Torreznos y libertad
Haber nacido en Occidente nos permite comer lechón además de ser llamados a la santidad
Ha circulado estos días una noticia de agencia en la que los torreznos, modesta y española fritura de cerdo, han acaparado la atención y superado en propiedades nutritivas a algunas verduras. Imagínense para alguien que se va a Cardeña de vez en cuando a quitarse la pena mora con lechón frito la alegría que supone que en la universidad inventada de me voy a fabricar una noticia, el equipo de expertos que me salen del alma publiquen unas conclusiones sin rima consonante para decir que el torrezno elaborado solo con la corteza o el chicharrón es mejor que la coliflor, las espinacas y las zanahorias.
Lloré de la emoción al leer eso. Bien es cierto que toda la noticia en sí parecía, ya digo, una filfa, un relleno, un trampantojo divulgativo. ¿Pero qué nos queda, si no, que el que nos alegren los días con la ficción que busca el click bait para engrosar la lista de lectores incautos que creen que se informan? Yo no le pido más a la vida, salvo una buena ración de torreznos. En el torrezno, en el cerdo, en los cárnicos en general, nos queda el último reducto de libertad antes de que la Agenda 2030 nos sirva larvas de mosca para desayunar. Y una reivindicación de nuestras raíces cristianas, porque el haber nacido en Occidente nos permite comer lechón además de ser llamados a la santidad. No veo yo a un vegano colocado en el santoral a pesar de la infinita misericordia divina. Si bien el ayuno es camino a la virtud, el veganismo supone la senda directa al infierno, aunque sea por pesados.
La noticia viral y copiapegada resultó ser, de todas maneras, como una feminista en marzo o en noviembre, o todo el año: una bronca. Bronca por comer mal, porque hay que ver la sal – uno de los venenos blancos- porque si tal y porque si cual. Lo de «es mejor que la coliflor, las espinacas y las zanahorias» solo fue un ardid para incautos como yo, defensores del lechón ibérico de los Pedroches. Después casi acaba la cosa/reportaje advirtiéndonos de que comer carne es costumbre malsana de la extremaderecha, como ya sabemos.
Colijo que nos temen. No les gustamos porque somos de los de antes, o sea, de los normales. Y porque sospechamos de la cría- en cautividad o en césped de parcela- de saltamontes nutritivos para medias raciones o harina de bicho.
Ya nos han prohibido conducir nuestros coches, limitado la velocidad, obligado a volar en tren, a tener a Sánchez de presidente, a las nuevas masculinidades y normalizar lo subnormal. También nos quieren quitar los torreznos. No lo consientan. Los torreznos son libertad.
Y durante un párrafo, esta semana fueron mejor que la coliflor, las espinacas y las zanahorias.