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Diosdado Cabello Rondón, ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz de Venezuela

Diosdado Cabello Rondón, ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz de VenezuelaAFP

El Perfil

Diosdado Cabello, el nombre propio del régimen de Maduro y «perro guardián» del legado de Chávez

El militar que, además del mazo, parece capaz de concentrar toda la artillería imaginable para aplacar las protestas, callar a los opositores y terminar hasta nuevo aviso con cualquier atisbo de libertad

Un cargo más para Diosdado Cabello en la ya longeva historia del chavismo en Venezuela aparece como una mancha adicional para un tigre más que acostumbrado a rugir por y desde el poder.

Su reciente llegada al Ministerio de Interior, Justicia y Paz (todo en un eufemismo en estos tiempos) no mejora su posición en la cima del régimen, sino que la sincera. Si hay alguien capaz de mantener el control de las fuerzas de seguridad, del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia), de influir dentro de las Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que se las ingenia para controlar esa suerte de paramilitarismo del siglo XXI en manos de los denominados colectivos, y de estructurar esquemas presuntamente delictivos, ese es Cabello.

Los recientes anuncios de Nicolás Maduro, devolviéndolo a ese Ministerio, obedecen a la necesidad de un abroquelamiento «estratégico» del núcleo duro del chavismo, que tiene sometido al país bajo un estricto orden marcial, como así también al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y a ese esquema parapolicial que viene aterrorizando a buena parte de la población tras las elecciones del pasado 27 de julio.

Cabello lo controla casi todo. Incluso es el encargado, dentro del régimen que tiene a su cargo, la tarea de marcar a los opositores desde su programa Con el mazo dando, para demostrarle al mundo que su jefe y maestro, Hugo Chávez, hizo escuela y que tiene en él, no solo a un escudero de su legado, sino también quién continúe con la labor comunicacional de aquel ¡Aló, presidente!, las interminables emisiones en cadena con las que el extinto lanzaba sus diatribas y catilinarias políticas.

Chavista desde temprana edad

Cabello nació en un hogar de trabajadores sindicalizados en el estado de Monagas, más precisamente en la localidad de Furrial,  de su capital, Maturín.

Dicen que en su casa todo era de Acción Democrática, el partido socialdemócrata que se alternó en el gobierno con Copei (socialcristiano), durante la denominada IV República. Sus padres lo llamaron Diosdado, en homenaje a Diosdado Macapagal, presidente de Filipinas (1961-1965) de ideas liberales.

Nunca había imaginado que le esperaría una carrera meteórica a la sombra de Chávez

Cuando en su adolescencia se convenció de su vocación militar, nunca había imaginado que le esperaría una carrera meteórica a la sombra de su profesor y técnico en el equipo de béisbol en la Academia Militar, un tal Hugo Chávez Frías.

Desde entonces su vida caminó de la mano de Chávez hasta convertirse, con la velocidad del desmembramiento estructural de Venezuela (paralelo al vertiginoso andar del chavismo), en el verdadero poder detrás del trono. Primero de su jefe, luego tras su muerte en 2013, de Nicolás Maduro, el hombre que supo ganarle la compulsa para ocupar el principal despacho de Miraflores. Aquello no obedeció a méritos propios del cuestionado actual mandatario ni a errores de su eterno «número dos» del régimen. Sino por obra y gracia de Raúl Castro, quien no había dejado de ahorrar horas en el lecho de enfermo de «el Loco» –como cariñosamente se refería a Chávez en privado–, allí en La Habana, hasta conseguir que el premio mayor de la sucesión recayera en «el camarada Nicolás».

No en vano, el hoy casi presidente de facto había pasado una larga temporada de entrenamiento en Cuba, allá en sus años mozos, cuando militaba en la Liga Socialista. Y eso es algo que solía pesar, y mucho, a la hora en que los Castro debían escoger aliados y amigos. Y Maduro, desde tiempos remotos en la prehistoria del chavismo, ya era considerado «propio» al igual que el excanciller  y expresidente de Unasur Alí Rodríguez Araque, una figura clave para que el Partido Comunista Venezolano y sus aliados, en conexión con La Habana, hicieran lo que se conocía como «entrismo» en el seno de las Fuerzas Armadas, durante la segunda mitad de los años 70.

Su poder seguía construyéndose en los márgenes de la institucionalidad

Pero aquella no fue la única pulseada política que Diosdado perdería desde el surgimiento del chavismo como fuerza hegemónica en el otrora «Emirato sudamericano». En el 2008, cuando buscaba la reelección como gobernador del estado de Miranda, se vio superado por el opositor Henrique Capriles, pero ya para entonces, aquello importaba poco. Se trataba solo de un formalismo. Su poder seguía construyéndose en los márgenes de la institucionalidad, dentro del Ejército y en otras ciénagas más inestables por lo ilegales, pero mucho más redituables a juzgar de aquellos que se dedican a investigarlo.

