«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias»
En la Iglesia puedes encontrar siempre a Cristo, por más que algunos «escribas» actuales se empeñen en dificultar esta tarea con sus vanidades, afanes de protagonismo o ejercicio despótico de la responsabilidad pastoral
Todos tenemos lo suficientemente claro que a la Iglesia hay que servirla y no servirse de ella, pues es la presencia visible de Cristo a través de los siglos, aunque sus miembros dejemos mucho que desear en múltiples ocasiones. Esto es importante recordarlo de vez en cuando, para no caer en el error de los escribas, es decir, expertos en la ley que utilizaban su conocimiento de la realidad divina para posicionarse por encima de los demás, lucrándose de su condición creyente.
No son pocas las ocasiones que abandonamos la Iglesia porque «no me sirve de nada», como si el criterio de la utilidad sea el único que debe regir nuestras relaciones, ya que si solo estoy con otros por lo que me interesa o por el beneficio que pueda sacar sería una forma muy mezquina de vivir. Hay que saber estar también en las ocasiones en las que aparentemente no aportamos nada o no aprendemos nada, pues un modo bonito de amar es estar en silencio con los que amamos, sin sacar nada por ello.
En la Iglesia puedes encontrar siempre a Cristo, por más que algunos «escribas» actuales se empeñen en dificultar esta tarea con sus vanidades, afanes de protagonismo o ejercicio despótico de la responsabilidad pastoral. Sí, es cierto que ciertas personas se sirven de Cristo y de su Iglesia para sentarse en los primeros puestos y ser honrados por los demás, pero es más cierto todavía que son una inmensa minoría frente a un número incontable y silencioso de servidores de Dios que anónimamente van entregando su vida al servicio de Cristo y de los seres humanos.
No olvidemos que el servicio más valioso es el que pasa desapercibido a los ojos de los hombres, como la limosna de la pobre viuda del evangelio, pero ante Dios tiene un valor inmenso pues no depende de la cantidad de cosas que entregas sino del modo en que te afecta esa donación. Dar lo que sobra es fácil, pero regalar aquello que afecta a mi bienestar es otra cosa muy distinta en la medida en que mi vida cambia, se rompen mis planes y he de elegir entre mi bienestar o el de los demás. Cuando amar duele se puede decir que estoy identificándome con Cristo crucificado, que eligió el dolor como expresión del amor.