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Un caza F35, que forma parte de las fuerzas de la OTAN

Un caza F35, que forma parte de las fuerzas de la OTANEdouard Bocquet

La «Gran armada» Occidental

La Europa occidental y parte del este europeo bajo la dirección de la OTAN y Estados Unidos están componiendo nuevamente una «Gran Armada»

Entre 1804 y 1815, operó en Europa una gran armada multinacional que el propio Napoleón denominó 'La Grande Armée', compuesta por seis cuerpos del Ejército formados por franceses, belgas, holandeses, polacos, austriacos, italianos, bávaros, sajones, prusianos, westfalianos, suizos, daneses, noruegos, portugueses, españoles y croatas.

Todos ellos se fueron aglutinando bajo el mando francés en el desarrollo de las guerras napoleónicas: Coraceros, Carabineros, Lanceros, Ulanos, Húsares, Cazadores, Guardia Imperial y Mamelucos.

En circunstancias muy diversas (pues en las campañas de Napoleón fueron ellos los invasores de la totalidad de Europa, aun en nombre de la «Libertad, Igualdad y Fraternidad») se lanzaron contra Rusia.

Tolstoi nos dejó en Guerra y Paz una de las más grandes y mejores narraciones de la literatura universal sobre este escenario: desde la invasión napoleónica, la guerra de Rusia de 1812, hasta la derrota de los Ejércitos franceses, incluyendo un detallado relato de la batalla de Austerlitz.

Ahora, en una dirección muy distinta, tras la invasión rusa de Ucrania, la Europa occidental y parte del este europeo bajo la dirección de la OTAN y Estados Unidos están componiendo nuevamente una «Gran Armada», que comenzó a crecer desde 2014 tras la ocupación Crimea, cuando el mundo dejaba atrás una perspectiva optimista.

Una «Gran Armada» que trasciende las fronteras de Europa hasta el Indo Pacífico.

Antes de que Rusia invadiera Ucrania, el gasto militar mundial se había casi duplicado al de la posguerra fría: se llegó a los 2,1 billones de dólares, frente a los 1,2 billones de dólares de 1999. Hoy día se espera un aumento que superará los 2,3 billones de dólares.

Es fácil entender, dadas las circunstancias, estos aumentos como muy necesarios. Pero los gastos en defensa que, sin duda, ayudan a salvaguardar la paz, no están exentos de peligro y de contribuir a un sistema internacional tenso y explosivo.

Nuevas prioridades

La propuesta utópica de la «agenda 2030» se desvanece y prioridades como la mejora de la atención sanitaria, la prevención del hambre y la lucha contra la crisis climática (a esta última propuesta añadamos la creciente crisis energética) nos marcan nuevas prioridades más realistas.

El aumento del gasto ha sido especialmente llamativo en Europa, donde se habían recortado los gastos de defensa tras el colapso de la Unión Soviética, bajo la ilusión de una «paz perpetua». El gasto en defensa se mantuvo estancado durante décadas, pero una vez que Rusia se anexionó Crimea en 2014, comenzó todo a cambiar.

Desde 2014, los aliados de la OTAN refrendaron el «Compromiso de Inversión en Defensa», que instaba a cada miembro a dedicar el dos por ciento de su PIB al Ejército, y el gasto militar europeo aumentó un 25 por ciento en los siete años siguientes. Desde entonces, el número de aliados europeos de la OTAN que alcanzaron el umbral del dos por ciento aumentó de dos a ocho.

Pero ha ido mucho más allá, porque países de tradición pacifista, como Alemania, han creado un fondo especial de 104.000 millones de dólares para reforzar su Ejército, o Suecia, un modelo de neutralidad, ahora preparada para entrar en la OTAN y aumentar el gasto de las fuerzas armadas hasta el dos por ciento de su PIB.

Uno de los principales objetivos políticos de Vladimir Putin fue revertir los recortes militares tras la Guerra Fría y, desde su elección en 2000, ha desarrollado tres programas de armamento estatal, por lo que el gasto militar del país ha aumentado casi sin parar.

De hecho, no recortó el gasto militar tras la crisis financiera de 2008, más bien, tras librar una guerra de 12 días contra Georgia, estableció una nueva financiación para modernizar el 70 % de su equipamiento militar para finales de 2020.

La sanciones occidentales, tras la anexión de Crimea y la caída de los precios del petróleo, limitaron al Kremlin, entre 2017 y 2018, pero, conforme se estabilizó la economía, volvió a aumentar el gasto en defensa. En 2021, mientras Rusia acumulaba tropas a lo largo de la frontera ucraniana, el gasto militar del país aumentó un 2,9 % y alcanzó los 65.900 millones de dólares, un equivalente al 4,1 % del PIB del país.

Pero no solo Rusia. China, tras la crisis del estrecho de Taiwán entre 1995 y 1996, inició un amplio programa de modernización militar.

El gasto chino en defensa ha aumentado un diez por ciento de media, en las dos décadas siguientes Esto supone 27 años ininterrumpidos de aumento de gasto militar. El gasto militar chino se calcula en 293.000 millones de dólares, el año pasado.

En Occidente, la justificación del aumento de gasto militar es la disuasión frente a Rusia, a medida que las tropas rusas van ganando terreno ucraniano y frente a China, que sigue hostigando a sus vecinos en el Pacífico.

Los responsables políticos de Estados Unidos, Europa y Asia han argumentan la imperante necesidad de disuadir de forma creíble a Pekín y Moscú. Christian Lindner, por ejemplo, ministro de Economía de Alemania y artífice del nuevo fondo militar de su país, afirmaba hace muy poco: «Hay que poder luchar para no tener que luchar».

Se fragua una «Gran Armada Occidental» en lo económico y en lo bélico pero, este rearme, ¿apaciguará las tensiones o, por el contrario, alimentará los conflictos?

Asumámoslo, entramos en «el mundo de la inseguridad».

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