Ser o no ser, el dilema resuelto de Starmer y Sunak
El conservador saldrá de Downing Street por la puerta trasera, esa que convierte el relevo de un primer ministro en una humillación histórica y el laborista entrará por la más grande jamás soñada
Los británicos han hablado en las urnas y el mensaje ha dado la puntilla a los tories. El Partido Conservador no levanta cabeza y el resultado de las elecciones le ha hundido hasta el fondo en una derrota humillante. Rishi Sunak saldrá del 10 de Downing Street por la puerta trasera, esa que convierte el relevo de un primer ministro en una humillación histórica. Por el contrario, Keir Starmer lo hará por la más grande jamás soñada.
Anoche se consumó el último acto de un drama convertido en tragedia. Desde 1823 no había registro de un fracaso electoral de semejante dimensión en el Partido Conservador. Los intentos desesperados de recuperar la confianza en el electorado han sido vanos.
La misión era difícil, pero no imposible, y las causas de esta derrota se explican con sencillez. Tras catorce años de gobiernos consecutivos el desgaste era inevitable, aunque podía no ser definitivo si las cosas se hubieran hecho moderadamente bien. No ha sido así.
La economía, esa que rige el corazón del votante le ha hecho un agujero en el bolsillo a los británicos sin posibilidad de remiendo, las inversiones han caído notablemente, la sanidad está comatosa y los servicios públicos no responden a sus necesidades.
Para colmo, aunque sin problemas graves de desempleo, ni esperanza ni ilusión ni seducción han estado presentes en una campaña que parecía diseñada por su peor enemigo. El mensaje en la recta final de Rishi Sunak producía lástima: hay que evitar la «supermayoría». A eso aspiraban los conservadores.
Los laboristas, en cámara lenta han visto como el «enemigo» les despejaba el camino para recuperar el poder
Los laboristas, en cámara lenta, han visto cómo el «enemigo» les despejaba el camino para recuperar el poder. En realidad Keir Starmer no ha tenido que hacer mucho. A diferencia de ellos, este hombre tranquilo y con pinta de aburrido le ha servido al país para quitarse de encima a los tories.
Las encuestas lo decían claramente, más del 70 por ciento de la gente se había hartado de ellos. Seis primeros ministros en ocho años –y ninguno bueno– había colmado su paciencia. Dicho de otro modo, a los británicos les unió el espantó por los conservadores y no el amor por esta laborista que, hoy por hoy, es una incógnita.
Starmer, casi sin proponérselo, logró que buena parte de la prensa conservadora, incluido The Economist, se pusiera de su lado y todo, en realidad, sin mover un dedo o, mejor dicho, sin agitar las manos ni cerrar los puños. En tiempos de caos gana el que parece más moderado.
El mapa de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte se ha teñido de rojo. El sistema electoral británico, en cierto modo injusto al votar a un candidato por circunscripción, se resume en una frase muy suya: el que gana, se lo lleva todo. Los españoles replicaríamos con otra, y el que pierde lo pierde todo. Eso, es lo que ha pasado anoche en el Partido Conservador del Reino Unido, que lo han perdido todo.