firma invitadaAlmudena Villegas Becerril

Alberto Rosales, una vida dedicada a la gastronomía

Actualizada 04:30

Conocí a Alberto Rosales detrás de una barra. Era infatigable. Traía a sus locales el mejor marisco de Córdoba, y además conocía el oficio, el producto y a las personas. Y de todo lo que debe saber un hostelero, las últimas son lo más difícil de manejar. Pero también supo hacerlo.

Me gustaba ir con mi padre a Costa Sol y al Faro no sólo por el estupendo marisco y pescado, o por el buen surtido de vinos que tenían. También era muy agradable charlar con Alberto, y si nos sentábamos en la barra se quedaba un rato con nosotros; cuando tocaba la mesa igualmente se sentaba de charla hasta que le reclamaban, que era muchísimo.

Nos quedamos impresionados cuando nos contó su propia historia, que era la del esfuerzo, la de la lucha y la de la esperanza, la del niño que llegó a Córdoba y se hizo de la tierra. El azar del que llegó a esta ciudad casi niño, que luchó por un sueño y que lo consiguió. La fortuna le concedió la suerte de ver que sus años de esfuerzo no habían sido en balde, y tanto él como la segunda ¡y hasta la tercera! generación, obtenían impresionantes resultados a partir de aquellos duros años juveniles.

Lo mejor que deja cualquier persona cuando fallece es el ejemplo, las cosas bien hechas, la estela y la familia. Los principios que le han hecho caminar de una forma y no de otra. Alberto fue un hombre de principios, también sembró y recogió mucho, muchísimo. Sus cuatro hijos continuaron su sendero de bonhomía, de amor por Córdoba y de pasión por la restauración. Esas son las cosas que hacen que una sociedad se haga mejor: gente buena, trabajando con alegría, ocupándose de lo suyo y mejorando una ciudad. Alberto perteneció a una generación de restauradores que luchó por hacerse un hueco, por el sueño de vivir mejor y de que muchos disfrutáramos de su esfuerzo. También de que otros muchos formaran parte del equipo de sus restaurantes, porque dio trabajo a innumerables grupos de cocina y sala.

Cuando los recuerdos que alguien deja son tan amables es porque se repartió amabilidad. Gracias, Alberto, tu paso deja huella, formas parte de los grandes de la gastronomía cordobesa.

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