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Los menores de edad cometieron 26.049 delitos en 2019

Los menores de edad cometieron 26.049 delitos en 2019GTRES

Violencia juvenil

Las lesiones causadas por los menores se han triplicado desde 2013

Jóvenes contra jóvenes. La violencia ocasionada por los más pequeños es un problema real. Los valores y la familia son el origen de esta preocupación

Gabriel Oehling conoció el terror la noche en la que le atracaron. «Me dio la sensación de que me había quedado desnudo, es una sensación de puro miedo», recuerda el joven de 18 años. Salió por la noche de una casa de un barrio residencial de Zaragoza con dos amigos. Tres encapuchados caminaban lentamente hacia ellos. Gabriel y sus colegas decidieron cruzar la calle para evitarlos. Las tres personas con el rostro tapado se acercaron y les recriminaron: «por qué os cambiáis de acera». «Nos pusieron contra la pared, nos sacaron un cuchillo y nos dijeron que le diésemos todo lo que teníamos», relata Gabriel. La policía le confirmó que sus agresores tenían 17 y 18 años. Jóvenes contra jóvenes.

La violencia ocasionada por los más pequeños es un problema real. Los menores de edad cometieron 26.049 delitos en 2019, frente a los 24.340 del año anterior, según fuentes del Instituto Nacional de Estadística. Las cifras de lesiones causadas por menores se han triplicado desde 2013. Las causas son variadas.

«La violencia se ha banalizado»

El director clínico del centro de psicología Amalgama 7, Jordi Royo, apunta hacia las carencias familiares. Uno de los mayores problemas de la sociedad actual «es el de la horizontalidad» en los hogares. «Que los padres quieran ser amigos de sus hijos es un error», añade el psicólogo. Explica que «los padres son los seres que tienen que poner límites». Este tipo de relación da como resultado «una familia que ha perdido los criterios de la autoridad moral». Y este problema se traslada fuera de los muros del hogar familiar.

Los obstáculos para la convivencia en la calle provienen de esa pérdida de autoridad. Royo considera que «se generaliza esta sensación de igualdad en la vía pública». Esta situación conduce a que «no les importe que los vecinos sufran porque hay un macrobotellón en la calle».

La noche del atraco, uno de los amigos de Gabriel se negó a que le quitaran el teléfono. Los encapuchados le propinaron «un puñetazo y lo tiraron al suelo», recuerda el joven. Explica que «tenía la ceja sangrada y un ojo morado».

Además de la pérdida de autoridad moral, otro problema cae a plomo: «la violencia se ha banalizado», alerta Royo. Y no solo eso, sino que se trata de una sociedad «que apuesta por la violencia». La juventud no teme a las fuerzas del orden porque aparece «la policía y se enfrentan con ellos», sentencia el psicólogo.

Los Cuerpos de Seguridad del Estado sufrieron 6.400 agresiones en 2019 según el Sindicato Unificado de Policía (SUP). «Creemos que acabaremos el año 2021 entorno a las 9.000 agresiones», apunta el portavoz del sindicato, Carlos Morales. Esta cifra supone un incremento del 42% respecto al año anterior. Sin embargo, la Policía no es la única víctima de estos ataques. Morales detalla que médicos y maestros también han sufrido estas vejaciones. Nadie escapa a la violencia.

El cóctel explosivo del individualismo

La Covid ha agudizado esta alarma. Royo reconoce que «antes de la pandemia no estábamos bien, pero después estamos peor». El portavoz del SUP aclara que «el aumento de actividad policial en las calles por la pandemia» ha contribuido a aumentar la agresividad en los jóvenes. En este escenario aterriza una crisis moral.

La directora del Instituto de Estudios de la Familia CEU, Carmen Fernández de la Cigoña, señala que «existe una pérdida de valores generalizada en la sociedad». La profesora universitaria advierte de «un auge del relativismo y del individualismo». Todos estos elementos forman un peligroso cóctel explosivo. Genera la «normalización de la violencia en la recuperación de las reuniones entre jóvenes y más si estas son tan grandes y diversas como los macrobotellones», indica Fernández de la Cigoña. En ese espacio vacío de moral es donde se mueven las bandas organizadas. Es el clima perfecto para captar miembros.

