Fundado en 1910
Expertos del Instituto Arqueológico Austriaco trabajan en la extracción y análisis de huesos de mamut de hasta 40.000 años de antigüedad encontrados en una bodega subterránea a unos 75 kilómetros de Viena

Los huesos de los animales y humanos contienen un alto nivel de fosfatoOeAW-OeAI/Th. Einwögerer/EFE

Picotazos de historia

¿Se desenterraron huesos de muertos en el campo de batalla del siglo XIX para utilizarse como abono?

Entre 1815 y 1822 se desarrolló un nuevo tipo de fertilizante basado en moler los huesos de los animales y humanos (ambos con un alto contenido de fosfato)

El siglo XIX es el gran exponente de la revolución industrial que se continuaría con una evolución rápida de la tecnología que continua el día de hoy. Pero para alcanzar las condiciones necesarias para que se produzca ese proceso primero debieron darse otras que, a su vez, permitieron una revolución en otros campos. Y es que todo en la historia está interrelacionado.

En el siglo XVIII –especialmente en el Reino Unido, Francia y Países Bajos, así como zonas de Alemania y Austria– se desarrollaron nuevas técnicas que permitieron un aumento de la producción agrícola y ganadera, lo que llevaría a un aumento significativo de la población. Los principales avances fueron: la rotación del cultivo y barbecho de tres a cuatro zonas del campo, la adopción del arado pesado de hierro con vertedera, el desarrollo de un mercado nacional libre de aranceles y el desarrollo de las infraestructuras relacionadas con el transporte, mejoras en la crianza selectiva, etc. La aparición de nuevos cultivos procedentes del nuevo mundo (patata, tomate, maíz, etc.) también ayudó, pero la suma de todo esto no solo significó un aumento de producción y unos mejores resultados, también supuso un sobreesfuerzo al suelo.

Coalbrookdale (condado de Shropshire, Inglaterra) es considerado una de las cunas de la Revolución Industrial. Coalbrookdale de noche de Philip James de Loutherbourg

Coalbrookdale (condado de Shropshire, Inglaterra) es considerado una de las cunas de la Revolución Industrial. Coalbrookdale de noche de Philip James de Loutherbourg

En aquel tiempo el fertilizante básico era el estiércol, de origen animal o humano o la mezcla de ambos. El descubrimiento de los grandes depósitos de fertilizantes –sobre los que se lanzaron como depredadores los comerciantes británicos– aportaron un medio para aumentar y mejorar las cosechas sin detrimento de la calidad de la tierra por agotamiento.

El nitrato de Chile es el más conocido, luego fueron los depósitos de guano (excrementos de las aves con alto contenido de azufre y fosfato) y las potasas obtenidas de las cenizas de los árboles quemados al roturar nuevas tierras donde poder sembrar. Entre 1815 y 1822 se desarrolló un nuevo tipo de fertilizante basado en moler los huesos de los animales y humanos (ambos con un alto contenido de fosfato).

Primero se utilizaron los huesos sobrantes de las industrias cárnicas del Reino Unido y para 1840 se calculaba que se molían al año unas 30.000 toneladas de hueso con ese origen. Será entre 1820 y 1825 que se iniciará la búsqueda, molienda y uso de huesos de un distinto origen: el recogido de las fosas comunes y campos de batalla de Europa tras las guerras napoleónicas.

La primera información a este respecto nos viene de la publicación en el London Spectator de 7 de noviembre de 1823. «Un barco arribó a Lassiemouth proveniente de Hamburgo con una carga de huesos propiedad de un agricultor de Morayshire. El patrón de la nave declaró que los huesos se recogieron en las llanuras y campos de Liepsic (sic) y que son los restos de los miles que cayeron en batalla en octubre de 1813».

En el Nautical Register de 1822 encontré una referencia a que se habían importado un millón de fanegas de huesos de muerto «de las cercanías de Austerlitz, Liepsic (sic) y Waterloo». La mayor parte se descargaba en el puerto de Kingston upon Hull donde existían unos molinos especializados en moler los huesos para abono. Es, principalmente por este motivo, por el que sólo se han encontrado dos esqueletos de soldados muertos en el campo de batalla de Waterloo. El resto, así como todos los caballos, acabaron como abono en el Reino Unido o para el refinado de azúcar en la fábrica de remolacha local.

Con todo también se agotaron estos depósitos, ya que su consumo los devoraba rápidamente, y la humanidad se avocaba a una hambruna sin precedentes. Un desastre mundial: era evidente que la gran crisis que desencadenara el desastre podría producirse en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo.

Foto que muestra los efectos del fertilizante

Foto que muestra los efectos del fertilizante

El científico alemán Fritz Haber consiguió sintetizar el gas de amoniaco a partir del nitrógeno e hidrógeno del aire. Esto permitió el desarrollo de los fertilizantes artificiales que salvaron a la humanidad de esa amenaza apocalíptica. En 1918 Fritz Haber recibió el premio Nobel por salvar a la humanidad al tiempo que era declarado criminal de guerra. Y es que cuando se inició la Primera Guerra Mundial su patria le pidió ayuda frente al terrible conflicto mundial. Haber trabajó para que su país ganara y desarrolló la guerra de gases. La guerra química. Y es que nadie es dios o demonio, sólo somos seres humanos.

¡Ah, por cierto! Los varios millones de muertos debidos a las guerras napoleónicas abarataron y popularizaron las dentaduras postizas. Los muertos dieron una abundante cosecha de dientes y muelas sanas.

comentarios
tracking