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Juan Rodríguez Garat Almirante (R)

¿Cuál es la verdad del atentado al Nord Stream?

Hace ya más de cinco meses que ocurrió el sabotaje y se han abierto investigaciones en Alemania, Suecia y Dinamarca

Actualizada 04:30

No quisiera defraudar al lector de El Debate. Por eso, antes de que pierda su valioso tiempo para llegar hasta el final de este artículo, me gustaría dar una respuesta corta a la pregunta que le da título: no lo sé.

Si, a pesar de tal confesión, decide seguir leyendo, lo que encontrará el lector en estos párrafos son simplemente especulaciones informadas que, como mucho, pueden ayudarle a dar solidez a sus propios argumentos cuando discuta el asunto con sus cuñados en la próxima comida familiar.

No importa que desde los Estados Unidos se haya desautorizado la información. No importa que tanto Kiev como Moscú hayan negado dar crédito alguno al diario norteamericano, ni que desde Alemania se afirme que no hay prueba alguna en un sentido u otro. La maravillosa creación que es el cerebro humano, en algunos ejemplares de nuestra especie, está conectada de forma que cuanto más se niegue un hecho más queda demostrado que hay una conspiración global para ocultarlo.

Quienes tenemos el cerebro cableado de otra manera ¿qué podemos dar por cierto a estas alturas? Después del tiempo transcurrido, parece haberse perdido la única oportunidad de desenmascarar al culpable desde fuera, que estaría basada en que los sistemas de vigilancia marítima de la zona conservaran huellas del movimiento del buque –o quizá submarino– desde el que partieron los buceadores para sabotear las líneas en cuatro puntos diferentes.

Todo lo que pueda aparecer después entra a formar parte del conocido juego de las agencias de espionaje para ocultar su huella y dejar la de otros. Si, por ejemplo, aparecieran restos del explosivo con la incriminadora etiqueta de «made in USA», o una gorra de visera con el logo de los Chicago Bulls, no tendrían más valor probatorio que los fragmentos de cohetes Himars que Rusia colocó en torno a la prisión de Olenivka después de volarla con decenas de prisioneros de guerra ucranianos dentro.

Ucrania ha almacenado los restos de los misiles lanzados por Rusia

Ucrania ha almacenado los restos de los misiles lanzados por Rusia@Liberov

A falta de pruebas no manipulables por unos u otros, vamos con las prometidas especulaciones. La complejidad del atentado, realizado en cuatro lugares distantes entre sí, a profundidades de 80 metros donde muy pocos pueden trabajar y con explosivos suficientemente potentes para destruir algo tan sólido como un gasoducto submarino, permite descartar que la voladura sea obra de voluntariosos aficionados. Nadie, además, ha reivindicado el acto. Ambas realidades sugieren que hay un Estado detrás del sabotaje, y no cualquiera.

¿Qué Estado? Los principales sospechosos, en este caso, son tres: el Reino Unido, a quien acusa Rusia sin prueba alguna; la propia Rusia, a quien veladamente señalan muchos países occidentales, también sin evidencia que mostrar para apoyar sus sospechas; y los EE.UU., a quien acusan regularmente los teóricos de la conspiración que forman parte de la fauna de ese gran país, con razones tan ingeniosas como poco creíbles.

¿A quién beneficia la voladura del gasoducto? No a Rusia, claro. Tampoco al Reino Unido. ¿Y a los EE.UU.? Seguro que a quienes venden a Europa gas natural licuado no les habrá dado mucha pena conocer la noticia. Pero uno de los dos gasoductos destruidos no había entrado en servicio y el otro estaba paralizado por las sanciones. La sentencia definitiva de una infraestructura que ni estaba en uso ni se preveía que lo estuviera, ¿compensaba el riesgo de ser descubierto realizando un atentado con explosivos en aguas de sus socios europeos? No veo al presidente de los EE.UU. tomando una decisión que, además de dañar decisivamente su relación con Europa, podría arruinar su mandato a cambio de una ventaja como mucho marginal.

Sabotaje Nord Stream

Fuga de gas metano en el mar Báltico tras el sabotaje del gasoducto Nord StreamAFP

Es probable que el móvil haya que buscarlo en otro sitio. Que se trate de una operación de falsa bandera en la que, más que la destrucción del objetivo, lo que se busca es culpar a otro de un hecho que dañe su reputación. Si así fuera, la conclusión habría de ser muy diferente. ¿Por qué habrían de correr los EE.UU. o el Reino Unido riesgo alguno para acusar a Rusia de volar un gasoducto si tienen en Ucrania todo tipo de evidencias de horribles crímenes de guerra?

La balanza, desde el otro lado, se presenta muy diferente. Al señalar al Reino Unido o a los EE.UU., Putin pretende debilitar la cohesión del grupo de naciones occidentales que da apoyo a Zelenski.

Si consiguiera hacer creíble su acusación, la opinión pública de Alemania, Suecia o Dinamarca podría acusar el golpe y cambiar el curso de la guerra. ¿Y los riesgos? Vistos desde la perspectiva de Putin, son despreciables. Si fuera descubierto, ¿por qué habría de importarle? Quince veces ya ha enviado oleadas de misiles contra las instalaciones energéticas de las ciudades ucranianas, provocando decenas de muertos. De cara a Occidente, le bastaría volver a acusar de rusofobia a sus inculpadores. De cara a la opinión doméstica lo tiene aún más fácil: los dóciles tribunales rusos acaban de sentenciar a ocho años y medio de cárcel a un periodista por contradecirla, por definición, veraz información de su Ministerio de Defensa.

¿Cómo cerrar este artículo con alguna conclusión irrefutable? Especulemos: si el gasoducto hubiera sido destruido por los EE.UU. –o por Ucrania, aunque nadie la haya acusado– para privar a Rusia de una infraestructura útil la operación habría sido un éxito: el Nord Stream ha dejado de ser una opción. Si fuera Rusia la autora del sabotaje para intentar dividir a Europa, habría fracasado: Europa sigue unida. En ambos casos, pierde Putin. Una pequeña derrota más que añadir a las muchas que acumula desde que tomó la decisión, equivocada y criminal, de invadir Ucrania.

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