El mito de la ofensiva rusa de invierno
La anunciada ofensiva de las tropas de Putin era un producto más de la desinformación, un mito que nació del gobierno ucraniano
Desde los primeros días del año que vivimos, quienes por profesión o vocación tratamos de informar a los españoles sobre lo que ocurre en la Guerra de Ucrania nos hemos visto obligados a responder, una y otra vez, a las preguntas de la opinión pública sobre una hipotética ofensiva rusa de invierno que, según algunos, habría de coincidir con el aniversario de la invasión.
En la televisión, donde las respuestas tienen que ser cortas y no permiten exagerados matices, he contestado a menudo que la anunciada ofensiva de las tropas de Putin era un producto más de la desinformación. Un mito que nació del gobierno ucraniano –se equivoca quien divide el mundo en buenos y malos, aunque es obvio que existen agresores y agredidos– con el sano propósito de acelerar la entrega de armamento occidental. Dicho esto, que me parece suficiente para el lector que no tenga por la guerra más que un interés pasajero, me voy a permitir matizar un poco más la respuesta por si alguien quiere llegar más lejos.
Mito o realidad
¿Mito o realidad? Depende de lo que entendamos por una ofensiva. En una guerra de maniobra, como han sido casi todas desde la Segunda Guerra Mundial, una ofensiva terrestre sería un intento de romper el frente, preferiblemente con medios mecanizados, en una escala capaz de alterar significativamente el equilibrio de fuerzas en el teatro de operaciones.
Hay miles de ejemplos pero, si estamos pensando en algo parecido a la batalla de las Ardenas, la campaña terrestre de la Guerra del Golfo o, por ensanchar un poco el marco de referencia, la ofensiva vietnamita del Tet, no hemos visto este invierno en Ucrania nada que se le parezca. Y no lo vamos a ver tampoco en primavera.
Si retrocedemos en el tiempo y nos remontamos al combate en las trincheras propio de la Primera Guerra Mundial, encontraremos ofensivas que sí recuerdan un poco más al sangriento forcejeo que hoy tiene lugar en los alrededores de Bajmut o en el frente de Kreminna, aunque a una escala mucho mayor. En la conocida batalla del Somme, por ejemplo, se enfrentaron dos millones de soldados de la Entente contra más de un millón de alemanes. Y ni siquiera así se consiguió un resultado decisivo, más allá del enorme desgaste de ambos ejércitos.
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Un general británico le dice a su ayudante: «Tengo un plan secreto para asaltar las trincheras del enemigo». «¿Cuál es?», pregunta interesado el oficial. «Después de un bombardeo artillero, y a toque de silbato, saltaremos de nuestras trincheras todos a la vez y atacaremos a la bayoneta.» «Pero, mi general, eso ya lo hemos hecho trece veces y hemos fracasado», se atreve a decir el ayudante. «Claro», contesta el general. «Precisamente por eso, no esperarán que lo hagamos una vez más.»
Si Rusia llega a tomar Bajmut, el único punto en el que su ejército ha logrado progresar, habrá conseguido una victoria útil en el espacio de la información, pero no tanto sobre el terreno
Pero volvamos a Ucrania. ¿Cualifica como ofensiva la reiteración de los ataques locales en casi todo el frente del Donbás, tan parecida a lo que vimos en Blackadder? Cada uno tendrá su respuesta, seguramente acorde con sus prejuicios. Pero lo que hay es lo que hay. Si Rusia llega a tomar Bajmut, el único punto en el que su ejército ha logrado progresar, habrá conseguido una victoria útil en el espacio de la información, pero no tanto sobre el terreno.
La batalla por la disputada ciudad ucraniana, que comenzó a mediados del pasado verano, puede darle a Rusia la posesión de una localidad poco mayor que Colmenar Viejo –la pongo como ejemplo porque yo vivo allí– después de ocho meses de combates. A ese ritmo, que da a Ucrania la oportunidad de preparar nuevas defensas unos kilómetros más allá, el frente no llega a romperse nunca.
