La Roldana, la primera mujer escultora en la corte de Carlos II
En 1692, el Rey Carlos II le distinguió como a ninguna otra mujer artista hasta ese momento, al concederle el título honorífico de escultora de Cámara
Entre las más importantes obras de arte que se encuentran en el Museo de Colecciones Reales en Madrid, destaca por su fuerza compositiva y expresividad un San Miguel venciendo al diablo de finales del siglo XVII. Pero lo más singular es que es una escultura realizada por una mujer que llegó a ser distinguida en su época por la Iglesia y la Corona.
El 8 de septiembre de 1652, Luisa Ignacia Roldán, hija del notable escultor andaluz Pedro Roldán fue bautizada en Sevilla. Su infancia y adolescencia transcurrió en el taller de su padre, donde aprendió la técnica de la talla en madera asimilando sus modelos compositivos y estilo particular. De esa manera, las primeras esculturas de Luisa mantuvieron características propias de la obra de su progenitor como rostros ovalados, fuerte volumen del cabello y ojos achinados.
Formado en los obradores de Andrés Cansino, un joven Luis Antonio de los Arcos entró a trabajar en el taller de Roldán, del cual se enamoró su hija, pese a la negativa del padre a sus relaciones. Desafiando su autoridad, en 1671, con diecinueve años, Luisa se casó con él, abandonando la casa y taller familiar para trabajar de manera independiente con su marido, quien firmó los contratos de las obras, pues por ley –y salvo excepciones– una mujer casada no podía figurar como parte en documentos contractuales. Como muchas parejas de la época, tuvieron una abundante prole –siete hijos– aunque no todos alcanzaron la edad adulta.
La pareja realizó obras en Sevilla y otras provincias andaluzas para iglesias, conventos o cofradías. La cantidad de esculturas atribuidas a la Roldana en esta fase de su vida es realmente abrumadora, aunque no todas se encuentran documentadas. No obstante, nadie duda de que los ángeles pasionarios del grupo de figuras encargadas por la hermandad de la Exaltación de Cristo fueron obras exclusivas de la escultora.
Su fama llegó hasta Cádiz y otros pueblos de la provincia, cuyos encargos consagraron a la pareja. En 1684, Luisa entregó su Ecce Homo a la Catedral de Cádiz, realizado en Sevilla a medias con su marido, por lo que el busto del Ecce Homo que se guarda en la iglesia de San Francisco de Córdoba –por su parecido con el gaditano– también debió salir de sus manos.
El éxito de sus primeras obras originó que el cabildo de la catedral les encargase varias figuras del nuevo monumento para la Semana Santa en 1687 y hasta el ayuntamiento encargó a la Roldana las figuras de los patronos de la ciudad de Cádiz, San Servando y San Germán. Con su marido también esculpió La Dolorosa de la Soledad, que regalaron al convento de Puerto Real. En casi todos estos años, Luisa imprimió un sobresaliente realismo dramático a sus figuras, lo cual le otorgaría –en plena época del barroco– una fama que llegaría hasta Madrid, a donde se trasladó la pareja y sus hijos en 1689.
Si Velázquez había tenido la protección del conde-duque de Olivares, Luisa y Antonio tuvieron la de Cristóbal de Ontañón, ayuda de Cámara del Rey Carlos II, que se convirtió en su mecenas cortesano. A pesar de que en esta última etapa de su trayectoria profesional realizaría algunas de sus más importantes tallas en madera, lo que le otorgó definitiva fama a Luisa Roldán fueron sus pequeños grupos en barro cocido policromado adecuándose así a una elevada demanda de este tipo de escultura de pequeño formato con destino a las residencias y capillas de numerosos cortesanos.
Pero la entrada en la Corte suponía no sólo reconocimiento social sino la posibilidad de entrar en contacto con talleres de otros artistas famosos, por lo que La Roldana conoció y aprendió la técnica de modelado potente y monumental del flamenco José de Arce. Ello supuso que sus esculturas adquirieran formas más delicadas sin perder su conocida fuerza expresiva, como se aprecia en su San Miguel de El Escorial, cuya calidad e importancia ha hecho que, actualmente, sea considerado una de las joyas del nuevo Museo de Colecciones Reales.
En 1692, el Rey Carlos II le distinguió como a ninguna otra mujer artista hasta ese momento, al concederle el título honorífico de escultora de Cámara. Tres años más tarde logró que se le concediera ese empleo pero con sueldo, lo que mantuvo el sucesor del monarca, el nuevo Rey Felipe V a partir de 1701. De esta época se datan su San Ginés de la Jara y el grupo de La Virgen y el Niño con San Juan Bautista, en barro cocido.
En vísperas de su muerte realizó declaración de pobreza, indicando que no poseía ningún bien ni nada sobre lo que hacer testamento. Era un recurso habitual en esa época, necesario para que su parroquia la sepultara y realizara sufragios por su alma gratuitamente, apelando la caridad. De esa manera, se evitaba que sus familiares abonaran esos gastos y adquirieran sus escasos bienes. Luisa Roldán falleció en Madrid el 10 de enero de 1706 cuando la Academia di San Luca en Roma la elegía como académica de Mérito, un honor casi nunca concedido a una artista mujer, y menos extranjera.