Algo tiene el agua de EE.UU. cuando la bendicen
Es la tierra de promisión, la deseada por muchos millones de personas de decenas de países del mundo, pero en la que no es oro todo lo que reluce
El problema racial es el más llamativo en Estados Unidos. Hattie McDaniel y Rosa Parks son dos ejemplos que marcaron la historia.
La primera era la sirvienta negra del film «Lo que el viento se llevó». Le dieron el Oscar a la mejor actriz secundaria en 1939, un año reñido («La diligencia», «El mago de Oz», «Ninotchca», «El señor Smith va a Washington», «Cumbres borrascosas»…). Sin embargo, Hattie, por ser negra, no fue invitada a la ciudad de Atlanta, a la que acudieron 300.000 personas, el día del estreno mundial. Tampoco vivió la ceremonia de los Oscar cerca de los otros candidatos. La Academia la sentó en una mesa detrás de la última fila.
Los negros no podían mezclarse en pleno siglo XX. En bastantes estados solo podían ocupar las filas traseras en los autobuses. Y eso es lo que hizo sin aspavientos estallar a Rosa Parks. Agotada, ocupó después del trabajo uno de los asientos delanteros y rehusó levantarse para cedérselo a un blanco. El conductor llamó a la policía que la detuvo y Parks, una simple costurera, entró en la historia. Las huelgas que siguieran y la oratoria de Luther King conmocionaron al país y hubo un cambio considerable en la legislación.
Racismo y esclavitud
La esclavitud ha emponzoñado la historia de Estados Unidos. Los antepasados recientes de los actuales estadounidenses la mamaron. El venerado Jefferson, uno de los padres de una Constitución que establece que «todos los nombres han nacido iguales» tuvo una concubina negra que le dio varios hijos. No emancipó a ninguno ni a ella.
El dios Lincoln cuyos sinceros propósitos abolicionistas fueron el desencadenante de la guerra civil manifestó asiduamente en público: «No hago la guerra contra con el Sur por acabar con la esclavitud, aunque quiero hacerlo, sino porque el Sur ha pretendido romper nuestro país con la secesión».
Hace 75 años que el luego mítico Jackie Robinson rompió la barrera del color en las Grandes Ligas de béisbol y el cine de Hollywood tardó décadas en mostrar películas con relaciones amorosas entre las dos razas. En la pantalla, el oscarizado Sidney Poitier encarnó a varios personajes que mejoraban la imagen del negro, «Adivina quien viene a cenar», «Fugitivos», «En el calor de la noche»…
Las leyes acabaron siendo igualitarias, la mentalidad ha cambiado aunque no del todo. Viola Davis, con sus 56 años, un Oscar, dos Tonys y un Emy confesaba hace días a Le Monde que ella había crecido con el sufrimiento de formar parte de los «apestados», «que la piel oscura es un estigma porque te deshumaniza, ser negro lo complica todo, sobre todo si eres muy negro».
La discriminación aunque muy aguada se siente en determinados círculos del país. La gente de color es a menudo tildada de victimista (Davis, se razona, no recibiría tanto premio ni ganaría tanto si fuera considerada una negra apestosa) pero los motivos de queja son patentes y tienen sentido.
La policía es más propensa a desenfundar, incluso a disparar, cuando interroga a un negro, hay un desproporcionado numero de gente de color en las prisiones y en bastantes épocas una proporción desusada de negros en las fuerzas armadas porque por su escasa formación encuentran en ellas una salida más fácil que en otras profesiones.
La raza es una asignatura que EE.UU. aprobó hace tiempo, pero que a nivel nacional es aún difícil darle sobresaliente
La posesión de armas es otra peculiaridad que también está relacionada con las dos razas. La famosa Enmienda II de la Constitución que reconoce el derecho a poseer armas no tenía, cuando se aprobó, el objetivo de defenderse de los indios sino más bien de sofocar cualquier rebelión de esclavos. La formulación del derecho es taxativa en su redacción, pero poca gente explica que en aquella época las armas no tenían la enorme capacidad destructiva que poseen hoy como atestigua la matanza de Texas.