Si Zelenski consigue defender la ciudad, tendrá su particular Alcázar de Toledo, una victoria mítica del ejército de Franco en la Guerra Civil española, pero de valor militar cuestionable
Putin tardaría décadas en conquistar el resto de Ucrania. Si, por el contrario, Zelenski consigue defender la ciudad, tendrá su particular Alcázar de Toledo, una victoria mítica del ejército de Franco en la Guerra Civil española, pero de valor militar cuestionable. Como en el Somme, cualquiera que sea el resultado, lo único decisivo estaría en el desgaste de ambos ejércitos.
¿Quién se desgasta más?
Parece que la frecuencia de los ataques rusos se ha reducido mucho en los últimos días. ¿Ha terminado la ofensiva de invierno antes de que nos diéramos cuenta de que empezaba? ¿Se trata solo de una pausa para recuperar fuerzas? ¿Le falta munición al ejército ruso? ¿Le faltan soldados? La niebla de la guerra nos oculta buena parte de lo que ocurre, pero sí podemos apuntar algunas respuestas.
Parece un error táctico grave intentar tomar Bajmut antes de haberla aislado.
Todos los analistas –menos, lógicamente, los rusos– estiman que, como ocurre siempre en el combate urbano, los atacantes son quienes sufren más bajas. La balanza solo se equilibra si la ciudad está cercada, ya que las pérdidas de los defensores no pueden reponerse. Por eso, parece un error táctico grave intentar tomar Bajmut antes de haberla aislado.
Es cierto que la táctica es como el mus: el que gana es quien tiene razón, aunque haya visto un envite a la grande con un único caballo. Quizá los rusos, influidos por la experiencia del sangriento sitio de Grozny en el invierno de 1999-2000, conserven la esperanza de que, si se les presiona lo suficiente, los ucranianos abandonarán la ciudad ante la amenaza de ser cercados. Después de todo, eso es lo que hicieron los defensores de la ciudad chechena hace dos décadas y, más recientemente, los militares ucranianos en Severodonetsk y Lisichansk.
¿Va a repetirse la historia en Bajmut? Quizá. Pero, por ahora, lo que de verdad podemos constatar es un profundo deterioro de las relaciones entre quienes presionan a los defensores a costa de su sangre –los mercenarios de la compañía Wagner– y el ejército regular ruso.
¿Puede Rusia hacer más?
Si lo que ocurre en Bajmut no va a decidir la guerra, surge la pregunta: ¿Puede Rusia hacer más? ¿cabe esperar una ofensiva más ambiciosa, aunque desde luego no sea en este invierno? Hay razones para pensar que, a corto plazo, no.
En primer lugar, los mismos servicios de inteligencia que han sido capaces de predecir la invasión de Ucrania –no es posible ocultar de forma permanente una brigada mecanizada a los ojos de los satélites– no han encontrado en sitio alguno las divisiones de reserva que harían falta para una ofensiva de cierta entidad. En segundo lugar, parece difícil de creer que los soldados movilizados el pasado otoño vayan a hacer un mejor papel en la guerra de maniobra que los profesionales que fracasaron el año pasado.
La disponibilidad de carros o vehículos de combate de infantería rusos debe haberse reducido enormemente
Por si eso no fuera suficiente, la disponibilidad de carros o vehículos de combate de infantería rusos debe haberse reducido enormemente. Entre los destruidos en combate, los abandonados en las precipitadas retiradas de primavera y otoño y los que, simplemente, hayan sucumbido a la ineficacia de la logística rusa, las cosas deben haberse puesto muy difíciles.
Dos indicios confirman la gravedad del problema: el despliegue en algunos sectores del frente de anticuados carros T-62, construidos hace 60 años; y el prudente empleo de los blindados rusos para dar apoyo de fuego a los pelotones que avanzan desde posiciones seguras a retaguardia.
Tengo para mí que, más allá de quien sea el vencedor sobre los escombros de Bajmut, lo que demuestra esta batalla es que ninguno de los bandos tiene, hoy por hoy, la capacidad de derrotar decisivamente al contrario. Y, seguramente, ambos lo saben. Tanto Putin como Zelenski ponen sus esperanzas en el tiempo, confiando en que serán capaces de aguantar más que su rival. Pero el primero solo arriesga su poder personal, mientras el segundo pone en juego la libertad de los ucranianos y la independencia de su país. Es por eso por lo que, si tuviera que apostar, no dudaría en hacerlo por Ucrania.