Picotazos de historia
La dolencia de Luis XIV de Francia que popularizó las operaciones anales en toda Francia
Al principio, por pudor, se hablaba del problema como «un tumor en el muslo», pero una agria disputa entre los médicos de la corte acerca del tratamiento puso en boca y conocimiento de todos la naturaleza y localización del mal que afligía a su señor
Una fístula anal es una cavidad interna que se forma, cerca del ano o del recto, y donde se acumula material purulento. Esta acumulación provoca la formación de un canal entre el ano, el recto y la piel. Se considera una lesión benigna y se recurre a la cirugía para su cura. Pero en el siglo XVII era otra cosa.
En ese tiempo los métodos o medios de curación, prácticamente para casi todo, eran las sangrías y los enemas. Los segundos se practicaban por medio de un instrumento metálico denominado clister (que significa enema en griego, que queda más bonito) y que en España bautizamos como jeringa (de donde vendrán expresiones como «a jeringarse») que era introducido por el ano del paciente para facilitar la introducción del liquido que facilitaría la limpieza del intestino.
Entonces las medida de higiene y desinfección era las propias de su tiempo –¡ninguna!– y se cree que la practica frecuente de los enemas, sumado a un actividad ecuestre activa, aumentaba el riesgo de padecer este mal. La fístula era conocida desde tiempos de Hipócrates (460 – 370 a. C.). Para su tratamiento se introducía un alambre por el ano del paciente para rascar el interior de la misma. Este método, el único conocido entonces, podía provocar hemorragias mortales. Así que una fístula en el real ano podía ser algo muy importante y de insospechadas consecuencias políticas y sociales.
Fue al inicio de ese año de 1686 que Su Cristianísima Majestad Luis XIV de Francia, conocido como el Rey Sol, se empezó a quejar de un pequeño tumor cerca del perineo. Al principio no le causaba molestia alguna pero esta situación cambió rápidamente y en pocos meses le impedía montar a caballo. A tal punto llego el dolor incapacitante que le producía la fístula al rey que para pasear debía hacerse transportar en silla de manos. Luis XIV tenía entonces 48 años de edad.
Al principio, por pudor, se hablaba del problema como «un tumor en el muslo», pero una agria disputa entre los médicos de la corte acerca del tratamiento puso en boca y conocimiento de todos la naturaleza y localización del mal que afligía a su señor. Por supuesto todos los charlatanes, mercachifles y curanderos del reino, como del extranjero, corrieron a la corte para presentar sus milagrosas curas o solicitando hacerse cargo del cuidado del «ojete» real.
Afortunadamente para Luis XIV el cirujano Charles-François Félix convenció al rey de la necesidad de intervenir. El cirujano llevaba tiempo practicando esta operación con una técnica propia y un bisturí especifico que había diseñado para esta practica. Este instrumento era curvo y tenía una protección especial en la cuchilla para evitar dañar el esfinter y el recto.
La operación se practicó el día 18 de noviembre de 1686, a las siete en punto de la mañana, en el dormitorio de la real persona. Estuvieron presentes o tomaron parte: el cirujano, dos médicos de la corte, el asistente del cirujano, madame de Maintenon que daba ánimos al Rey Sol y el monarca de Francia. Al rey lo pusieron boca abajo sobre su propio lecho y con varias almohadas bajo él para elevar la zona de trabajo. La operación fue un éxito, aunque se necesitaron dos intervenciones más antes de declarar al rey completamente curado, lo que sucedería en el mes de enero de 1687. Es por causa de tan feliz motivo que se encargó al maestro Lully la composición de un tedeum para la misa de acción de gracias.
El éxito de la operación tendrá como consecuencia que los cirujanos empiecen a tener más relevancia. Hasta entonces se consideraba a la cirugía una actividad menor dentro de la medicina, muy por debajo de los médicos. Prácticamente era una profesión innoble, como todas aquellas que tuvieran contacto con los excrementos y la sangre. Otra consecuencia fue una epidemia de fístulas anales en la corte. Toda la gente elegante quería ser operada por el maravilloso cirujano que había salvado la vida del rey. De esta manera ingresarían en el selecto grupo, en el que estaba el propio monarca. Y es que eso de hablar de los mismos achaques crea vínculo, al tiempo que es tema de conversación inagotable.