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18 de septiembre de 2024

mañana es domingoJesús Higueras

«¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?»

En ese momento no servirán las excusas que aquí con frecuencia argüimos para ocultar los daños que hemos hecho por acción u omisión

Actualizada 04:30

Ganar o perder son verbos que tienen la máxima importancia para el hombre, pues con ellos queda definido el resultado de nuestra vida. Todos tenemos que decidir en qué queremos invertir nuestros esfuerzos para acertar en el resultado final de la misma. Jesús quiere advertirnos de que la elección entre los bienes temporales y los eternos no siempre es fácil y que muchas veces hay que optar por uno excluyendo al otro.

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Solo aquel que es consciente de la eternidad que nos espera es capaz de responder a esta pregunta tan importante, pues, como en tiempos de Jesús, la sociedad nos invita a buscar el placer del momento y a olvidarnos del porvenir. ¡Cuántas veces vemos a las familias dividirse porque uno quiere más bienes materiales que los otros, cometiendo así una injusticia! ¡Cuántas veces en el trabajo se ponen zancadillas para ser los primeros, dejando hundidos o fuera de juego a los compañeros! Y todos se excusan diciendo que las reglas del juego son así, que los débiles nunca saldrán adelante, que tienen todo el derecho a luchar por sus intereses… pero, en el fondo, lo que hacen es justificar conductas que nunca serán morales. Y así, cada día conocemos situaciones próximas o remotas en las que algunas personas «venden» su conciencia para salir ganadores en lo que ellos consideran la carrera de la vida; pero esa carrera, ¿dónde termina?

La codicia suele ser mala consejera en todas nuestras relaciones, pues nos lleva a perder el sentido de la justicia y estropear nuestra alma, tal vez de un modo irreversible. Es bueno querer crecer y prosperar como consecuencia de nuestros esfuerzos, pero no a cualquier precio, sobre todo porque corremos el riesgo de convertir nuestras familias o nuestra sociedad en una jungla en la cual siempre vence el más fuerte.

Pero no es así la mente de Cristo, pues el más fuerte debe poner sus recursos al servicio del más débil y si hemos recibido dones materiales es para hacerlos fructíferos mediante la justicia y la caridad. No podemos olvidar que todos compareceremos ante el tribunal de Cristo y allí seremos examinados en el amor. En ese momento no servirán las excusas que aquí con frecuencia argüimos para ocultar los daños que hemos hecho por acción u omisión. Nos jugamos el alma.

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