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Alex Fergusson
AnálisisAlex Fergusson

La agonía de la dictadura venezolana y el regreso de Trump

La resistencia y capacidad para mantenerse en el poder y la maquinaria de control social que le permitió al chavismo salirse con la suya, hasta ahora, comenzó a mostrar sus costuras

Actualizada 04:30

El presidente electo de EE.UU. Donald Trump y Nicolás Maduro, dictador de Venezuela

El presidente electo de EE.UU. Donald Trump y Nicolás Maduro, dictador de Venezuela

Mientras todos están con los ojos puestos en las promesas de Donald Trump y en las acciones de la Unión Europea sobre Venezuela y Nicolás Maduro, el régimen venezolano mantiene el discurso de la normalidad y de la prosperidad, que desde hace 15 años ha estado conjugado en tiempo futuro.

Con un cinismo que eriza la piel, pues ni aquí ni allá se reconoce su mandato, el gobierno anuncia nuevas políticas sociales, garantiza un período de «paz, prosperidad y democracia de verdad» e invita a los emigrados a retornar al maravilloso país que construirá.

Mientras tanto, anuncia que emprenderá la reforma de la Constitución, quizás con la intención de formalizar un Estado extractivista y de expoliación, sin controles ni equilibrio de poderes, facultado para violar derechos humanos a discreción, y avanzar en su propósito de convocar hasta nueve procesos electorales este año, alterando el régimen vigente con la anuencia de la franquicia de opositores vergonzantes, y asegurarse de ese modo que «más nunca el soberano podrá poner en peligro su poder, a través del voto».

Sin embargo, su debilidad estertórea se pone de manifiesto apenas aparece alguien u ocurre algo que contradice o confronta su discurso.

Por eso arremete contra Gustavo Petro, por pedir la libertad de Enrique Márquez y contra Lula, por cualquier cosa, pues no les basta su ambigüedad cómplice; arremete contra el personal diplomático de los gobiernos de los Países Bajos, Francia e Italia, por reprochar su farsa electoral; y no hablemos de sus histéricas respuestas a Milei, Bukele o a Trump, y a todos los gobiernos de los países que lo adversan.

Al mismo tiempo, mantiene sus acciones de secuestro, arrestos arbitrarios, desapariciones forzadas, todos bajo las acusaciones más absurdas, y de muertes, como acaba de ocurrir con César Mayora en la cárcel.

Además, este gobierno contradictoriamente fascista-anti fascista sigue vendiendo la idea de que «aquí no está pasado nada», obnubilados por la falsa realidad en la que se refugian, en medio de su agonía.

Pero la verdadera realidad que parece estar en camino a imponerse, los obligará a despertar de la ilusión en la que vive y a apreciar, en toda su magnitud, el berenjenal en que se ha metido.

Basta ver el preámbulo y esperar el posterior desarrollo de las primeras acciones anunciadas por la administración Trump: La declaración de todos los carteles de la droga como «organizaciones terroristas», incluido el Tren de Aragua y las organizaciones extraterritoriales que lo apoyan; la eliminación de las organizaciones criminales en los Estados Unidos; la deportación de los inmigrantes ilegales con antecedentes; la declaración de emergencia nacional energética y el incremento de la producción petrolera y de gas para no depender de las importaciones; y el fortalecimiento de la organización militar para ganar las guerras que existen, particularmente contra el narcotráfico y el terrorismo, y evitar los conflictos evitables.

Ante su debilitamiento evidente, el aislamiento y repudio interno y externo, su bajo nivel de credibilidad, y con escaso margen de acción social, política y económica –por la probable salida de Chevron y demás empresas que producen petróleo en el país y el recrudecimiento de la inestabilidad cambiaria y de precios– parece claro que no va a poder concretar su asalto al poder y que no habrá lugar para su nueva «normalidad».

Y es que su resistencia y capacidad para mantenerse en el poder y la maquinaria de control social que les permitió salirse con la suya, hasta ahora, pese a la crisis multivariada desatada, apoyada en una costosa combinación de terrorismo de Estado, una escandalosa campaña publicitaria, engañosas ofertas populistas dirigidas al sector empresarial privado, el chantaje a los que no se sometan, el desmantelamiento de instituciones para facilitar el desmadre de la corrupción, y la impunidad garantizada (condecoraciones incluidas) a los que cometen atropellos en nombre de la «revolución», todo aderezado con una retórica antifascista, comenzó a mostrar sus costuras.

Pero eso se acabó a partir de la conformación del nuevo liderazgo popular encarnado en María Corina Machado y refrendado por el pueblo en las elecciones del 28J, en la persona de Edmundo González Urrutia y los líderes que lo acompañan.

Ya solo le quedan los apoyos tarifados de los carteles mexicanos y colombianos, del ELN y las disidencias de las FARC, de las mega bandas y grupos criminales, de los colectivos paramilitares con los cuales amedrentaba a la gente en las calles, de los dictadores regionales, y de algunos personajes como los Rodríguez Zapateros y los Monederos, cuyo talante ético y moral está a la luz.

Así que ya no tienen modo de seguir excusando sus fracasos en todos los ámbitos. El pueblo venezolano comprendió, por la vía difícil, que el único futuro aceptable es la salida del poder de Maduro y su camarilla.

También ha comprendido que la tenebrosa maquinaria del terror y la supuesta seguridad del Estado fascista que quiere mantenerse en el poder, descansa sobre bases muy endebles, con recursos cada vez más menguados, repudiado por la comunidad democrática internacional, aislado en la región y, sobre todo, frente a un pueblo que demostró su voluntad inquebrantable de conquistar su libertad y sus posibilidades de prosperidad en un futuro cercano.

Asistimos entonces, a los estertores, a la agonía, de un régimen cuyo estado de salud solo va a empeorar. Su alianza popular-policial-militar se ha resquebrajado y convertido en vitrina de exposición de la naturaleza criminal del régimen.

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