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16 de septiembre de 2024

Michel Barnier, nuevo primer ministro de Francia

Michel Barnier, nuevo primer ministro de FranciaAFP

Perfil

Michel Barnier, un experimentado negociador que deberá navegar entre lepenistas y macronistas

Desde la organización de unas olimpiadas de invierno hasta el Brexit ha demostrado ser un maestro del compromiso: ahora le toca repetir la jugada para sacar a Francia de su peor crisis institucional en seis décadas

Alexis Kohler, el todopoderoso secretario general de la Presidencia de la República –y el único colaborador de Emmanuel Macron que permanece con él desde el principio, que Monsieur le Président es de trato difícil– se puede dar por satisfecho. La operación que venía preparando desde hace semanas, prácticamente desde el día siguiente de la segunda vuelta de las elecciones legislativas y encaminada a nombrar primer ministro a Michel Barnier (La Tronche, 9 de enero de 1951) ha sido culminada con éxito. Durante 52 días, ha aguantado, o filtrado, un constante goteo de nombres de candidatos al cargo antes de terminar de convencer al jefe del Estado.

No debió de ser fácil, pues Barnier representa a la perfección el «viejo mundo» [político] que Macron se empeñó en aniquilar desde que fue elegido presidente de la República. De entrada, fue el diputado más joven de Francia tras los comicios legislativos de marzo de 1978, cuando el inquilino del Elíseo se llamaba Valéry Giscard d'staing y Macron era un bebé de tres meses.

Y sin que se le conozca cualquier otra actividad ajena a la política: a lo largo de 46 años ha sido parlamentario durante 17, cuatro veces ministro durante tres periodos presidenciales consecutivos –los de François Mitterrand, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy–, comisario europeo en dos ocasiones –bajo las respectivas batutas de Romano Prodi y José Manuel Durao Barroso– y jefe de la delegación de la Unión Europea durante el complicado «divorcio» del Brexit. Sin olvidar sus tres lustros como presidente de la provincia de Saboya. Fue, precisamente, asumiendo esas funciones locales que se dio a conocer, toda una paradoja, fuera de las fronteras galas, al incumbirle la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno, celebrados en 1992 en Albertville.

Barnier supo aprovechar la circunstancia para forjar su ya legendaria reputación de negociador, pues su interlocutor en el Gobierno socialista era el delegado interministerial Jean Glavany, antiguo jefe del Gabinete técnico de Mitterrand y figura implacable del socialismo galo. Ambos desarrollaron un buen trabajo conjuntamente. Un cuarto de siglo más tarde, Barnier empezó a bregar con Boris Johnson, a la sazón primer ministro del Reino Unido y artífice del Brexit. El europeísta francés y el euroescéptico británico lograron entenderse y establecer una relación que, sin llegar al nivel de entrañable, fue cordial: ahí está, sin ir más lejos, el afectuoso «Bonjour, Michel» que le lanzó Johnson al inicio de una ronda de negociaciones en Luxemburgo.

No se puede decir lo mismo, sin embargo, de las relaciones de Barnier con Ursula Von der Leyen. Durante la última fase del Brexit, la presidenta de la Comisión Europea le apartó de las negociaciones y, según recuerda Le Point, cultivó el arte del detalle hasta prohibirle viajar con ella en su coche, al considerarle un mero colaborador. Mas allá de las cuestiones personales y de rango, lo que Von der Leyen y el resto de las élites bruselenses siguen reprochando a Barnier fue su alejamiento de los dogmas europeístas cuando se postuló a las primarias de la derecha francesa de cara a las elecciones presidenciales de 2022. Pese a perderlas, el flamante primer ministro estimó oportuno proponer que los Estados recuperasen su plena soberanía –entiéndase, frente a la UE– en materia migratoria durante un periodo de tiempo de tres a cinco años.

Este antecedente le podría ayudar hoy –en caso de que su opinión siga siendo la misma– a obtener una actitud constructiva por parte de la Agrupación Nacional (RN), de Marine Le Pen, que ya ha avisado que esperará a escuchar la declaración de política general de Barnier. ¿Y qué antecedente puede ofrecer a los diputados progresistas macronianos? No muchos, la verdad. Pero uno de peso: como ministro de Medio Ambiente, Barnier dio un fuerte e irreversible impulso verde a Francia. En todo caso, tendrá que hilar fino: Macron le ha puesto como condición sine qua non evitar mociones de censura a corto plazo. El 1 de octubre tendrá que presentar los Presupuestos. El tiempo apremia.

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