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Mañana es domingoJesús Higueras

«Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más»

Jesús siempre escucha a todos aquellos que creemos en su poder y nos pregunta, como a Bartimeo, ¿qué quieres que haga por ti? Nos hace saber que no debemos mendigar a aquellas personas que no pueden, no saben o no quieren darnos la paz que tanto ansiamos

Actualizada 04:30

Jesús, al salir de Jericó, oye gritar a alguien que le llama hijo de David, es decir, a una persona que conocía bien la historia del pueblo elegido y, por tanto, que el Mesías necesariamente sería de la descendencia del rey David. Su grito seguro que era desgarrado y doliente, el propio de un mendigo ciego, que vivía de las limosnas de aquellos que todavía tenían un corazón capaz de compadecerse de las miserias humanas. Pero seguramente lo que más conmovió al Maestro fue ver como la gente cercana le increpaba y se burlaba de él porque había puesto sus esperanzas en Cristo. Le decían que se callara, que era inútil tanto griterío, porque el Nazareno no estaba para cosas tan insignificantes. Sin embargo, él no ceja en su empeño hasta que Jesús le hace saber que le escucha y que le atiende.

Cuántas veces en nuestra vida suenan muchas voces —interiores o exteriores— que nos hacen dudar del valor de nuestra oración y se presentan en forma de excusas o consejos que nos invitan a no confiar en Jesús, a seguir tumbados a la orilla del camino de la vida, en el mismo lugar donde un día perdimos la alegría o la visión sobrenatural de las cosas. Cuántas personas viven resignadas a su mala fortuna o a una historia no elegida, pero dramática, en la que las tristezas y los disgustos han sido la razón para rendirse y dejar de caminar con esperanza o con un horizonte ilusionante.

Pero Jesús siempre escucha a todos aquellos que creemos en su poder y nos pregunta, como a Bartimeo, ¿qué quieres que haga por ti? Nos hace saber que no debemos mendigar a aquellas personas que no pueden, no saben o no quieren darnos la paz que tanto ansiamos, pues en definitiva la paz y el valor de nuestra vida no dependen tanto de los de alrededor cuanto de lo que suceda en mi interior, en mi modo de ver las cosas y las personas. Por eso nosotros, como el ciego Bartimeo, le decimos a Jesús: «Señor, que vuelva a ver». Pues una mirada nueva es lo que necesitamos, una mirada limpia, desde la fe, que nos ayude a interpretar todo lo que nos sucede en la vida como parte de un plan de salvación diseñado desde mí para los demás.

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