Carrera ascendente

Desde sus días de estudiante en la academia militar, donde se destacaba por su coeficiente intelectual y su singular memoria, caminó al lado de Chávez. Compartían la pasión por el béisbol y las lecturas sistemáticas de una literatura política que bordeaba el Libro Verde, de Muamar el Gadafi, algunos textos de Antonio Gramsci y, Conducción, de Juan Perón o La razón de mi vida, ese texto que se le atribuye a Eva Perón y que era de lectura obligatoria en todas las escuelas argentinas entre 1945 y 1955.

Eso en los primeros tiempos, mientras en aquel espacio cuartelero se iban regando las simientes de lo que más tarde sería el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) que Chávez fundó en 1982, junto a sus camaradas de armas Raúl Isaías Baduel, Felipe Acosta Carlez y Jesús Urdaneta, y del que también participaba Francisco Arias Cárdenas, una suerte de alter ego de Chávez y actualmente embajador en México. En los inicios se habían constituido en un grupo de reflexión política. Incluso no faltaban sus jefes directos, que todo lo que llegaron a sospechar de esos oficiales jóvenes es que podían llegar a pertenecer a una logia o algo por el estilo.  Pero la conspiración había comenzado a andar a comienzos de los años 80, cuando abrieron sus contactos a un sector del Partido Comunista y el entonces Partido de la Revolución Venezolana (PRV), de Douglas Bravo, un reconocido líder guerrillero en los años 60. Fue a partir de allí, cuando  comenzaron a virar hacia una fracción «revolucionaria» cuya meta sería «un golpe de Estado».

De aquellas febriles reuniones, donde Chávez y Arias Cárdenas llevaban la voz cantante, según el testimonio de Herma Marksman, compañera sentimental y de militancia del paracaidista que llegó a presidente,  ya participaba un muy joven «Nicolasito» Maduro, en representación de su espacio político, pero Cabello, un novel subteniente, solía acompañar a su jefe sin chistar, ni participar de las decisiones.

Aquella militancia semiclandestina se extendió por más de una década, hasta que llegó el día D, aquella fecha bisagra en la historia moderna venezolana que fue el 4 de febrero de 1992. La rebelión cívico militar, encabezada por Chávez y los suyos, terminó abortada con aquella sentencia que todavía retumba en la memoria de los venezolanos: «Por ahora…» y todos los líderes terminaron en prisión, al igual que la mayoría de los oficiales a sus órdenes. En ese lote, Cabello fue también de los que habitaron los calabozos del penal de San Francisco del Yare.

Si había seguido a su jefe y líder hasta la cárcel, una vez en libertad, siempre se mostraría decidido a acompañarlo hasta la muerte. Al menos la del presidente.

Lo hizo, sin claudicar, desde el minuto uno de gobierno y siempre en cargos de primera línea. Arrancó al frente de Conatel (Comisión Nacional de Telecomunicaciones), en donde permaneció un año y pudo poner en práctica sus conocimientos como ingeniero graduado en el Instituto Universitario Politécnico de las Fuerzas Armadas y con un posgrado en la Universidad Católica Andrés Bello.

Desde ese cargo, fue el hombre clave en la construcción de los «círculos bolivarianos», que fueron anidando en los barrios populares, como el caraqueño 23 de Enero, o en el corazón del Petare, los que con las décadas se fueron transformando en los denominados «colectivos». Organizaciones, que para los más avezados y memoriosos, no son más que un remedo de los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba.

Poco importaba que a su paso por los cargos fuera coleccionando cuestionamientos de propios y opositores. Aquella labor fue premiada por su exprofesor de educación física en la Academia Militar y en ese entonces ya comandante y presidente. Lo designó al frente de la Secretaría de la Presidencia y en enero de 2002, lo ungió a la vicepresidencia.

A partir de allí la carrera del ya capitán Cabello no pararía de ir en ascenso. A diferencia de la castrense, que se vio paralizada en materia de galones, en lo que al gobierno respecta, aparecía ya en los hechos como «el hombre fuerte».

Su vertiginoso ascenso en las esferas chavistas obedeció a diversos motivos. En los primeros años, en los de la escalada al gobierno, fue el éxodo de los socios fundadores del MBR-200 que fueron tomando distancia ideológica o en disidencia con las medidas del presidente. Esos fueron los casos de Urdaneta, Baduel y Arias Cárdenas (quien años después volvería al redil), mientras que Acosta Carlez había sido una de las víctimas fatales aquel día del golpe.

Convertido en la mano derecha del presidente, Cabello pudo demostrar para lo que estaba hecho aquel 13 de abril de 2002, dos días después del golpe de Estado que tuvo a Chávez fuera del poder durante 48 horas. En aquel regreso, la pieza clave había sido Baduel, quien había levantado a sus tropas  desde el Regimiento de Paracaidistas de Maracay, para desconocer a los golpistas, a pesar de estar distanciado con todo el chavismo.

Aquel episodio le permitió ser el presidente por unas horas y entregárselo a su jefe, cuando regresó de su cautiverio.

