Tres héroes nacionales que ayudaron a forjar la identidad ucraniana
La corriente nacionalista se ha empeñado en construir genuinas «historias nacionales», que exigen –entre otras cosas– identificar «héroes nacionales»
A estas alturas de la Guerra de Ucrania, todo el mundo conoce la disputa sobre si Ucrania debe o no ser incluida en la categoría de «Nación». Las naciones no son entes eternos, inalterables en el tiempo. En realidad, la cristalización de una nación se debe a procesos históricos muy dilatados. Por otra parte, el sentimiento de pertenencia a una nacionalidad tiene un fuerte componente subjetivo: en realidad es electivo. No hace falta ir muy lejos para verificarlo, pues en España vemos que familiares y vecinos pueden divergir y sentirse unos españoles, otros catalanes, o vascos.
Pero hay otra forma de ver las cosas. Para el filósofo alemán Herder (1744-1803) las naciones eran sujetos históricos casi inalterables. Creía que cada nación estaba dotada de su Volksgeist («espíritu del pueblo»), que se expresaba en la lengua y la literatura. El Volksgeist se reflejaba también en la historia, el derecho y el folklore. Los seguidores de Herder pronto fueron legión: la Nación había llegado para sustituir a las Dinastías como fuente de legitimidad política. Para Herder, las naciones existían, aunque a veces no tuvieran conciencia de ello. Y de la misma manera que Marx decía que los obreros debían adquirir «conciencia de clase», Herder señaló que las naciones debían adquirir conciencia de su existencia. Lo que ha dado pie a que toda una corriente historiográfica –la nacionalista– se haya empeñado en construir genuinas «historias nacionales», que exigen –entre otras cosas– identificar «héroes nacionales».
Primeros héroes nacionales
Bogdán Jmelnitski (1595-1657), hetman (caudillo) de los llamados cosacos zaporogos (los que habitaban en la cuenca del Dnieper) fue la primera personalidad elevada a la categoría de héroe nacional ucraniano. Ucrania («la frontera»), estaba habitada por cosacos («nómadas») y a principios del XVII los zaporogos estaban sometidos a la Confederación Polaco-Lituana. Pero los cosacos, ortodoxos, detestaban a los polacos, católicos, que eran además los terratenientes. En 1648 Jmelnitski se alzó contra los aristócratas polacos, y les causó graves derrotas, arrasando tanto los palacios polacos como las iglesias católicas y las sinagogas judías. Pero hasta que los rusos no decidieron apoyarlo, Jmelnitski no pudo vencer a sus enemigos. Una ayuda que tuvo su precio, claro, y en 1654 el hetman cosaco firmó el Tratado de Pereyáslav con el Zar Alejo I de Rusia, que condujo a los cosacos zaporogos a la órbita de Moscú.
Jmelnitski era un héroe nacional ucraniano, pero ambivalente. Había liberado a su pueblo del yugo polaco, pero lo había situado en la órbita de los Zares. No es de extrañar que los rusos le mostraran el mayor respeto. En 1860 las autoridades zaristas ordenaron elevar un monumento en su honor en Kiev. Su diseñador, lo fue también de otra obra significativa: el Monumento del Milenario de Rusia, situado en Nóvgorod. La estatua ecuestre de Jmelnitski se ubicó en el centro de Kiev, cerca del edificio religioso que identificaba a la ciudad, San Miguel de las Cúpulas Doradas. Durante el periodo soviético (en 1934 exactamente), este templo fue demolido, hasta la última piedra, pues –además de su carácter religioso– se veía en él un símbolo del nacionalismo ucraniano (fue reconstruido por la Ucrania independiente tras el derrumbe de la URSS). No se atacó, en cambio, la estatua de Jmelnitski. Al haber unido la suerte de Ucrania con la de Rusia, resultaba un personaje valioso para Moscú.