Es el país del mundo en el que es más fácil conseguir un arma y el lobby de la National Rifle Association, que presidió el actor Charlton Heston, tiene una considerable influencia con sus campañas, donaciones a políticos etc.
Con todo, no hay que magnificar el poder de los lobbies. Juegan sobre una opinión pública que histórica y culturalmente considera totalmente normal poseer un arma. Incluso después de asaltos sangrientos llamativos de los recientes años una encuesta de Gallup de este enero mostraba que 46 % de los estadounidenses creen que las leyes sobre el armamento son las adecuadas y un 52 % las desea más estrictas. Cifra mayoritaria sí, pero que ha descendido. En 1990 el 78 % las querían más severas.
La cuestión religiosa
La cuestión religiosa también ha podido constituir un escollo. Los católicos lo tenían un poco crudo en política hasta que Kennedy se convirtió en Presidente. Años antes, Al Smith, popular gobernador de Nueva York se presentó a presidente, pero la mayor parte del protestantismo lo zarandeó tratándolo de 'fariseo inventado' por los obispos y de 'siervo del Papa'.
De su lado, Kennedy hubo de hacer declaraciones reiterando que él no obedecería al Papa ni lo consultaría a la hora de gobernar Estados Unidos. Fue un momento histórico, pero aún así le ganó muy raspadamente a Nixon. En esto también la situación ha cambiado, Biden es católico y no ha tenido que aclarar que no consultará al Papa Francisco; seis miembros, de nueve, del Supremo son católicos así como 30% de los congresistas.
Esta asignatura, la de la religión, sí está holgadamente aprobada. Si acaso hay quejas, en sentido contrario, de que los judíos controlan demasiadas cosas. La afirmación es exagerada, pero es cierto que con un número muy reducido de miembros de esa fe (unos 7 millones de 333 millones de habitantes, es decir, un poco más del 2 % de la población) los judíos tienen una influencia obvia en aspectos notables de la vida estadounidense, Hollywood, medios de información, política exterior (frecuentes vetos de Washington en la ONU defendiendo a Israel), la banca…
La sanidad en Estados Unidos
Hablando de sanidad, es falso que la mayor parte de los 'yanquis' no tiene seguro médico. El 50 % lo tiene a través de una empresa, y luego, hay dos programas Medicare (para mayores de 65 años) y Medicaid (para las de escasos recursos) que dan cobertura a millones de personas. Los militares están asimismo amparados.
Con todo, el sistema renquea. Hay casi un 10% de la población que a pesar de la reforma de Obama no tiene seguro de ningún tipo y los asegurados en empresas se ven obligados a veces a efectuar un copago que no es simbólico.
Los aspectos chocantes, lacras para algunos, de la vida de los americanos son visibles, pero muchos blancos o de color, protestantes, católicos, judíos o musulmanes, comulgan con Cassius Clay cuando el campeón dijo que había cosas lamentables, pero que su país «era el mejor del mundo». Obama abundaría educadamente en esto. Los millones de personas que emigraron o que desean emigrar a Estados Unidos (actualmente muchos millones de iberoamericanos, asiáticos y no pocos europeos) atestiguan del atractivo que ejerce «Yanquilandia».
De un lado, es la tierra de las oportunidades, un negro, hijo de un tipo humilde de Kenya puede llegar a presidente, un hispano de primera generación puede convertirse en senador o millonario. Los acaudalados salidos de la nada se cuentan por millares.
De otro, el país es libre, sin censura. Los libros, las películas que fustigan al sistema son abundantes y de éxito. No hay pilar de la sociedad americana que no haya sido vapuleado repetidamente por el cine, desde la banca hasta la prensa, pasando por el ejército, la Iglesia, las aseguradoras o las empresas médicas o farmacéuticas.
Por eso la gente no emigra ni a la poderosa China ni a la amenazante Rusia de Putin. El imán es Estados Unidos.