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La resurrección de Lula y de la izquierda en América

Su exigua victoria pone de manifiesto que las heridas de la primera economía de Sudamérica son profundas. De otro modo, no se explica un resultado tan estrecho

Actualizada 08:21

El regreso de Luiz Inacio Lula Da Silva al poder termina de teñir de colorado el mapa de Sudamérica que pintaron antes Venezuela, Colombia, Chile, Argentina y a su manera, Perú. La alegría se extiende a Cuba, Nicaragua y México. También a Pedro Sánchez y a José Luis Rodríguez Zapatero que vivió el éxito del Partido de los Trabajadores (PT) en Sao Paulo.

La «resurrección» política del dos veces presidente del gigante sudamericano dejó descolocado a un Jair Bolsonaro que, al cierre de esta columna, había perdido el habla. Su mutismo y el de sus poderosos hijos no respondía a la normalidad democrática que merece un país como Brasil.

Las razones del silencio podían responder a la resistencia a reconocer la derrota a una hora que le permitiera a Lula encabezar una celebración a lo grande.

Otros motivos podrían apuntar a tentaciones poco democráticas por parte de un Bolsonaro incapaz de asumir una derrota de menos de dos puntos, un trago difícil de digerir para cualquiera.

De todos modos, los suyos, incluido el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira y el ex juez Sergio Moro, que tiene el escaño garantizado, no se demoraron en las redes sociales en reconocer la victoria de Lula. Fue un anticipo del: sálvese quien pueda. Dicho de otro modo, si Bolsonaro quería saber quién estaba dispuesto a seguirle en un hipotético amago de «patear el tablero» de las elecciones pronto descubriría que estaba solo.

Lula se presentó cansado, envejecido y en extremo prudente en sus primeras palabras como presidente electo.

Su exigua victoria pone de manifiesto que las heridas de la primera economía de la región son profundas. De otro modo, no se explica un resultado tan estrecho.

Lula recibió en esta segunda vuelta el apoyo de izquierda y derecha, de Fernando Henrique Cardoso, de Simone Tebel, de Ciro Gómes y prácticamente, de todo el arco político que no estaba en el frente de Bolsonaro. Y aún así, venció por apenas 2 puntos.

Lula hizo algunas cosas sin precedentes en su largo historial. La primera es leer el discurso de la victoria. La decisión fue calculada: quería medir bien sus palabras para no provocar un chispazo que incendiara el polvorín de los más que caldeados ánimos del bolsonarismo.

Viejo zorro de la política y resentido, Lula evitó nombrar por su nombre a Bolsonaro. Se refirió a él como «el contrario». Pero al mismo tiempo habló de reconciliación y de unidad, de terminar con los dos Brasiles y de gobernar para todos.

Discurso de libro para cualquier aspirante a estadista, Lula, que eso sí lo es (lo de corrupto también) acertó con las formas y en buena medida, con el fondo, pero ni olvida ni perdona.

En el clásico discurso de paz y amor, recordó estar «cansado de mirar al otro como al enemigo» y anunció que las decisiones de Estado no se adoptarán «en secreto, al amparo de la noche». Bolsonaro, si lo estaba escuchando entendía que se las dedicaba a él. La última frase se la advirtió en otro debate cuando le garantizó que si volvía a ser presidente desclasificaría los secretos de Estado que le afectaban a él y a sus hijos, y que Bolsonaro blindó por 100 años.

Sin reacción del presidente de Brasil hasta el 1 de enero Brasil da por comenzada una nueva etapa y con ella la izquierda de América que, como Lula, se siente resucitar.

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