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Mañana es domingoJesús Higueras

«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre»

Es realmente triste ver cómo los prejuicios hacia ciertos modos de vivir la fe nos llevan a poner adjetivos descalificativos y a desconfiar unos de otros porque no son «de los nuestros»

Actualizada 04:30

La unidad no está reñida con la pluralidad, pues son muchos los caminos que Dios ha dispuesto en su Iglesia para seguir a Cristo. Cuando el apóstol Juan pretende impedir a otro hacer el bien en nombre de Jesús, el Maestro le corrige enseñándole que nada más lejos de su espíritu que crear grupos y divisiones entre sus seguidores. Donde está Dios siempre hay unidad y donde impera el demonio aparece la división, pues engaña a los cristianos sugiriéndoles que solo su grupo o su manera de hacer las cosas es agradable al Señor.

La soberbia no solo ataca al individuo sino a la comunidad cuando le hace creer que su camino es mucho mejor que el de otros, situándoles en un escalón por debajo de su nivel espiritual. Si antiguamente surgieron diversos carismas y familias religiosas en la Iglesia, también hoy el Espíritu Santo suscita movimientos o realidades eclesiales, especialmente entre los laicos, que llevan a cabo el milagro de la evangelización desde distintas perspectivas.

Pero hemos de ser especialmente cuidadosos en el respeto y el aprecio hacia ellos, pues aunque algunos de sus miembros no están exentos de errores personales, no podemos juzgar ni mucho menos condenar lo que Dios ha querido para su Iglesia, previo discernimiento de la autoridad.

Es realmente triste ver cómo los prejuicios hacia ciertos modos de vivir la fe nos llevan a poner adjetivos descalificativos y a desconfiar unos de otros porque no son «de los nuestros». Vivir así es una muestra de inmadurez en la fe, pues las diferencias nunca han de ser una amenaza, sino un enriquecimiento a la hora de seguir a Cristo.

Nos deberíamos alegrar con los aciertos de nuestros hermanos, pues formamos todos parte del único cuerpo de Cristo y cuenta con todos nosotros para llevar su gracia a todos los hombres. Estamos llamados a construir la unidad en la Iglesia a través de nuestras diferencias. Pero solo será posible desde la verdadera humildad, aquella que no critica, que no juzga, que no excluye a los demás, que no se deja engañar por las ideologías o los esquemas mundanos, que está abierta a la novedad del Espíritu y no se considera el único punto de referencia para juzgar la maldad o la bondad de las personas que quieren vivir cerca de Jesús.

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