Pequeños delitos, grandes despistes: ¿cuánto de ilegal es tu rutina?
«La ley no solo vive en los juzgados, sino también en tus redes sociales, en tu disco duro y en el dinero que recibes por enseñar a un niño a hacer raíces cuadradas»
¡Ay, querido lector! Qué poco conscientes somos de las pequeñas ilegalidades que condimentan nuestras jornadas. Nos levantamos con café, nos acostamos con series, y entre tanto, cometemos más infracciones de las que un fiscal podría soñar en una noche loca de Cluedo. Porque sí, la ilegalidad está más presente en nuestras vidas de lo que creemos. Sin darnos cuenta, nos deslizamos entre normativas con la naturalidad de un gato callejero: a veces elegantes, a veces torpes, pero siempre en territorio ajeno.
Imagina que es domingo y quieres desconectar viendo tu serie favorita en Netflix. Todo bien, salvo por un pequeño detalle: ni tú ni Netflix os conocéis formalmente porque, claro, tú usas la cuenta de tu ex, de un amigo o, mejor aún, de ese primo lejano al que ves en bodas y bautizos. Te adelanto que aquí estamos en una línea resbaladiza. Aunque parece algo inocente, estás infringiendo los términos de uso de la plataforma, que en casos extremos podrían llevarte a un apuro legal. No te preocupes demasiado; no es probable que acabe un juez preguntándote si compartes cuenta con tu madre. Pero, técnicamente, estás jugando al escondite con el Código Penal. Y lo más curioso es que esto no solo lo sabes tú; Netflix también lo sabe, y por eso está poniendo trabas a este divertido intercambio de contraseñas. Si la próxima vez que intentes iniciar sesión te aparece un aviso amenazador, no digas que no te lo advertí.
Hablando de cosas que compartimos con demasiada alegría, ¿qué me dices de publicar fotos en redes sociales? Tal vez estás en una cena con amigos, sacas una foto grupal y piensas: «¡Esta va directa a Instagram!». Pero, querido lector, ¿les has preguntado a todos si quieren salir en tu feed? El derecho a la propia imagen existe, y aunque a tu mejor amigo quizá no le importe, a ese compañero de trabajo que se excusa siempre para no ir a cenas familiares podría no hacerle ninguna gracia. Sin consentimiento, podrías meterte en un lío más grande del que imaginas. Publicar una foto sin permiso no solo te expone a una posible reclamación legal; también puede convertirte en el centro de una discusión incómoda en el grupo de WhatsApp.
Pero el domingo sigue, y ese capítulo de la serie se te queda corto. Quizá decides buscar una película para alegrarte la tarde. Un par de clics, una página de esas con nombres sospechosos, tipo «MegaPelículasGratix», y ¡listo! Descargas esa película que lleva años fuera de cartelera, pero que todavía ronda los anhelos de los cinéfilos. Aquí has dado un paso más allá: aunque en España no te multen directamente por descargar contenido sin ánimo de lucro, estás pisando una zona gris, tanto legal como digital. Porque sí, mientras tú te emocionas con la película, también podrías estar regalando acceso a tu ordenador a un ransomware que te pida un rescate. Y si decides guardar esa película en tu disco duro, cuidado: almacenar contenido pirata también puede ser problemático. Quizás pienses que es «por si acaso», pero las leyes de propiedad intelectual no ven con buenos ojos estas prácticas. ¿Te merece la pena? Piénsalo mientras buscas alternativas más seguras y, sobre todo, legales.
Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de Hacienda. Ah, ese gran vigilante que parece estar en todas partes, incluso en esos pequeños movimientos de dinero que haces sin pensarlo demasiado. Tal vez vendes ropa de segunda mano en una aplicación, recibes un bizum de un amigo por cuidar al perro o incluso das clases particulares a niños en tu barrio. Aquí viene la sorpresa: todo ingreso, por pequeño que sea, debería declararse. ¿Qué quiere decir esto? Que incluso esos 20 euros que te dio tu vecino por regarle las plantas entran dentro de la lupa de «Papá Fisco». Si cobras por enseñar a un niño las tablas de multiplicar o a conjugar verbos en inglés, aunque sea en efectivo, técnicamente deberías declararlo. ¿Lo revisan todo? No. ¿Podrían hacerlo? Claro que sí. Y con la cantidad de bizums que hacemos últimamente, es más fácil de rastrear de lo que imaginas. Mi consejo: mejor prevenir que llorar (o pagar una multa).
Mientras tanto, llega el lunes, y con él las prisas y el caos. Vas tarde al trabajo, das un par de vueltas por tu calle, y ahí está: ese hueco perfecto en una zona de carga y descarga. «Solo serán cinco minutos», piensas, y dejas el coche ahí mientras corres a tu oficina. Lo que quizás no sepas es que esos cinco minutos pueden convertirse en una multa de 200 euros o, si la suerte no está de tu lado, en que la grúa decida llevarse tu coche. No solo estás infringiendo normativas municipales; también estás entorpeciendo el trabajo de esos repartidores que intentan sobrevivir en el tráfico. No hablemos ya de las aplicaciones que nos avisan de controles policiales. Así que la próxima vez, reflexiona: ¿de verdad merece la pena el riesgo por ahorrarte unos metros de caminata?
Y si hablamos de pequeños deslices, ¿qué me dices de copiar y pegar textos o imágenes de Internet? Esa foto que usas para tu proyecto, ese meme que compartes en redes o incluso ese párrafo de Wikipedia que se convierte en la introducción de tu informe. Pues sí, aquí también estás tocando terreno ajeno: el de los derechos de autor. Es posible que nadie te denuncie por compartir un gif de gatitos, pero nunca subestimes el poder de un creador enfadado. Recuerda que, aunque el contenido parezca «de todos», siempre hay alguien detrás que tiene algo que decir.
Y así, entre fotos sin permiso, contenido almacenado sospechosamente y clases particulares en la economía sumergida, vamos navegando por nuestro día a día con más ilegalidades de las que nos gustaría admitir. Pero no te preocupes demasiado: esto no significa que estés a un paso de acabar en la cárcel, sino que es un recordatorio de lo compleja que puede ser la relación entre nuestras vidas cotidianas y las leyes que nos rodean.
La clave, querido lector, es ser consciente. Ser consciente de que la ley no solo vive en los juzgados, sino también en tus redes sociales, en tu disco duro y en el dinero que recibes por enseñar a un niño a hacer raíces cuadradas. Si algo de esto te ha hecho pensar, considéralo un éxito. Y si alguna vez te ves en problemas legales, recuerda: un buen abogado no solo está para salvarte, sino también para decirte, con una sonrisa: *«Te lo dije»*. ¡Suerte con tus días cada vez menos ilegales!