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Mañana es domingoJesús Higueras

«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»

Sólo Jesús puede ofrecernos realidades infinitas que no están sujetas a las leyes del tiempo y pueden saciar nuestro corazón, ya que todo lo bello, lo bueno y lo verdadero procede del mismo Dios y en la medida que aceptamos y hacemos nuestras sus palabras comienza en nosotros un principio de eternidad

Actualizada 04:30

Sabemos por experiencia que las cosas y situaciones vinculadas a la materia tienen un límite en el tiempo, que por más que nos esforcemos en prolongar aquello que tanto amamos llegará un día en que finalizará. Es una ley de la que nadie puede huir y que en muchas ocasiones nos provoca tristeza o desaliento. Jesús es muy consciente de ello y consuela a los discípulos con una frase llena de esperanza: «El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán»; es decir, aunque todo aquello que encontramos en la creación sea finito, sólo Jesús puede ofrecernos realidades infinitas que no están sujetas a las leyes del tiempo y pueden saciar nuestro corazón, ya que todo lo bello, lo bueno y lo verdadero procede del mismo Dios y en la medida que aceptamos y hacemos nuestras sus palabras comienza en nosotros un principio de eternidad.

Todos nos rebelamos cuando desaparece un amor o cuando termina una vida maravillosa que ha sido la razón de nuestro existir. Esa rebeldía es natural y nace del legítimo deseo de continuar viviendo algo único e irrepetible que nos ha hecho profundamente felices. Pero precisamente eso que nos hacía tan felices es algo que no puede terminar en cuanto que tiene un principio divino y no está sujeto únicamente a la materia. No amamos a un objeto sino a un sujeto, no amamos a un cuerpo sino a una persona que no tiene porque terminar por el simple hecho que haya desaparecido de nuestra vista.

Solo Jesús puede consolar nuestras pérdidas puesto que solo sus palabras son promesa fiable de eternidad, por más que nos esforcemos fuera de Cristo no hay eternidad ni salvación del verdadero problema que tenemos todos los hombres: el miedo a que la muerte sea un final definitivo y después de ella no exista nada más.

Jesús ha venido precisamente a confirmar que nuestra apuesta por Él y por sus palabras es algo razonable; que ha subido voluntariamente a la cruz y ha resucitado de entre los muertos para asegurar nuestra esperanza en una eternidad que solo puede ser dada por su misericordia. Nada en el universo es eterno porque todo es cambiante, pero fuera del Cosmos –cerca y lejos– podemos encontrar al autor de la vida que nos invita a realizar nuestro proyecto personal con los pies en la tierra pero con nuestra mirada en el Cielo.

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