Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara

Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara

Crónicas Castizas

La revolución expropiadora

Sus hijos habían sido bautizados, pero ella no volvió jamás a misa con ninguno para que no tuvieran que sufrir los acechos del odio dedicados por maestros y alumnos en el colegio a los que se sabía que asistían a las iglesias, acoso escolar fomentado por el poder

La revolución llegó a Holguín al oriente del país, como a todas partes en la isla caribeña de Cuba, a cada rincón, en cada instante y cambió algunas vidas y terminó con otras.

Las abigarradas columnas guerrilleras de Camilo Cienfuegos y de Ernesto Guevara habían entrado en la Habana, derrotado el dictador anterior, el previo a relevar, ya en franca huida, el primer día del año 1959. En el nuevo reparto de gabelas que suele suceder a estos eventos, uno, el del gorro, será el nuevo ministro de Defensa, y el otro, el de la boina, de Economía; ninguno sabía nada de su nueva responsabilidad ni durará mucho. Tras el triunfo de la insurrección castrista Camilo desapareció misteriosamente en un avión en Cuba tras su viaje para apaciguar la rebeldía del comandante Hubert Matos, descontento por el cariz dictatorial que iba tomando el nuevo orden impuesto por los Castro, «no es esto, no es esto», y Guevara perecerá al intentar extender la insurrección por Hispanoamérica, denunciado por los campesinos en Bolivia. Fidel llegará al poder y será casi inmortal, al menos a muchos se les hizo muy largo y a otros más. Está en los mitos sublimes de la izquierda que glorifica a un gallego que tomó el poder por las armas y se murió en él y denigra a otro gallego que tomó el poder por las armas y también murió ejerciéndolo. Se inició la imitación de «1984» de Orwell y en ella siguen.

Camilo y Ernesto, el cubano y el argentino. Los dos se convertirán en mártires sin querer y en mitos sin saber, su nuevo y postrero servicio a la causa.

En un mundo pequeño, en Holguín, la tienda de dulces que ocupaba una esquina de la calle, un pequeño local popular y frecuentado por niños y golosos donde vendía bollos y pasteles un pandero, dulces que horneaba en su casa, contigua al local, que fue expropiado por el Estado, que se hará dueño de todo sin discriminar entre ricos y pobres mientras los Castro y sus adláteres se hacen dueños del Estado que todo lo tiene. Pero el pastelero se quedó sin el obrador y estuvo cerrado un largo tiempo, tanto que el hombre quiso volver aunque tuviera que alquilar al Estado expropiador un local que había sido suyo, pero la segunda oportunidad fracasó, el negocio ya no levantó cabeza, había caído en el olvido de los clientes.

Fue parecido el destino de una floristería que coloreaba la calle y embellecía la acera, inundada de flores hasta donde se perdía la vista. Expropiada por el Estado, no se iba a librar.El colorido y aromático muestrario vegetal primero se redujo al mínimo y luego desapareció por completo. Ya nadie plantaba flores porque el Estado era quien te decía qué debías plantar y luego te lo compraba a bajo precio sin atender a las protestas de los campesinos que indicaban que esa tierra no era adecuada para esos cultivos, ¡qué iban a saber ellos, que sólo llevaban una eternidad doblando los riñones de sol a sol!, ¡qué iban a saber ellos ante la omnisciencia del Estado, que sabe mejor que cualquiera qué conviene!

En esa ciudad oriental de la isla había un chaval cuya madre supo adaptarse a los nuevos amos muy a su pesar, poniendo en primer lugar la supervivencia de su prole. Sus hijos habían sido bautizados, pero no volvió a misa con ninguno para que no tuvieran que sufrir los acechos del odio dedicados por maestros y alumnos en el colegio a los que se sabía que asistían a las iglesias, acoso escolar fomentado por el poder, desde arriba. Y así con prudencia y la boca cerrada los sacó adelante y uno se hizo periodista y me enseña esto delante de un café. El marido de la mujer prudente, el padre, más bravo seguro y menos listo quizás, en cambio, no supo o no quiso cerrar la boca ante la arbitrariedad y por eso, o por costumbre, le quitaron su taller mecánico. Y como venía siendo habitual, casi una estéril tradición, no hicieron nada con él tras expropiarlo, lo mantuvieron cerrado cal y canto y acumulando polvo, porque nadie lo usaba y eso le envenenaba la sangre al hombre.

Lo expropiaron todo menos el amor a la vida. Viva Cuba Libre aunque el médico no me deje.

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