«Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»
El vínculo que crean un varón y una mujer para fundar una familia tiene tal fuerza que, no siendo nula, se comprometen ante Dios y ante los hombres a cultivar y mantener vivo un amor esponsalicio que les convierte en una sola carne
Una de las cuestiones más difíciles de afrontar para un creyente del siglo XXI es el derrumbe de la institución más esencial de la humanidad: la familia, como comunidad estable de vida y amor entre un varón y una mujer, abierta a la vida natural y sobrenatural.
Por más que distintas ideologías nos quieran imponer modelos familiares distintos, los cristianos seguimos afirmando que el vínculo que crean un varón y una mujer para fundar una familia tiene tal fuerza que, no siendo que sea nula esa unión, se comprometen ante Dios y ante los hombres a cultivar y mantener vivo un amor esponsalicio que les convierte en una sola carne, una única realidad orgánica en la que cada uno tiene una misión tan esencial, que desertar de dicha tarea es contrario a la voluntad divina.
Las palabras de Cristo fueron tan claras que los mismos apóstoles se asustaron y dijeron que era casi imposible vivir así. Pero el Maestro les aclara que es un don de Dios permanecer fiel al amor prometido y que solo aquellos que aceptan la gracia de Dios pueden llevar a término el proyecto de vida que supone una familia cristiana.
Dicen que el matrimonio ahora está en crisis, que cada vez hay menos gente que contrae nupcias y que se tiene miedo a la palabra «para siempre». Lo que verdaderamente está en crisis no es la institución matrimonial sino el mismo ser humano que ha perdido la confianza en sí mismo, en los demás y sobre todo en el poder de Dios que está por encima de cualquier debilidad humana.
Son pocos los que hoy llegan al altar para prometerse amor esponsalicio, pero esos pocos lo hacen con una fe sólida y el convencimiento que no les fallará Aquel que les ha llamado a vivir una vocación divina y humana: reproducir los rasgos del amor de Dios en la vida cotidiana y trasmitir la vida como un milagro que sucede por la encarnación del amor de un hombre y una mujer.
Los cristianos que pretendemos ser fieles a Cristo sabemos que el mundo necesita la buena nueva de la familia cristiana, sin falsos idealismos, luchando cada día para superar la crisis y los problemas que se plantean en lo cotidiano para llegar a ser «una sola Carne».