Su nombre, marca registrada del régimen

Desde entonces tuvo la oportunidad de convertirse en un funcionario versátil, ya que ocupó las carteras de Interior y Justicia, Infraestructura y Obras Públicas, hasta que al perder la pulseada con Maduro, retuvo la vicepresidencia del partido y se cobijó en la Asamblea Nacional y luego en una banca de diputado, hasta que «la banda de los cinco»  –de la que forma parte junto a Maduro y su esposa, Cilia Flores, y los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez– decidió atrincherarse en los cargos concentrando la mayor cuota de poder posible, ante un futuro que se vislumbra de extrema soledad política, tanto dentro como fuera del país.

Este último reagrupamiento del gabinete no podía tener una decisión mejor para confirmar una realidad a gritos. La violencia desatada contra la oposición, ahora tras los conflictivos comicios, como las innumerables denuncias de violación a los derechos humanos de las últimas décadas, llevan, cuando no, el sello y la impronta de Cabello. No fueron pocos los exfuncionarios del régimen que se alejaron en distintos momentos por el rol que él y las cúpulas militares ejercieron en las principales decisiones del país a lo largo de las dos épocas: la de Chávez y la de Maduro.

Este movimiento aparece como un mensaje del régimen, tanto hacia dentro del país como a nivel internacional, de que no habrá un paso atrás, ni se abrirá un diálogo con la oposición, como llegó a imaginarlo del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva –a quien le fallaron sus reconocidos reflejos políticos, so pena de que el dossier Venezuela se convierta en un problema interno en su país–, ni nada que huela a democracia.

Este movimiento aparece como un mensaje del régimen de que no habrá un paso atrás

Para «La banda de los cinco», y en especial para Diosdado, «el perro guardián» del legado de Chávez, llegó el momento de cerrar filas, de blindarse. Aplicar el manual de la familia Ortega en Nicaragua, sin importar el precio que los venezolanos tengan que pagar.

En la mira de la justicia internacional

Pero amén de la estrictamente institucional, el derrotero de Cabello en el poder es un camino de dos vías. Al menos las denuncias, dentro y fuera del país, abren, cuando menos, hipótesis por presunto lavado de activos, narcotráfico y diferentes casos de corrupción por el que fue señalado a lo largo de los años.

Pero fue la DEA y otras agencias gubernamentales apoyadas en testimonios de exfuncionarios venezolanos las que lo sindicaron, no solo como el «número dos» del gobierno, sino también como el presunto líder del denominado Cartel de los Soles, compuesto en su mayoría por militares. No obstante, en esa coyuntura se le atribuye además el control de los puertos y aeropuertos gracias a que desde el 2008, su hermano, José David Cabello, es el titular del SENIAT (aduanas).

De hecho, el nombre del ahora ministro de Justicia aparece en los NarcoFiles: The New Criminal Order, una investigación periodística transnacional sobre el novedoso devenir del tráfico de drogas en el mundo, liderado por la Organised Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP) conjuntamente con el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística.

Algunos documentos allí presentados se basan en el modus operandi del narcotráfico en Venezuela, con el trasiego desde Colombia hasta los llanos venezolanos y el posterior envío a Estados Unidos y Europa, en los que aparece reiteradamente el nombre del exvicepresidente.

Además del trabajo de los periodistas, el testimonio de hombres que fueron cercanos a Cabello llegaron a complicarlo en la Justicia. Uno fue el exgobernador de Monagas, José Gregorio Briceño, quien tras alertar al propio Chávez sobre la presunta participación de Diosdado en el narcotráfico, aseguró que estaba al frente del Cartel de los Soles. ¿El resultado inmediato? Briceño se vio obligado a exiliarse, después de sortear un atentado en su contra, del que nunca le quedaron dudas que fue ordenado por «el adalid castrense» del chavismo de todas las eras.

El otro fue el excapitán de la Armada, Leamsy Salazar, exjefe de Seguridad de Chávez y de Cabello, quien al desertar se ofreció como testigo protegido de la Justicia estadounidense, donde declaró no solo la pertenencia de su exjefe al Cartel de los Soles, sino el haber sido testigo cuando Cabello, en el estado Falcón, estaría «dando  órdenes para transportar toneladas de cocaína».

Tal vez, sean esas denuncias y otras que estarían siendo manejadas en secreto por las autoridades estadounidenses las que fuerzan al régimen a no dar el brazo a torcer, aun con buena parte de los venezolanos y de la comunidad internacional en contra o cuestionándolos.  Para sus  principales espadas ya no quedan lugares seguros en el mundo fuera de una Venezuela presa del miedo, que sin lograr superar el drama, parece entrar, indefectiblemente, en la faz del terror bajo la égida de un viejo conocido: Diosdado Cabello. El hombre fuerte del régimen al que el nuevo cargo termina por sincerar su verdadero rol en esta historia. El militar que, además del mazo, parece capaz de concentrar toda la artillería imaginable para aplacar las protestas, callar a los opositores y terminar hasta nuevo aviso con cualquier atisbo de libertad.

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