Las nueve veces que Hernán Cortés fue enterrado: sus restos se trasladaron, escondieron y perdieron
No fue hasta 1947 cuando los restos del extremeño encontrarían descanso definitivo en el lugar que él había pedido en su testamento
Maltrecho y enfermo, Hernán Cortés moría el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, Sevilla. «Si agitada fue la vida del creador de la nación mexicana, como denominó a Cortés por vez primera don José Vasconcelos [intelectual mexicano], no fueron menos azarosas las vicisitudes de sus restos mortales, trasladados, escondidos, honrados, cambiados de lugar, vilipendiados, amenazados de ser aventados, desenterrados, ocultados, perdidos, hallados, analizados y vueltos a enterrar», describía Torcuato Luca de Tena en un artículo escrito en 1980.
Según su testamento –texto recuperado en 1925 por el historiador mexicano Mariano Cuevas–, Cortés quiso ser enterrado en Nueva España, en aquella «tierra tan amada por él y en la que tanto deambuló en vida», reza el escrito de Luca de Tena. Con este propósito mandó construir un monasterio de monjas franciscanas en su villa de Coyoacán, aunque en un primer momento y de forma provisional, su sepultura estuvo en la cripta del duque de Medina Sidonia, en la capilla del monasterio de San Isidro del Campo cuyos sacerdotes cuidaron de él en su etapa final.
Sin embargo, «no se cumplió la voluntad de que sus huesos descansasen finalmente en la villa de Coyoacán, porque el monasterio de las monjas franciscanas, en esta cláusula mencionado, nunca llegó a construirse», advierte el historiador mexicano en las notas que realiza sobre el testamento de Cortés.
A la espera de una mejor sepultura, en 1550 sus despojos fueron exhumados para ser nuevamente enterrados junto al altar dedicado a santa Catalina de la misma iglesia de San Isidro de Sevilla. No fue hasta 1566 cuando sus restos se trasladaron a México gracias a dos de los hijos de Cortés que dieron sepultura a su padre en San Francisco de Texcoco, templo elegido «por su cercanía a la antigua capital azteca, Tenochtitlán, para recordar su conquista», indica National Geographic.
El cuarto entierro ocurriría en 1629. Entonces fue enterrado en la capilla mayor del convento de San Francisco de la Ciudad de México. Sus restos volverían a cambiar de ubicación en 1716 cuando, al igual que ocurrió en España, la sepultura se desplazó de lugar dentro del propio convento. En esta ocasión –la quinta– en el altar mayor, protegido por una verja de madera dorada y cristal sobre la que se leía la inscripción: Ferdinandi Cortés, ossa servatur hic famosa.
Para 1794 tuvo lugar la sexta exhumación y sus huesos se enterraron en la iglesia de Jesús Nazareno, contigua al Hospital de Jesús, fundado por Cortés. Este nuevo traslado fue iniciativa del virrey, el conde de Revillagigedo, que quería dar una mejor sepultura al héroe español y decidió edificar un mausoleo en honor al conquistador. El monumento estaba rematado en jaspe y coronado por un escudo de armas fundido en bronce.
Sin embargo, con la independencia de México, la imagen de Cortés cambió radicalmente. Su nombre fue asociado a la crueldad y la represión que destruyó la civilización azteca. Un relato distorsionado bajo el que se ampararon los supuestos «libertadores» para llevar a cabo sus planes. Consumada ya la Independencia, el Congreso Nacional del país planteó la posibilidad de desmantelar el mausoleo para olvidar «el ominoso recuerdo de la conquista», incluso se propuso exhumar los restos y enviarlos al quemadero de San Lázaro.
Ante aquella amenaza, en 1823, el político e historiador Lucas Alamán escondió los restos de Cortés en la misma iglesia bajo la tarima del altar mayor, en lo que fue su séptimo entierro. El busto y escudo que decoraban el mausoleo tuvieron que ser enviados a la ciudad siciliana de Palermo para hacer creer que sus restos habían salido del país.
Allí permanecerían durante 13 años más hasta que en 1836 la urna con los restos de Cortés cambió de lugar y se depositaron en un nicho todavía más oculto en el lado del Evangelio del mismo altar. Temiendo lo peor, en 1843 Alamán entregó a la embajada de España un documento que se mantuvo en secreto. En él daba cuenta del lugar exacto donde había trasladado –siendo este su octavo entierro– los restos del conquistador.
Su ubicación permaneció en el olvido durante 110 años pues el documento se perdió hasta que dos investigadores del Colegio de México lo descubrieron en 1946. Siguiendo las indicaciones del texto, los investigadores descubrieron la última morada de Cortés y confiaron su custodia al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Un año más tarde, tras el estudio de los huesos y un largo periplo, Cortés fue enterrado de nuevo en la iglesia Hospital de Jesús, donde añadieron una placa de bronce y el escudo de armas de su linaje. Desde entonces, Cortés descansa en este lugar discreto y apartado donde son pocas las personas que conocen que allí fue enterrado el «el creador de la nación mexicana».