80 años
Así fue la liberación de Auschwitz
El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberaba el campo. Allí se encontraron con cientos de cadáveres sin enterrar, un hedor insoportable y prisioneros en condiciones infrahumanas
Rudolf Vrba y Alfred Wetzler fueron de los primeros y pocos judíos que lograron escapar del infierno de Auschwitz. Tenían un objetivo: alertar al mundo del más monstruoso secreto nazi, donde se asesinó entre un millón y un millón quinientas mil vidas. Recopilaron y detallaron las macabras condiciones de la vida dentro del más notorio de los campos de exterminio nazi, pero su testimonio se topó con un muro de incredulidad.
Cuando el Informe Vrba-Watzler, también conocido como Protocolo Auschwitz, llegó a los que estaban en el poder –acabando en los escritorios de Winston Churchill o Franklin Roosevelt– el resultado inmediato no fue ni una fuerte protesta ni una acción decisiva, sino más bien el silencio y la parálisis.
El relato en primera persona sobre los trenes de la muerte, las cámaras de gas y los cementerios era demasiado cruel para ser cierto
Para Rudolf Vrba (apodado Rudi) fue una auténtica decepción encontrarse con esta negativa del mundo, pensaba que al salir aquella información se generaría tal caos que bastaría para frenar o incluso sabotear el plan de genocidio nazi. Sin embargo, el Consejo Judío de Budapest decidió guardar bajo llave el informe por considerarlo «producto de la imaginación de dos jóvenes imprudentes» por lo que sería «imprudente distribuir un texto tan alarmista». El relato en primera persona sobre los trenes de la muerte, las cámaras de gas y los cementerios era demasiado cruel para ser cierto.
«La verdad es necesaria, pero a veces no es suficiente», comentó ante las cámaras de El Debate el columnista de The Guardian y ex corresponsal extranjero Jonathan Freedland, quien cautivado por la desgarradora historia de estos dos jóvenes decidió recuperar su historia en El maestro de la fuga: el hombre que escapó de Auschwitz para alertar al mundo.
No sería hasta noviembre de 1944 cuando el Informe Vrba-Wetzler llegó a la prensa norteamericana y el horro de los campos de exterminio fue descubierto, forzando a los Aliados a parar aquella barbarie. Dos meses después, el 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberaba el campo. Allí se encontraron con cientos de cadáveres sin enterrar, un hedor insoportable y prisioneros en condiciones infrahumanas.
«Estuve en Auschwitz. Vi todo con mis propios ojos. Te amo ahora aún más. Por favor, no pierdas la calma: esto no va a volver a pasar, mamá. Nosotros nos vamos a asegurar de eso», escribió Vladimir Brylev, uno de los soldados del Ejército Rojo que acababa de liberar el enorme complejo de campos de exterminio de concentración y exterminio.
Primo Levi, superviviente del Holocausto y gran pensador judío, que estuvo preso en el campo de trabajo del complejo, describió Auschwitz como «la industrialización de la muerte a una escala inimaginable».
Otro de los soldados que entró en Auschwitz aquel 27 de enero de 1945, hoy hace 80 años, escribía a su esposa contándole la realidad que había presenciado. En ella describía los «postes de dos metros de alto con alambrada electrificada» que encerraban el campo, las «torres de vigilancia con guardias y ametralladoras cada 50 metros» o el cementerio adjunto a las instalaciones donde a su alrededor encontrar «huesos y pilas de zapatos que llagan a varios metros de altura». Y se preguntaba cuántas personas podían haber quemado los alemanes allí. «El horror es total, imposible de describir», finalizaba la carta.
Los soldados ya habían desmantelado otros campos y visto otros parcialmente destruidos por los nazis en su desesperada huida; sin embargo, el hecho de encontrar víctimas vivas que evidenciaban el plan bien organizado de exterminio que estaban llevando a cabo los nazis fue algo que quedó grabado a fuego en la mente de todos aquellos soldados y del mundo.
En 2005, la Asamblea General de la ONU proclamó el 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Desde entonces, son muchas las organizaciones, instituciones y personas que luchan para que estos hechos no caigan en el olvido.
«La causa por la que estoy luchando hoy es muy sencilla: no odiar. El odio es la base de cosas terroríficas que pasan estos días. El odio destruye todo. Hay que comprender al otro, pero no con los libros, sino con el corazón; y mucho más –como dicen los andaluces– con las entrañas», confesó Peter René Perez, superviviente del Holocausto en su visita a Madrid en 2024 como parte de los actos conmemorativos organizados por el Centro Sefarad Israel.
René Perez, que afirmó haber «vivido el antihumanismo» en uno de los campos de concentración que construyeron los nazis, finalizaba su testimonio con un mensaje sencillo, pero poderoso: «Es mucho más duro amar que odiar, pero merece la pena».