Willy Brandt, el canciller que cayó en la trampa de la Stasi
Hace 50 años, dimitió tras descubrirse que su asesor áulico era, en realidad, un agente de la Alemania comunista
Willy Brandt, además de ser el alcalde de Berlín Oeste que recibió a John K. Kennedy al pie del Muro –«soy un berlinés», dijo, para la posteridad, el presidente estadounidense–, y el primer canciller socialdemócrata de Alemania Federal, protagonizó la apertura hacia el vecino oriental, estrategia conocida como la Ostpolitik, la política del Este. Escribe Norman Stone en The Atlantic and its enemies, a history of the Cold War, «En 1972 se formalizaron las relaciones entre Alemania Oriental y Occidental, y de nuevo hubo una subvención para el Estado de Alemania Oriental; también obtuvo un acceso privilegiado al mercado de la C[omunidad] E[uropea] bajo condiciones de Alemania Occidental, a cambio de hacer un poco menos de alboroto por pequeños asuntos en Berlín».
Por ejemplo, una espera de dos días para una visita en la frontera, o las matrículas de los automóviles de Alemania Oriental que había que atornillar, bajo un frío glacial, para sustituir temporalmente a las de Alemania Occidental. La lista no es exhaustiva.
La ratificación del tratado entre ambos países fue laboriosa en Alemania Occidental, pero terminó saliendo adelante. El éxito permitió a Brandt pronunciar la famosa frase «Ahora sí, Hitler ha perdido la guerra» y recibir el Premio Nobel de la Paz. También impactó a la opinión pública mundial la genuflexión del canciller federal ante el monumento levantado en memoria de las víctimas del gueto de Varsovia.
En el plano interno, la economía iba viento en popa y la Unión cristianodemócrata no levantaba cabeza: en los comicios federales de 1972, celebrados a raíz de una moción de censura fallida impulsada por la oposición, los socialdemócratas de Brandt se convirtieron en la primera fuerza política de Alemania por primera vez desde 1930, aunque sin obtener la mayoría absoluta. Daba lo mismo: los liberales renovaron la coalición con Brandt.
El problema es que, en paralelo a estos éxitos, se iba fraguando, en el entorno del canciller, uno de los mayores escándalos de espionaje de la Guerra Fría. Su protagonista era Günter Guillaume, un agente de la División de Inteligencia de la Stasi, la policía política de la Alemania comunista. Había emigrado a la otra Alemania, la federal, en 1956 y pronto se incorporó a las filas del Partido Socialdemócrata, el Spad.
Era un militante activo, que supo armarse de paciencia durante 14 años hasta que fue contratado en la cancillería Federal. Dos años más tarde, Brandt le llamó a su gabinete en calidad de asesor. Su cometido consistía en supervisar las relaciones entre el canciller y el Spd. Un puesto, en principio, secundario, sin acceso a los secretos de Estado o a cualquier tipo de información sensible. Mas a Guillaume le faltó tiempo para ganarse la confianza del canciller: en julio de 1973, le acompañó en sus vacaciones a Noruega.
Para aquellas fechas, las alarmas ya habían saltado en la cúpula del Servicio Federal de Inteligencia, Bnd en sus siglas alemanas: en mayo, el ministro del Interior, Hans-Dietrich Genscher –que también había emigrado a la Alemania Federal desde la Oriental– avisó a Brandt de las sospechas que pesaban sobre Guillaume y pensaba tenderle una trampa durante la estancia en Noruega que desembocaría en su detención. En vano.
Pero la investigación seguía su curso, lenta, pero de forma imparable: el 1 de marzo de 1974, Genscher y Günther Nollau, jefe de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, el servicio de inteligencia interior, avisaron a Brandt de que Guillaume sería detenido en dos o tres semanas. Al final, el plazo se extendió hasta el 24 de abril. Al ser esposado, Guillaume, con cierto descaro, afirmó: «Soy oficial del Ejército Nacional Popular de la República Democrática Alemana y empleado del Ministerio de Seguridad del Estado».
La agonía política de Brandt se extendió durante quince días. El 1 de mayo, el aún canciller recibió un informe policial con detalles sobre su vida privada –era notoriamente mujeriego y bebía con empeño– recogidos durante la investigación sobre Guillaume. Es decir, ya estaban reunidos los requisitos en relación con un posible chantaje en relación con un posible chantaje por parte de sus adversarios políticos; sobre todo, por parte de la Alemania comunista. La dimisión parecía inevitable: ya solo quedaba gestionarla. En primer lugar, informó a la cúpula del Spd, después, al presidente de la República, Gustav Heinemann. El 7 de mayo, a medianoche, fue anunciada por la emisora pública Ndr. Cinco días después de la apertura de la embajada de Alemania Federal en Berlín Este.
«Cualquiera que sea el consejo que me dieron, no debería haber permitido que documentos secretos pasaran por las manos del agente durante mis vacaciones en Noruega el verano pasado. Es y sigue siendo grotesco considerar que un canciller de Alemania está dispuesto a ser chantajeado. En cualquier caso, no soy yo», declaró Brandt al día siguiente. Más tarde, admitió que «en verdad, estaba destrozado por razones que no tenían nada que ver con la cuestión». Entiéndase, la fatiga generada por su agitada vida personal. En todo caso, había caído el mandatario del país más afectado por la Guerra Fría, pese al intento de la Alemania comunista, por boca de su superespía, Markus Wolf, de restarle importancia al asunto.