Al haber unido la suerte de Ucrania con la de Rusia, Jmelnitski resultaba un personaje valioso para Moscú
Se vio también con motivo de la Segunda Guerra Mundial. En el curso de ella, para incentivar el afán combativo de los miembros del Ejército Rojo, Stalin creó una serie de Órdenes para premiar a las tropas: las de Alexander Nevsky, Alexander Suvorov y Mijail Kutuzov, todos ellos grandes personajes de la historia militar rusa. Y también se instituyó, reveladoramente, la Orden de Bogdán Jmelnitski.
Otro hetman cosaco ucraniano, Ivan Mazepa (1639-1709) fue el contrapunto a Jmelnitski, ya que intentó romper con la Rusia de Pedro el Grande, porque el afán centralizador del monarca ponía en peligro algo que los cosacos valoraban mucho: su autonomía. En el marco de la guerra que el Zar sostenía con el rey sueco Carlos XII, Mazepa optó por ponerse al lado del escandinavo en la batalla de Poltava (1709). Durante ella, las tropas cosacas ucranianas recibieron para identificarse banderas suecas, y de ahí que la actual bandera ucraniana comparta colores con la sueca.
La derrota sueco-ucraniana en Poltava abortó el proyecto de Mazepa de crear una Ucrania Independiente. Pese a ello, el personaje tuvo un notable eco en la literatura, y Lord Byron y Victor Hugo lo convirtieron en un héroe de leyenda. Otro personaje para el panteón nacional ucraniano. Pero al final, y no deberíamos engañarnos al respecto, son los poetas y no los generales los que marcan el rumbo a la historia. En el caso de Ucrania, el creador de su movimiento nacionalista no es otro que Tarás Shevchenko (1814-1861). De unos orígenes humildísimos (había nacido como siervo en una aldea ucraniana) sus excepcionales dotes para la literatura y la pintura lo llevaron a la misma corte de San Petersburgo. Pero en 1840 ya había publicado su primer libro de poesía, que además de sus méritos literarios, estaba escrito en ucraniano. La lengua ucraniana quedó elevada al rango de lengua de cultura.
Son los poetas y no los generales los que marcan el rumbo a la historia
Y de vuelta a su Ucrania natal, Shevchenko creó junto a otros intelectuales una sociedad secreta para conseguir reformas en el Imperio Zarista, entre ellas la autonomía para Ucrania. Detenido en 1847, se le prohibió tanto escribir como pintar y se le deportó a Karzajstán. Pero la extraordinaria calidad de su literatura y su pintura le consagraron y en 1898 ya se le erigió una estatua (en Jarkov, la principal ciudad de la Ucrania rusófona, por cierto).
Como Lenin llegó al poder argumentando, entre otras cosas, que el Imperio Zarista era una «cárcel de los pueblos», el nuevo poder comunista vio con simpatía a un Shevchenko que había sido víctima del chovinismo ruso. En la URSS se le levantaron monumentos. Pero también fuera de ella, ya que la diáspora ucraniana, empapada de nacionalismo, lo consideraba el protomártir de su independencia nacional. La comunidad ucraniana de Argentina, por ejemplo, le erigió un monumento en Buenos Aires en 1971.
Poesías de Shevchenko, como su Testamento, destilan un fuerte odio hacia «lo ruso» (aun sin citarlo) y nos hablan de la necesidad de que corra la sangre enemiga hasta formar ríos. Pero posiblemente el suceso histórico que más ha hecho crecer la distancia entre Ucrania y Rusia sea la experiencia del régimen comunista. Durante su existencia, Ucrania sufrió lo indecible, especialmente durante el Holodomor.
¿Por qué creo esto? En 1991 una figura como Lenin tenía erigidos unos 5.500 monumentos sobre suelo ucraniano. Hoy es casi imposible ver ninguno. Han sido destruidos –o al menos retirados– en mayor proporción que en los Países Bálticos, por ejemplo. En Rusia, en cambio, son facilísimos de encontrar, algunos de proporciones colosales. El pueblo ucraniano se distanció de Rusia, creo que definitivamente, al sentirse víctima de un régimen de opresión y mentira que lo hundió en la miseria durante más de 70 años. Dudo mucho que la actual política de Putin ayude a recomponer puentes.