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24 de julio de 2024

David Niven

David Niven, en Los cañones de NavaroneGTRES

Picotazos de historia

David Niven, un caballero del cine y en la guerra

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial fue el único de los actores ingleses en América que renunció a todo para combatir

La carrera cinematográfica del actor inglés David Niven (1910 – 1985) es bien conocida. Posiblemente sea, junto a James Steward, de los actores que más simpatía han despertado por su arte y por su categoría humana.

Niven fue hijo de un oficial inglés que, según sus propias palabras «desembarcó, todo garbo y estilo, frente a las ametralladoras turcas en Gallipoli». Y sigue enterrado allí. David, una vez terminados los estudios ingresó en el ejército y fue oficial en activo, pero la vida militar en tiempo de paz aburrió al joven que renunció a su comisión y viajó a Estados Unidos buscando fortuna. Allí inició una exitosa carrera como actor. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial fue el único de los actores ingleses en América que renunció a todo para combatir. Una vez integrado en el servicio conoció al Primer Ministro Winston Churchill. «Joven –le dijo el Gran Hombre– al abandonar todo para venir a luchar hizo una cosa notable. Pero si no lo hubiera hecho habría sido despreciable».

David Niven participó en actividades de propaganda (radio, cine, etc.) pero también en acciones directas de combate. Dentro de los famosos Comandos de Lord Lovat estuvo al mando del escuadrón «A» de las unidades Phantom encargadas de explorar y transmitir información sobre las posiciones de avanzada del enemigo, incluidas las que se encontraban detrás de las líneas alemanas.

El actor fue siempre muy discreto en lo referente a su actuación durante la guerra. En su libro autobiográfico The moon´s a ballon (en español se tradujo como La aventura de mi vida) relata que, siendo parte de las fuerzas aliadas de ocupación nada más rendirse Alemania, vio a una patrulla de control comprobando las identidades de dos alemanes que iban en un destartalado camión.

Los pases o identificaciones parecían estar correctos y el soldado les indicó que continuaran pero una alarma se despertó en la mente del actor. Hizo señas a los alemanes para que se acercaran. Ignoró al conductor que le enseñaba los documentos y se encaró con el copiloto o pasajero. Este vestía ropas modestas y gastadas, con un largo abrigo ajado y con brillos en los codos por el largo uso. El rostro del alemán reflejaba el cansancio y la crispación vivida durante mucho tiempo y, a pesar de su barba de varios días, no carecía de distinción.

«Identifíquese, señor. Por favor», le dijo con suavidad. El alemán mostró unos documentos que no merecieron una mirada del actor. Sin dejar de mirarle a los ojos repitió la pregunta con voz tranquila. El alemán comprendió que era mejor decir la verdad y respondió con el que debía ser su verdadero nombre. «¿Graduación?», inquirió Niven. Era un general. «¿De dónde viene? Berlín». «¿A dónde va? A casa». «Y eso ¿dónde está?».

El alemán, que parecía haber envejecido diez años más mientras tenía lugar la conversación, miró hacía una casa en el valle que estaba junto a la carretera. No podía estar a más de tres kilómetros del punto donde se encontraban. David Niven cuenta que jamás había visto tanto agotamiento y desesperación como los que reflejaban los ojos de aquel hombre mientras respondía mirando la casa. «Allí».

Niven, que terminaría la guerra con el grado de teniente coronel, se acercó al alemán y le dijo en voz baja. «Pues haga el favor de deshacerse de esas malditas botas, señor. Gritan general por todas partes» y permitió que continuaran el camino. En el libro nos cuenta que cuando el camión se puso en marcha, el general, que había vuelto a ocupar el asiento junto al conductor, mantenía los ojos insistentemente clavados en la pequeña casa del valle. Seguían reflejando un profundo agotamiento y tristeza pero también esperanza.

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