Picotazos de historia
Una nobleza alemana dividida durante el nazismo: Hitler fue admirado por unos y despreciado por otros
A la nobleza se le solicitó de manera voluntaria —a partir de 1941 de manera obligatoria— prestar un juramento de lealtad a la persona de Adolf Hitler
A pesar de los muchos cuentos que les habrán relatado acerca de las familias inmemoriales, la realidad es que la nobleza alemana la forman los llamados linajes milenarios: Guelfos (casa de Hanover), los Regnier o Reginarios (casa de Hesse-Brabante) y los Wettin (casa de Sajonia). Las restantes grandes casas son todas posteriores al año 1000 d. C.: los Hohenzollern, Habsburgo, Wittelbach, Obodritas, etc. El desarrollo del sistema feudal —algo prácticamente inexistente en el reino de Castilla— les confirió estructura legal al tiempo que se fraccionaban los grandes reinos dando lugar a ramas menores con un control más limitado en sus señoríos.
Es en este tiempo, según George Duby, cuando comienzan a surgir los marquesados, los condados, baronías y señoríos menores. Todo ello producto del fraccionamiento de la herencia entre las diferentes ramas descendientes. Esto dio lugar a un sistema nobiliario bastante rígido en Alemania y Centroeuropa y no sería hasta el reinado del emperador Carlos IV (1316-1370) que se empezarían a dar cartas de nobleza a los funcionarios.
Con el final de la Primera Guerra Mundial llegó el fin de los imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría y Otomano), surgiendo el 14 de agosto de 1919 la constitución de Weimar, en cuyo artículo 109 declaraba abolidos todos los privilegios reconocidos a los titulares de dignidad o miembros de la clase noble, no así los títulos. De hecho, el último título concedido se dio el 12 de noviembre de 1918, por parte de Leopoldo IV, como príncipe soberano de Lippe, al consejero Kurt von Klerfeld.
Para 1941 se tenían registrados en el partido nazi a más de 270 miembros de las casas reales (soberanas) alemanas y a miles de miembros de la alta nobleza
Durante los años anteriores al triunfo del partido nacional socialista se ve una clara división entre los miembros de la nobleza alemana. El coronel conde Von Stauffenberg, quien intentó acabar con la vida de Adolf Hitler, fue el primer oficial de la Reichwehr que participó en una manifestación nacionalsocialista de uniforme. Algo que estaba estrictamente prohibido por el comandante en jefe Von Seeckt y por lo que recibiría un fuerte rapapolvo.
Para 1941 se tenían registrados en el partido nazi a más de 270 miembros de las casas reales (soberanas) alemanas y a miles de miembros de la alta nobleza. La mayoría de ellos actuaron de buena fe. Fueron personas que creyeron ver en Hitler a un salvador que restituía el orgullo de nación a un pueblo al que, incluso, se le había negado el derecho a llorar a sus muertos de la Gran Guerra (el símbolo del soldado desconocido y la mística que se desarrollará en torno a este concepto, como forma genérica de rendir testimonio y homenaje a los muertos, fue prohibido en Alemania así como el poner lápidas en las iglesias o la celebración de misas conmemorativas, por el tratado de Versalles).
Por otro lado un número mayor de este colectivo, que el que se alineaba junto con el partido nazi, se mantenían a distancia o mostraban un abierto desprecio. Las figuras más representativas las formaban personajes como von Hindenburg, von Lettow-Vorbeck (el héroe del África Oriental Alemana) o los duques de Hohenberg (hijos del archiduque heredero Francisco Fernando asesinado en Sarajevo).
A las diferentes asociaciones que agrupaban a los distintos grupos de la nobleza se les solicitó de manera voluntaria —a partir de 1941 de manera obligatoria— a prestar un juramento de lealtad personal a Adolf Hitler, lo mismo que a todos los miembros del Ejército y a las diferentes ramas del funcionariado.
En ese tiempo, y para la mentalidad germánica, el juramento era un acto de compromiso muy serio que conllevaba un vínculo de obediencia. Algo que no podía pensar en romperse así como así. A las asociaciones también se les exigió que presentaran documentación que acreditara que sus miembros no estaban contaminados con sangre judía, al menos hasta 1750. La prueba debía ser por los denominados «cuatro costados», los apellidos de los cuatro abuelos de la persona a la que se le solicitaba la documentación.
En tal sentido, una tía mía, prima de mi abuelo paterno, casó en Santiago de Chile con el diplomático alemán Johannes (Jano) conde Von Welczecz. Como les contaba, el tío Jano era miembro del cuerpo diplomático, que fue embajador en Madrid hasta abril de 1936 y después fue destinado como embajador en Francia, tuvo que cumplir con la exigencia del juramento y posteriormente con el de la limpieza de sangre, tanto por su parte como por su esposa. Tía Luisa Balmaceda y Fontecilla, que tal se llamaba la señora, no tuvo problema alguno en pasar el trámite, pero dejó algunos pelos en la gatera.
Y es que, aunque las pruebas de sus apellidos se juzgaron adecuadas hubo un detalle que a todos pareció inaceptable. Y es que la señora había sido bautizada con los nombres de Raquel Luisa. Siendo conocida por toda la familia con el primer nombre de pila, algo que ponía de los nervios a los más puristas del régimen. Así tía Raquel Luisa pasó a ser Luisa a secas. Digamos que por exigencias del guion o por motivos de salud. Lo que ustedes prefieran.