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Embajada de Juan de Gorze a Abderramán-III (1885). Obra de Dionisio Baixeiras

Embajada de Juan de Gorze a Abderramán-III (1885). Obra de Dionisio Baixeras

La carta que casi provoca una guerra entre musulmanes y cristianos en la Edad Media

Abderramán siguiendo la ley islámica, podía acusar a los embajadores de blasfemia contra Mahoma y condenarlos a muerte

La Europa del siglo X estuvo repleta de saqueos, batallas y pillaje. Ya desde el siglo IX, pueblos como los magiares y los húngaros sembraron el terror entre las tierras de la actual Alemania, Italia y Francia. Muchos monasterios fueron atacados y por ende abandonados. Además, distintos grupos, entre ellos los vikingos, saquearon puertos y ciudades de las costas del continente europeo, llegando incluso a las costas del califato andalusí. Los protagonistas de saqueos y rapiñas eran los magiares, húngaros, vikingos, eslavos, pero también los piratas sarracenos y andalusíes.

El único elemento para defenderse eran las fortificaciones y castillos, que a partir del año 950 empezaron a construirse por todo el continente. Estas fortalezas no solo estaban destinadas a proteger una población cercana o monasterio, sino a custodiar el país contra cualquier clase de amenaza. En este contexto convivían tres potencias muy diferentes: en el sur de la península Ibérica estaba el califato omeya de Córdoba, liderado por Abderramán III, en el centro de Europa Otón I el Grande fundó el Sacro Imperio Romano Germánico, y al oeste de Europa estaba Bizancio.

Otón I el Grande

Otón I el Grande

Entre ellos existía una compleja relación. Los musulmanes estaban atacando el territorio de los francos más allá de los Pirineos. Otón, como rey de los francos del Este, ayudó a los condes francos a defenderse en numerosas ocasiones, pero uno de esos ataques provocó una crisis diplomática importante. Un pequeño grupo de andalusíes que huyeron de Al-Ándalus, atacó la ciudad Fraxinetum, conocida hoy como Saint Tropez (Provenza), que se convirtió en centro de operaciones para los piratas sarracenos. Afectaba a los dominios del emperador.

La «Guerra fría» religiosa

Entre Córdoba y Aquisgrán comenzó una batalla diplomática provocada por unas supuestas ofensas escritas en unas misivas que habían intercambiado. En el 950, el califa de Córdoba envió una embajada a Aquisgrán, encabezada por un obispo mozárabe para mostrar su enfado. Ante esta primera embajada, Otón decidió enviar una embajada a Córdoba al mando de Juan de Gorze, un sacerdote ermitaño y administrador del monasterio de Gorze.

La carta que portaba y la embajada tenían la intención de responder a las calumnias sobre Cristo escritas en la carta inicial enviada por Córdoba, aunque el objetivo verdadero de la misión era obtener el apoyo de los musulmanes andalusíes para combatir a los piratas del golfo de Saint-Tropez, los de los Alpes y los establecidos en Creta.

Abderramán III recibe en el salón del trono de Medina Azahara la embajada del Otón I encabezada por Juan de Gorze

Abderramán III recibe en el salón del trono de Medina Azahara la embajada del Otón I encabezada por Juan de Gorze

El viaje comenzó en el 953, Juan de Gorze recogió por el camino a sus compañeros de odisea, se detuvieron en Viena donde embarcaron en el Ródano y después llegaron a Barcelona por mar. No era una travesía exenta de peligros, porque tanto Barcelona como Ampurias y parte de la costa francesa sufrieron saqueos por parte de las naves de los omeyas.

Desde allí, se trasladaron a Tortosa, capital de la Coria musulmana del norte peninsular, y permanecieron largo tiempo, rodeados de lujos, en una especie de «cautiverio suntuoso». Pero en Tolosa todo se complicó. Juan mostró la carta imperial a un presbítero, que hizo llegar el contenido a manos del califa.

Abderramán siguiendo la ley islámica, podía acusar a los embajadores de blasfemia contra Mahoma y condenarlos a muerte. Tras largos días de caminata, los emisarios llegaron a Córdoba y fueron acogidos en la casa del hijo del califa, a unos pasos del palacio califal.

Un juego de espías y diplomáticos

Por la arrogancia de unos y la poca diligencia de los otros, la comitiva de Juan tuvo que esperar en Córdoba tres años hasta que pudieron ver al califa. Un día, el califa mando una carta amenazante a Juan, le advertía sobre su postura de no querer comunicar las intenciones de su visita y amenazó con pasar a cuchillo a todos los cristianos del califato si no aceptaba la condena por las blasfemias. El califa sabía que no podía ajusticiar a los embajadores porque eso podría ocasionar una guerra entre ambos.

Abderramán III

Abderramán III

Esta situación de tensión debía solucionarse. Decidieron llegar a una solución pactada. Por su parte, Juan comunicó al califa que él obedecería el mandato de su rey, pero que aceptaría también el protocolo del califa si su emperador, Otón I, se lo ordenaba.

Se enviaron nuevos emisarios, que viajaron hasta Aquisgrán y regresaron con la respuesta, en la que Otón pidió a Juan que moderase su tono hostil hacia el califa y que negociase un tratado de paz y amistad que terminase con las incursiones y ataques de piratas sarracenos en el territorio del Imperio, además de su regreso inmediato.

Después de tres años en Córdoba, Juan se presentó ante el califa y le entregó los obsequios que había traído y el mensaje de su emperador. La crónica termina aquí sin añadir nada más. Hay un final mucho más amable en el que otros cronistas afirman que Abderramán III envió grandes riquezas a Aquisgrán y Otón I hizo lo mismo como respuesta. Sin embargo, a pesar de ser una de las embajadas más conocidas de la época, parece ser que no sirvió de mucho.

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