrios, en cualquier momento, puede pasar para irse al instante, de forma grácil e inesperada, un curioso medio de transporte: el ciclohurtado. Se trata de una bicicleta con móvil, palo selfie y concejal incorporado, una moderna forma de centauro con pajarita que se desplaza de un lugar a otro de la urbe, que la cruza y se interna en ella, la rodea y zigzaguea, diríase que la abraza o la acaricia, pero sobre todo la observa o la contempla.

A modo de atalaya rodante, nada escapa al ciclohurtado. El acerado levantado, el alcorque con desperfectos, la sombrilla de bar mal puesta, el arbolito quebrado, el banco roto, el matojo excesivo, la baldosa agrietada, la papelera rebosante, las cabinas telefónicas abandonadas. No hay tocón, rama o loseta que no sea analizada y evaluada. Y finalmente la foto subida al Instagram para la pertinente denuncia. Allá, acá y acullá son términos sin sentido para esta bicihombre capaz de fundirlos y estar a la vez en todos sitios y en ninguno. El ciclohurtado puede seguir un rastro de mojones de caballo en el Puente Romano para, a velocidad luz, estar mostrando un sofá abandonado en el otro extremo de la ciudad. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se deshace el espaciotiempo ante nuestros ojos sin más mecanismo que una bicicleta del Decathlon?

El ciclohurtado muestra al nuevo Psoe, un Psoe que quiere sobrevolar las instituciones, alejarse de ellas, dejar que respiren, que tengan su ritmo, diferenciándose del antiguo Psoe, aquel que las exprimía, que ordeñaba sus fondos para emplearlos en menesteres poco edificantes, que las parasitaba hasta reventarlas por dentro a modo de alien, que las deglutía y poseía hasta confundir administración pública y partido, siendo ambos una máquina de latrocinio.

Este nuevo Psoe, respetuoso y elegante, apenas las toca salvo para cobrar el sueldo. Mientras tanto es como una asociación de vecinos de los años 80 pero con redes sociales. Si hay un árbol talado se hablará de arboricidio sin necesidad de preguntar al departamento de parques y jardines, si hay una mesa puesta de forma rara en una esquina se insinuará algo sobre el velador sin comprobar nada con la concejalía correspondiente y dejando a una empresa al albur de la opinión pública. Entre dimes y diretes avanza esta forma híbrida humano/bici o bici/humano que nos trae la cadencia del senado, el compás tranquilo que hace pero no hace, que apenas insinúa, a cambio de un generoso estipendio mensual y de no introducirse más en el Ayuntamiento. Ciclohurtado nos libra del antiguo Psoe para quedarse en las afueras de la institución, a la que circunda simbólicamente como circunda la ciudad, pues hay una relación metafórica directa entre la centaurocleta de Antonio Hurtado y esta labor sin trabajo.

Aquel cercano Psoe, pero ya parece que pretérito, del robo de dinero público, malversaciones, cocaína y prostitución, estaba incrustado en el corazón de la administración. El nuevo Psoe apenas roza su piel. Dos ruedas y un manillar han obrado el milagro.

Allá donde haya una farola fundida, un graffiti indebido, una naranja caída que ponga en peligro al transeúnte despistado, no se preocupe, un inmenso foco, como el de Gotham, reflejará en el cielo cordobés la silueta del ciclohurtado, un puño y una rosa. Y el entuerto será deshecho de inmediato con una foto y un hashtag para la ocasión.

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