Extranjeros en el Gobierno de Estapa
El barón de Ripperdá o cómo un aventurero holandés consiguió gobernar en el Imperio español
La desconfianza que experimentaron las dos esposas de Felipe V tanto hacia la lealtad de la nobleza española como hacia su capacidad, las llevó a buscar el apoyo de, personalidades de allende las fronteras del Imperio español, que pudieran apoyarlas en sus particulares objetivos
El reinado de Felipe V se caracterizó por dos importantes aspectos: la subordinación a sus sucesivas consortes y la persistente presencia de extranjeros en los más elevados niveles del gobierno. La subordinación del monarca a sus esposas se debía tanto a su debilidad de carácter como a su fuerte pulsión sexual. Una compulsión que su sincera religiosidad, impedía satisfacer fuera del lecho conyugal. Esta actitud, unida al profundo y leal amor que sintió por sus dos esposas, contribuyó a reforzar al ascendiente que ambas ejercieron sobre él.
Extranjeros en el Gobierno de España
La Princesa de los Ursinos: de infiltrada francesa a asesora en la Corte de Felipe V
La desconfianza que experimentaron las dos reinas tanto hacia la lealtad de la nobleza española como hacia su capacidad, las llevó a buscar el apoyo de, personalidades de allende las fronteras del Imperio español, que pudieran apoyarlas en sus particulares objetivos. Este contexto explica la sorprendente, casi increíble historia, de cómo un aventurero holandés consiguió convertirse en árbitro del gobierno del Imperio español.
Agente secreto y espía de Inglaterra y Austria
El barón de Ripperdá era vástago de una ilustre familia de la nobleza católica, que decidió abjurar de su religión para favorecer su carrera política en la calvinista Holanda. Designado embajador en Madrid percibió rápidamente que su condición de extranjero era el más valioso título para abrirse camino en la Corte española. Antes lo habían conseguido la Princesa de los Ursinos, Orry, varios embajadores franceses y Alberoni , entre otros.
Acompañaban a su inmensa ambición dotes nada desdeñables: amena conversación, afable trato, inteligencia, astucia y buena instrucción en materias de economía política. A fuerza de perseverancia se ganó la amistad de Alberoni y la entrada libre en el palacio real.
Sin embargo detrás de su fachada simpática y seductora se ocultaba un aventurero sin conciencia ni escrúpulos que ya había traicionado a su país de origen al actuar como agente secreto y espía tanto de Inglaterra como de Austria, lo que le aportó pingües beneficios.
Entre halagos y mentiras
Para abrirse camino en España abjuró del protestantismo volviendo a ingresar en la Iglesia de Roma. Rodeó su supuesta conversión de halagos al monarca, al que convenció de que había sido su ejemplo el móvil único para recuperar sus antiguas convicciones católicas. Protegido inicialmente por el cardenal Alberoni, contribuyó traicioneramente a su caída en desgracia. A cambio obtuvo el lucrativo cargo de superintendente de las fábricas nacionales. Desde ese cargo elaboró sucesivos proyectos para revertir las consecuencias del Tratado de Utretch. Se trataba de proyectos algo fantasiosos pero cuya apariencia razonable encandiló a la real pareja.
Buen observador, supo captar la obsesión de la Reina por su hijo Don Carlos y alentarla en la pretensión de conseguirle un trono en el escenario italiano, donde estaba en juego la sucesión de los apetitosos ducados de Parma y Toscana. El principal obstáculo era la frontal oposición del Imperio Alemán, cuyo titular seguía siendo Carlos VI, rival de Felipe VI en el conflicto sucesorio español.
Pero a Ripperdá no se le ponía nada por delante. Una vez conquistada la voluntad de la Reina Isabel a base de halagos y fantasiosas promesas tenía a su disposición todos los inmensos recursos de la monarquía española y se dispuso a utilizarlos. En 1724 consiguió que los reyes le confiaran en secreto la misión diplomática de conseguir un arreglo pacífico entre España y el Imperio. Para ello se le concedieron cuantiosos recursos financieros.
Tras casi un año de discreta estancia en Viena, durante la que una corriente de dádivas y sobornos enriqueció a las personalidades más significativas de la corte vienesa, Ripperdá volvió a España con un tratado de paz en el bolsillo. Y lo que era más importante para su augusta protectora, con la perspectiva de un compromiso matrimonial entre D. Carlos y María Teresa de Austria, heredera del Emperador alemán.
Ministro universal de la monarquía española
Recibido por los reyes con inmensa alegría, fue colmado de honores y distinciones. También se le confirió la secretaría de Estado y poco después las de Hacienda, Guerra y Marina, lo que le convirtió en ministro universal de la monarquía española. Su labor en este importante cargo fue nefasta, introduciendo una increíble confusión en los negocios públicos para ocultar las excesivas concesiones que había realizado para conseguir el tratado. Estas obligaban a España a entregar astronómicas cantidades de dinero, imposibles de pagar, a cambio de un impreciso apoyo austríaco contra Inglaterra y de un acuerdo matrimonial que pronto se comprobó que era imposible.
Por una vez Felipe V actuó con decisión ordenando que se le sacara a la fuerza de la embajada, sin respetar la inmunidad diplomática
El descubrimiento de sus maquinaciones y desfalcos le obligó a dimitir y a buscar refugio en la embajada inglesa, desde la que intentó negociar una salida chantajeando al Rey con documentos comprometedores. Por una vez Felipe V actuó con decisión ordenando que se le sacara a la fuerza de la embajada, sin respetar la inmunidad diplomática.
Encerrado en el Alcázar de Segovia, consiguió escapar seduciendo a una de las muchachas que prestaban allí servicio. Tras ser rechazado en Inglaterra y en Holanda, donde retornó al calvinismo, acabó encontrando refugio en Marruecos en 1731 donde cambió de religión, una vez más, convirtiéndose al mahometismo. Allí llegó a encabezar un ejército destinado a conquistar las posesiones españolas, pero fracasado cayó en desgracia con el Sultán marroquí, acabando de forma miserable su aventurera existencia.