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Cuadro de John Gast (alrededor de 1871) titulado El Progreso Estadounidense

Cuadro de John Gast (alrededor de 1871) titulado El Progreso Estadounidense

Qué es el Destino Manifiesto, la doctrina citada por Trump para justificar su política expansionista en Marte

Esta doctrina marcó profundamente la historia de Estados Unidos en el siglo XIX. A través de ella, se afirmaba que el país tenía el derecho, e incluso la «obligación divina», de expandir su territorio

«Estados Unidos volverá a verse como una nación en pleno ascenso, una nación que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera a nuevos y magníficos horizontes. Y perseguiremos nuestro destino manifiesto hasta las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar las estrellas y rayas en el planeta Marte», expresó Donald Trump durante su investidura.

Además de dejar claras sus intenciones, el presidente estadounidense traía a la memoria el Destino Manifiesto, una doctrina decimonónica que marcó profundamente la historia de la naciente nación. El concepto fue acuñado por el periodista John O’Sullivan en 1845, quien defendió que Estados Unidos tenía un destino obvio, o «manifiesto»: el de expandirse por el subcontinente norteamericano y difundir la democracia y sus valores.

Esta idea llevó a justificar su expansión, muchas veces sin tener en consideración los derechos de los pueblos indígenas y otras naciones, como un «designio divino». Bajo esta consigna de «nación elegida» se anexan los territorios de Texas (1845), que había sido dominio español y luego parte de México tras su independencia. Y un año más tarde invaden y declaran la guerra a México, al que arrebataría más de la mitad de su territorio (California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y Colorado).

Litografía de la Batalla de Cerro Gordo

Litografía de la Batalla de Cerro Gordo

La doctrina del destino manifiesto proporcionó una justificación moral y religiosa para la expansión territorial y se convertiría en el pilar de la joven nación, moldeando su política exterior y ambiciones geopolíticas. Por ello compraron Alaska a Rusia en 1867 con fines estratégicos o intervinieron en las guerras fuera de Norteamérica.

En este sentido, la guerra hispano-estadounidense en 1898 hizo patente su ambición en Ultramar, apoderándose de las provincias españolas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El oficial de marina, historiador y estratega Alfred Thayer Mahan había planteado un año antes que «la grandeza de una nación en un mundo competitivo derivaría solo de la habilidad de controlar la navegación de los mares». El mismo año que España perdía sus últimas provincias de ultramar, Estados Unidos también se hacía con Hawái. Con estas nuevas posesiones, Estados Unidos entraba en una era de imperialismo.

El destino manifiesto consideraba que Estados Unidos era la nación elegida para liderar y guiar al resto del mundo, una concepción que continuó a lo largo del siglo XX, ya no necesariamente a través de la expansión de sus territorios sino mediante el control del resto de naciones desde la política exterior y la economía.

Sin embargo, las declaraciones de Donald Trump en su discurso de investidura adelantan un «nuevo destino manifiesto»: desde la idea de que Estados Unidos debe recuperar el control del Canal de Panamá, adquirir Groenlandia hasta convertir Canadá en el estado 51 de la unión o estableciendo sus ambiciones espaciales en Marte.

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