Picotazos de historia
Cuando Alcalá-Zamora fue expulsado dos veces del Colegio de Abogados de Madrid en plena Guerra Civil
En 1936 la polarización política de la sociedad española se vio reflejada en todas las instituciones que la integraban y el Colegio no se vio libre de ello
El Ilustre Colegio de Abogados de Madrid es una noble y antigua institución fundada en tiempos del rey Felipe II en el año de gracia de 1596 y que, en la actualidad, lo forman más de 75.000 abogados. La digna institución vela por la defensa de sus intereses corporativos y de los ciudadanos a los que sirve.
En 1936 la polarización política de la sociedad española se vio reflejada en todas las instituciones que la integraban y el Colegio no se vio libre de ello. En ese tiempo era decano (en el Colegio al presidente se le denomina decano, solo ha habido una excepción y la explicaré más adelante), el muy respetable señor Melquiades Álvarez que sería asesinado ese mismo año.
El 13 de julio fue asesinado Calvo Sotelo. Inmediatamente un número de colegiados presentó una instancia solicitando la celebración de una Junta General Extraordinaria con el fin de condenar el asesinato. Cinco días después estallaba la guerra civil que ensangrentaría España. El 19 de julio el Colegio fue incautado por un grupo de abogados pertenecientes a los partidos que formaban el Frente Popular.
Su primera medida fue la expulsión de los colegiados que apoyaron la instancia solicitando la junta para la condena del asesinato de Calvo Sotelo. Se pueden imaginar el motivo: fascistas y desafectos a la república. El día 30 de julio el BOE publicaba un decreto del gobierno por el que se nombraba una Junta de Gobierno por entender que la anterior estaba plagada de «desafectos» y que sería presidida por Francisco López de Goicoechea.
Esta Junta echó a una serie de colegiados, además de los expulsados anteriormente. En este grupo nos encontramos con personalidades como Primo de Rivera, Alcalá-Zamora, Gil Robles, Lerroux, etc. Con el tiempo esta Junta cainita y jacobina iría incluyendo elementos más ponderados y menos ideologizados. Con todo, las dos tendencias, la revolucionaria y la más moderada, coexistieron en medio de una pesada atmósfera de miedos, desconfianza, delaciones y muerte.
El 28 de marzo de 1939 la Junta se enzarzó en una guerra interna en mitad de la ya existente Guerra Civil. Los muy dignos letrados estaban a torta limpia entre ellos y los ocho integrantes de la Junta de Gobierno, literalmente hasta las narices, hacen entrega de todos los documentos, haberes y poderes al Colegio, renunciando a sus cargos y deberes. Al día siguiente el Colegio fue incautado por la Falange.
Con el cambio se inició un procedimiento exactamente igual que el anterior pero en sentido contrario. El Colegio incautado nombró una nueva Junta y la primera disposición que tomó este nuevo gobierno fue anular el acuerdo de expulsión que se tomó en aquel, ya lejano, 19 de julio de 1936. A continuación se aprobó la expulsión de 61 colegiados que se alineaban en el bando contrario. Entre los nombres podemos encontrarnos a Manuel Azaña, Victoria Kent, Ossorio y Gallardo, Jimenez de Asúa, Pablo Azcárate, etc.
Pero fue precisamente en la actuación de esta Junta que llama la atención la paradoja que se produce con la persona de Alcalá-Zamora. El que fuera presidente de la República española fue expulsado por el acuerdo de la Junta «revolucionaria» de 1936 y ahora, esta nueva Junta «incautadora» procedió a rehabilitarle para, sin transición alguna, echarle a patadas nuevamente.
Este es un buen ejemplo de las tensiones que se vivían producto de las ideologías y de la violencia generada a consecuencia de estas. Por cierto, Niceto siempre defendió que las elecciones de 1936 habían sido burdamente manipuladas por la Comisión de Actas. «Se anularon todas las actas de ciertas provincias, donde la oposición resultó vencedora, se proclamaron candidatos vencidos». Tras las cruentas automutilaciones de la Guerra Civil, la gente estaba más por el Antiguo que por el Nuevo Testamento, e hicieron suyo el versículo de Apocalipsis 3, 16: «Pero por cuanto eres tibio te vomitaré de mi boca». Y España y los españoles fueron los que perdieron, pues como dijo Abderramán III, la flor de la guerra civil es siempre estéril.