Gabriel recuerda que uno de sus agresores «era más bajito» y otro de ellos era «un marroquí enorme». Menciona su nacionalidad porque la policía le informó de ella. «Lo sé porque le detuvieron y lo tuve que reconocer en la comisaría», aclara el joven zaragozano. Añade que le comentaron que «dos estaban en el reformatorio y que ya tenían cargos por violencia». La vulnerabilidad socioeconómica es un factor común entre los jóvenes que son captados por las facciones callejeras.

La vulnerabilidad socioeconómica es un factor común entre los jóvenes que son captados por las facciones callejeras

La vulnerabilidad socioeconómica es un factor común entre los jóvenes que son captados por las facciones callejerasGTRES

«Las bandas organizadas son una realidad; se están adueñando de los parques y las calles en las grandes urbes», apunta el portavoz del SUP. «Están creciendo los efectivos de la Policía Nacional» y «están localizadas las bandas latinas», según Morales. Sin embargo, admite que «quizá falte personal por el aumento de esta modalidad delictiva». Ahora que los jóvenes vuelven a salir sin restricciones, es más difícil controlar la actividad de estos grupos.

«Las bandas latinas se están haciendo dueños de las periferias de los institutos», aclara el portavoz del sindicato policial. En las puertas de esos centros es donde captan a los menores «y aprovechan para que delincan y no puedan ir a la cárcel», precisa Morales. Para encontrar el origen de su vulnerabilidad hay que mirar hacia el hogar.

Muchos de estos jóvenes sufren un problema de identidad. Y cuando ponen el pie en el mundo de una banda organizada sienten que encuentran un sitio del que forman parte. Se consideran una pieza de un conjunto. Estar en esos grupos «les aporta una identidad que no encuentran ni en su familia ni en la sociedad donde el ascensor social se ha parado», explica el psicólogo de Amalgama 7.

«Educar en la virtud personal y social»

La carencia de contacto social de los jóvenes con sus familias provoca «falta de referentes adultos» que desemboca en «soledad emocional», según Royo. En ese estado es «más probable que se expresen de forma disruptiva», aclara el psicólogo. En otras palabras, provoca que los adolescentes cometan bullying, consuman sustancias ilegales o sufran trastornos alimenticios. Un comportamiento que acaba yendo de la mano de consecuencias negativas.

Los tres chicos que atracaron a Gabriel «ahora se les va a llevar a juicio», aclara el zaragozano. Muchos de los agresores acabarán en la cárcel. Algunos expertos proponen frenar el problema en la raíz. Y son optimistas.

Para Royo, existe la «referencia de la ley antitabaco». Es el ejemplo de que se puede legislar contra comportamientos nocivos para la población. «Hay que regular el ocio en la vía pública», matiza el psicólogo. Fernández de la Cigoña opina que el salvavidas está en «educar en la virtud personal y socialmente» para «ser plenamente consciente de que la libertad genera responsabilidad».

No todo está perdido

La profesora declara que es necesario «un proyecto común, que sea bueno para la persona, no solo para unos pocos». La propuesta de la directora del Instituto de la Familia CEU es el «equilibrio entre el bien personal y el bien de toda la comunidad». Matiza que hay que volver a construir la «conciencia de que mi actuación repercute en mí y en los demás».

Las secuelas de la violencia en la sociedad son terribles. Gabriel es el paradigma de ello. «Desde ese momento evito ir andando por la calle», confiesa el joven. Fernández de la Cigoña subraya que estos excesos provocan un perjuicio para «el desarrollo social». Explica que crea «un círculo vicioso que alienta el individualismo y el ‘sálvese quien pueda’». Pero «si preguntamos verdaderamente y con sinceridad si eso es lo que se espera y se quiere, ni los jóvenes ni los adultos contestarían que sí», clarifica la profesora. No está todo perdido.

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