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Grabado de la inauguración del Canal de Suez en 1869

Grabado de la inauguración del canal de Suez en 1869

El día que Eugenia de Montijo inauguró el canal de Suez

Para la Emperatriz de Francia su asistencia no era sólo un gesto simbólico importante porque la construcción se había financiado con capitales franceses en gran parte, sino porque el ingeniero, Ferdinand de Lesseps, era primo suyo

La Emperatriz de Francia, la española Eugenia de Montijo –casada con Napoleón III– abandonó París el 30 de septiembre de 1869 para viajar hasta el lejano Egipto. Allí tendría el placer de inaugurar una gran obra de ingeniería, el canal de Suez, viejo sueño desde tiempos faraónicos, que uniría el Mar Rojo con el Mediterráneo. No sólo se favorecería el comercio entre Europa y Asia sino incluso con el Lejano Oriente y Oceanía, recortando el tiempo de los viajes marítimos, ya que los barcos no tendrían que surcar por toda la costa africana para –doblando el cabo de Buena Esperanza– penetrar en el Atlántico para encaminarse a puertos europeos.

Para Eugenia de Montijo, su asistencia no era sólo un gesto simbólico importante porque la construcción se había financiado con capitales franceses en gran parte, sino porque el ingeniero, Ferdinand de Lesseps, era primo suyo. A pesar de la inicial hostilidad del sultán otomano y del gobierno británico –receloso por los sucesivos intentos de Francia por instalar su influencia en Egipto–, Napoleón III había patrocinado la empresa y jugado su prestigio ante las naciones.

Su apoyo a la creación de un Imperio en México (1864-1867) bajo el cetro de un Habsburgo –Maximiliano I– se había saldado con un fracaso y el fusilamiento del emperador. Resultaba necesario levantar la imagen de Francia con un hecho que le desligara de un conflicto político o bélico.

Construcción del canal

Construcción del canal

El viaje de la Emperatriz se organizó con todo el boato y solemnidad de un viaje de Estado. Se formó un séquito con 37 personas y se dispuso para el periplo marítimo al yate imperial El Águila, que les embarcó en Venecia. Hasta llegar allí en ferrocarril, Eugenia y sus acompañantes realizaron paradas simbólicas como en los campos de Magenta.

Esa localidad fue el escenario de una gran batalla, el 4 de junio de 1859, durante la segunda guerra de independencia italiana, acabando en una victoria sardo-francesa bajo el mando de Napoleón III y con la derrota de los austriacos. Al llegar a la Perla del Adriático, la corta visita protocolaria de Víctor Manuel II, Rey de Italia, no sirvió sino para poner de manifiesto cierta tirantez entre ambos miembros de la realeza.

El yate imperial puso rumbo a Constantinopla, capital del Imperio otomano, realizando escala en El Pireo, el puerto que comunicaba la costa con Atenas, ante el deseo de la Emperatriz de visitar la capital helena. Había leído tanto sobre la civilización griega clásica que deseaba visitar sus restos arqueológicos.

El Rey de Grecia organizó excursiones para enseñarle las antigüedades a sus ilustres visitantes. Tras cuatro días, el séquito imperial reemprendió la ruta hasta llegar a su destino, en el Bósforo, el 13 de octubre. Por orden del sultán, se ofreció el palacio Beylerby a Eugenia y su pequeña corte, en la costa este del estrecho. Inmensos salones de mármol, techos pintados con miles de arabescos y llenos de pintura dorada asombraron a los europeos.

Al encontrarse la madre del sultán a su hijo del brazo de la Emperatriz –durante una recepción–, interpretó de tal manera la escena que le dio un golpe en el estómago a Eugenia, que lo encajó gracias al corsé y ropas que portaba. Y todavía más se sorprendió cuando, entre otros regalos que le ofrecieron las autoridades turcas, le trajeron un retrato de Napoleón III en tapicería realizado con bigotes y cabellos naturales.

Tras su escala en Constantinopla, que había vuelto a remarcar la alianza entre Francia y la Sublime Puerta desde la guerra de Crimea, Eugenia alcanzó Egipto. El gobernador, llamado Jedive, recibió a la Emperatriz con un lujo y pompa orientales. Durante un mes, su séquito realizó varias excursiones por el Nilo, visitando lugares relacionados con la antigua civilización egipcia, antes de regresar a Port Said para la ceremonia de la apertura del canal el 16 de noviembre.

Canal de Suez

Canal de Suez

Al día siguiente, El Águila encabezó una flota de cuarenta naves que realizó el trayecto desde Port Said hasta Ismaila. Fue un momento de esplendor para Francia y sus emperadores. Tras su yate se encontraba el barco del emperador austriaco, los del príncipe heredero de Prusia –uno tras otros–, el del príncipe heredero de los Países Bajos y de los embajadores cuyos reyes no habían podido estar presentes en el acto.

El Jedive encargó al arquitecto italiano Pietro Avoscani el diseño y la construcción de un teatro de la ópera en El Cairo para unirlo a las celebraciones por el canal. Para su estreno, el gobierno egipcio pensó en el compositor italiano Giuseppe Verdi, al que ofreció 150.000 francos por una nueva ópera, pero el maestro rechazó el encargo. De esta manera, el nuevo teatro Ibrahim Pachá abrió sus puertas el 1 de noviembre de 1869 con una representación de su Rigoletto, a la que asistió Eugenia de Montijo.

Pero el Jedive convenció al egiptólogo francés Auguste Mariette para que escribiera el texto de una ópera ambientada en el Antiguo Egipto. Mariette pidió ayuda al director de la ópera cómica de París, Camille du Locle, un hombre al que Verdi respetaba mucho. Al saber que este respaldaba el proyecto, el compositor italiano terminó aceptando componer la música de Aida. Finalmente, el 24 de diciembre de 1871, esta ópera de ambientación egipcia se estrenó en el nuevo teatro de la ópera cairota, por lo que –aunque indirectamente– se la relacionó con la apertura oficial del canal de Suez.

La visita de Eugenia de Montijo fue el canto del cisne del Segundo Imperio francés que se hundiría en los campos de batalla en la guerra germano-francesa de 1870.

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