
Ambroise Pare atendiendo a soldados heridos
Médicos, barberos y cirujanos: así era la sanidad a bordo de los barcos de la Armada Española
Durante las batallas navales el objetivo de los cirujanos no era salvar vidas, sino curar a los heridos leves para que pudieran volver a la cubierta para seguir combatiendo
En las Partidas de Alfonso X el Sabio ya se hace referencia al personal sanitario de la marina de guerra, aunque hasta el siglo XVI sus capacidades fueron bastante rudimentarias. Además, no se les llamaba médicos, sino «físicos», como el maestre Alonso, que participó en el primer viaje de Cristóbal Colón a lo que después llamaríamos América.
Tenían conocimientos mínimos para tratar heridas, fracturas y enfermedades, pero en muchas ocasiones era más útil un sacerdote que un «físico». En las galeras y las naos también solían embarcar cirujanos, barberos, sangradores y boticarios.
Durante el siglo XVI empezó a destacar la figura del cirujano. Entonces era un sanitario de segunda, menos que un médico titulado, y necesitaba una autorización para ejercer expedida por el Tribunal de Protomedicato, que habían creado los Reyes Católicos, quienes autorizaron 1.477. Sin embargo, «el cirujano es muy necesario en navíos de la Armada por las ocasiones que hay de enfermedad y pelea», según se escribió en esta instrucción publicada en 1587.
Incluso llegó a sustituir al médico en muchas ocasiones porque su labor en los buques era similar: trataba fracturas, heridas y cualquier otra dolencia. Aunque el cirujano también realizaba amputación de miembros: «tendrá toda la herramienta necesaria para curar de cirugía, aserrar y cortar brazos y piernas, muy limpia y acicalada. Si no llevase barbero, hará él las sangrías», según la instrucción del siglo XVI, que también especifica que un cirujano debía ser «buen cristiano, caritativo, diligente y no perezoso para acudir con puntualidad a las necesidades de sus compañeros».Más allá de lo que pidieran las autoridades, estos médicos-cirujanos gozaron de poca consideración por parte de sus compañeros de armas y hombres de mar, y no fue casi hasta el siglo XVIII cuando se empezó a valorar su labor profesional a bordo de los buques de la Armada.
Vida sanitaria a bordo
Navegar ha sido siempre una profesión de riesgo. A las heridas del combate había que sumar las enfermedades como la disentería, el escorbuto o la fiebre amarilla. Colón y Elcano tuvieron que convivir con ellas, pero también la flota de Luis de Córdova en el siglo XVIII. La causa principal de estas afecciones era el mal estado de los víveres y el agua potable, que podía causar el fracaso total de una expedición si no se tomaban medidas. Ante este problema solo la mejora en los equipos de conservación y la aparición de vacunas pudieron limitar su propagación.
A partir del siglo XVIII también mejoró la formación de los médicos militares con la creación de los colegios de Medicina y también instituciones como el Real Colegio de Cirugía de la Armada, fundado en Cádiz en 1748, siendo el primero de este tipo en el país.
Lo que aprendieron en tierra lo aplicaron en la mar. Su figura a bordo se volvió imprescindible y durante el siglo XVIII y XIX, los médicos-cirujanos de la Armada participaron en las expediciones científicas, como la de Malaspina, y en todas batallas navales dando asistencia sanitaria. 39 cirujanos se encargaron de asistir a los heridos en la batalla de Trafalgar.
A bordo tenían un espacio reducido que hacía de enfermería, solía estar ubicado en la popa, bajo el castillo. Entonces no se tenía en cuenta el traslado de los heridos, que llegaban a la enfermería a través de una escalera o una escotilla por la que descendían colgados de una cabo. También existía un «pañol de sangrado», que era una sala de cirugía que se utilizaba durante los combates. Aunque entonces el objetivo de los cirujanos no era salvar vidas, sino curar a los heridos leves para que pudieran volver a la cubierta para seguir combatiendo.
La situación de la sanidad militar en la Armada fue adaptándose a los tiempos, cambiaron ciertos reglamentos y mejoraron los instrumentos, los fármacos y la formación. Pero otros aspectos como la vida no mejoró demasiado. Durante la crisis de 1898, los médicos y personal sanitario embarcado en los acorazados tuvieron que trabajar en condiciones penosas y aparecieron nuevas enfermedades como la «patología de los acorazados», una intoxicación por la exposición al plomo provocada por la falta de ventilación de los pañoles y sollados.
Desde aquello, la sanidad en los buques de la Armada ha cambiado totalmente, los médicos y enfermeros militares cuentan con una formación excepcional, equipos de última generación como la telemedicina y unos protocolos de actuación rigurosos que les permite estar preparados para cualquier situación y urgencia.